El Oba es el propietario original, según el edicto, de los 1.117 bronces que transfirió el Gobierno alemán. Estaban destinados a formar parte del Museo de Arte de África Occidental en Edo, cuya inauguración está prevista para 2024. Es decir, el actual gobernante ha decidido que los bronces estén en manos de su familia, sin aclarar si en un museo o en el palacio real. A pesar del revuelo causado por esta orden de Nigeria, Helge Lindh resolvió que “la restitución con condiciones es neocolonialismo”. Los propietarios legítimos están legitimados para determinar el destino de su patrimonio.
Los bronces de Benín se han convertido en el conjunto patrimonial que pone a prueba la capacidad de los museos europeos para restituir los bienes que fueron expoliados a África durante la era colonial, en el siglo XIX. La exposición del robo de una parte de la identidad cultural de otro país no es digerible por la comunidad del siglo XXI. Ante los nuevos paradigmas sociales, estas instituciones decimonónicas dan muestras de agotamiento y de fundamentos insostenibles.
No es extraño que el Consejo Internacional de Museos (ICOM) acordara en agosto de 2022 alterar la definición de museo, sin actualizar desde el siglo XX. Lo más llamativo de la nueva formulación es que contenía más trazas de propósito que de realidad, al asegurar que son instituciones abiertas al público y “fomentan la diversidad y la sostenibilidad”. Además, añade esta nueva redacción, “operan y comunican ética y profesionalmente”.
La colisión entre lo ético y lo profesional es latente en el Reino Unido. El Consejo de museos públicos del Reino Unido publicó el pasado agosto una guía para la gestión de los casos de restitución en sus centros, aunque indica que podría aplicarse de manera internacional. Aconseja que los museos actúen de forma proactiva, “con un espíritu de transparencia, colaboración y equidad”, para la devolución de los bienes saqueados. La guía detalla que cada caso es diferente y requiere un tratamiento específico. Y no se refiere solo a bienes patrimoniales, sino a especímenes científicos y de historia natural.
“Atender un reclamo de restitución es una oportunidad para que los museos amplíen el conocimiento y la investigación de sus colecciones, para construir relaciones con las comunidades de origen, para abrir el diálogo sobre los elementos en disputa y como oportunidad para el discurso y la discusión sobre el patrimonio cultural”, puede leerse en el preámbulo de esta iniciativa única en el mundo. Lo más llamativo de esta guía es la equiparación de la evaluación ética a la jurídica, algo insólito en la respuesta a las reclamaciones de bienes.
Till Vere-Hodge advierte de que llevar a la práctica estas recomendaciones no es tan sencillo. El abogado en el bufete inglés Payne Hicks Beach explica que, en la práctica, “la reparación moral es menos natural”. Y señala la devolución de los bronces de Benín como ejemplo de reclamación frustrada, a pesar de lo que dice esta guía. Reino Unido no ha llevado a la práctica la decisión de Alemania, a pesar de conservar también miles de bronces de Benín saqueados. “No siempre es fácil aplicar la guía a las reclamaciones del expolio nazi, así que siempre necesitaremos analizar caso por caso”, según Till Vere-Hodge. “Unas lecciones que no hemos aprendido es que los museos ni siquiera ha querido escuchar a los descendientes de los esclavos”, ha asegurado el letrado, para señalar que el punto de partida es atender a las comunidades víctimas. Esta es la tensión no resuelta a la que nos referíamos: la ética reclama escucha, pero los museos prefieren no atender.
En España las restituciones pendientes son de interior. La Administración sorprendió hace un año con un cambio de criterio y devolvió —sin pasar por los tribunales— dos cuadros robados por el franquismo a sus legítimos dueños. Colgaban en el Parador de Almagro, eran propiedad de los herederos de Ramón de la Sota y el caso destapó un victimario al que ni los museos públicos, ni el Ministerio de Cultura habían querido atender. Las conclusiones del investigador Arturo Colorado indican que hay 6.500 obras de arte que la dictadura arrebató a los represaliados republicanos y siguen pendientes de una investigación oficial para su devolución.
De este expolio masivo, los museos públicos españoles conservan unas 3.000 obras. En este periódico hemos desvelado pruebas de un relato pendiente de reparar, que mancha los fondos de la Biblioteca Nacional, el Museo Arqueológico, el de Artes Decorativas o el Museo del Prado, que acaba de desvelar los bienes que guarda de manera ilícita. Un año después del descubrimiento del victimario, el Ministerio de Cultura de Miquel Iceta no ha anunciado la creación de un equipo de investigación que determine un inventario completo con el que iniciar la restitución del robo ocho décadas después.
El Museo Nacional de Antropología, uno de las 16 instituciones dependientes del Ministerio de Cultura, es el único que ha tomado la iniciativa para abandonar definitivamente el siglo XIX y entrar en el XXI. Ha retirado todos los restos humanos de la visita pública para “reflexionar y redefinir” su misión. Presentará estos restos cuando sea “imprescindible” y siempre “con respeto”. Es un paso decisivo para abandonar el morbo que persiguieron los museos del XIX, convertiros en gabinetes de curiosidades del coleccionista.
Es un avance que deja al aire las vergüenzas de otras instituciones como el Museo Arqueológico Nacional, que mantiene en exposición la momia guanche, cedida en 2015 por el Antropológico y reclamada hasta en cinco ocasiones por el Cabildo de canarias para trasladar los restos al lugar del que fue robada y ser expuesta en el Museo de la Naturaleza y la Arqueología (MUNA) de Santa Cruz de Tenerife. El Ministerio de Cultura no responde al último reclamo desde 2021.
El fomento de la diversidad y la inclusión en los museos, como alienta el ICOM, pasa por una reconversión de la exposición de los bienes. La directora de museos Clémentine Deliss, trabaja y pelea por fulminar la atracción de los objetos para descolonizar los museos. “Son como atrapamoscas”, asegura en el ensayo El museo metabólico (Caniche Editorial). La transparencia que reclama la guía del Consejo de Museos británico en la documentación para saber quién es el propietario del objeto y cuál es su procedencia.
Si el objeto no es propiedad del museo, se deben aclarar cuáles fueron las circunstancias de su propiedad y explicarlo en público. Ocultar la historia del objeto es ocultar la verdad del mismo. Importa lo que representa en el recorrido histórico de las salas, pero también cómo ha llegado al museo. En España tenemos un ejemplo de cómo esconder la desafortunada apropiación de una colección de cerámica ibérica, en el Museo Arqueológico Nacional. En el Victorian and Albert Museum organizaron en 2019 una exposición que investigó ocho historias de coleccionistas judíos víctimas del despojo nazi. La titularon Historias ocultas y partieron de la colección Gilbert para mostrar la falta de trazabilidad de una gran parte de las piezas que adquirieron Rosalinde y Arthur Gilbert.
Es una de las colecciones de artes decorativas más importantes del mundo, con 1.000 artículos de oro y plata, cajas de rapé, retratos en miniatura y micromosaicos. “Por impresionantes que sean, algunos de estos hermosos objetos esconden una historia inquietante”, indican desde el museo, que creó una exposición pionera en el Reino Unido. “Historias ocultas mostró objetos con la esperanza de que alguien pueda presentar información que nos ayude a completar esta historia crucial”, añaden desde la institución británica.
Los museos no se pueden permitir palabras prohibidas como “violación”, ni eufemismos como “rapto” o “sorprendida”. Ignorar y ocultar términos propios de la comunidad que los ampara y protege impide una comunicación real y tergiversa los acontecimientos que suceden en las escenas, sobre todo, mitológicas. La conquista de un título apropiado es esencial no solo para entender una obra del pasado, sino para comprender nuestro presente. El temor a perder el control del museo pasa por el miedo a perder el control de las imágenes. Y el temor a perder el control de las imágenes pasa por el miedo a dejar de controlar el diccionario. No existe la neutralidad en los discursos, ni siquiera en los que tratan de hacerse pasar como los más neutrales.
En el Reino Unido el Museo Pitt Rivers, con medio millón de visitantes al año, ha reflexionado sobre “la ética de las representaciones” en las salas de la institución, con la intención de ser “un espacio acogedor para todos”. El proyecto Labeling Matters pretende revisar la comunicación de la colección permanente. “Los visitantes podrían encontrar en el museo un lenguaje anticuado, ofensivo, inapropiado o excluyente en lugar de inclusivo”, advierten desde el centro. “Este proyecto tiene como objetivo identificar áreas de mejora y probar formas de cambiar nuestros textos públicos donde se usa un lenguaje despectivo y problemático”, añaden. Quieren acabar con las etiquetas “excesivamente eufemísticas y unilaterales (eurocéntricas)”.
La conservadora Laura Van Broekhoven es la responsable de esta nueva mirada que reconstruye el museo a partir de sus errores. Sin destruirlos. “La intención del proyecto no es destruir ninguno de estos desafortunados términos, sino activarlos y movilizarlos para abordar algunos de los problemas que se encuentran en la raíz de los estereotipos racializados y otros legados coloniales problemáticos que persisten en el presente”, explica. No es la única institución cultural que realiza este tipo de labor ni es la única que debe atender los problemas del lenguaje. Por eso avanzan que quieren trabajar con otros museos del Reino Unido, pero también de otros países que estén en proceso de realizar revisiones similares.
“¿A quién pertenece el lenguaje? ¿De qué manera puede el lenguaje volverse más inclusivo para aquellos que han sido marginados o excluidos dentro de nuestras sociedades e instituciones?”, se pregunta Wayne Modest, director de Contenido del Museo Nacional de Culturas del Mundo (un grupo de museos compuesto por el Tropenmuseum, el Museo Volkenkunde, el Museo de África) y el Wereldmuseum Rotterdam, en los Países Bajos.
El diccionario también ha sido arrebatado a las artistas y a las visitantes de museos, creados hace dos siglos como aparatos en exclusiva para ellos. El Museo Nacional de Historia de la Mujer (NWHM), fundado en 1996, es un museo en línea —con más de cuatro millones de visitantes anuales— cuya misión es reparar “las principales omisiones de mujeres en los libros de historia” y proporcionar “contenido académico y programación educativa para maestros, estudiantes y padres”. En España, el colectivo Past Women es una de las referencias más destacadas en el trabajo por la igualdad en la divulgación histórica. Trabaja desde 2007 una mirada y una lectura de la investigación de la cultura material de las mujeres, que no logra traspasar paredes de museos como el MAN.
La justicia climática también es un asunto pendiente de incluir en la agenda de los museos, sobre todo españoles. La principal institución cultural española publicó su Plan de Actuación 2022-2025 y el cambio climático ni siquiera es motivo de atención en ninguno de los “cinco grandes objetivos”. La recomendación de organizaciones como Julie’s Bycicle, después de casi dos décadas creando conciencia en la cultura contra el cambio climático, es convertir la sostenibilidad en un tema de agenda de todas las reuniones de las instituciones públicas y privadas. La justicia climática debería tener un área propia en las instituciones para que cualquier asunto sea tratado desde la atención a la crisis climática.
El modelo de exposiciones temporales taquilleras es un motivo a reconsiderar y de especial urgencia. Cuando se fiscalice la huella de carbono que provocan estos eventos, con cientos de traslados de obras de arte, quedará patente el agotamiento de esta manera de actuar. En España la primera institución cultural en avanzar algo hacia la descarbonización es el Teatro Real, que invertirá este año 4,5 millones de euros de los fondos europeos en desarrollar un plan de eficacia energética y, al tiempo, anular su huella de carbono. Será el primer edificio Bien de Interés Cultural (BIC) de consumo nulo, como adelantó este periódico. El Museo Reina Sofía será el siguiente en recibir una partida del Plan de Recuperación, Transformación y Resiliencia (PRTR) para afrontar una conversión que compromete al edificio, pero sobre todo a la conciencia de las direcciones de los centros.