Lo real se asemeja con lo auténtico, y lo auténtico suele ser un eufemismo de la pobreza. Así lo cree la directora Laura Ferrés, que con su debut en el largometraje de ficción, La imagen permanente, ha ganado la Espiga de Oro a la Mejor película en la pasada Seminci. Es la primera mujer española que lo logra y lo hace con un debut inclasificable, que pone en jaque el concepto de realismo y autenticidad, que mezcla dos tiempos narrativos, la posguerra en Andalucía, y el presente ?con una campaña electoral de por medio? en Cataluña. Dos puntos geográficos unidos por un acontecimiento que otorga a su filme una capa política constante aunque nunca subrayada. En La imagen permanente cabe todo, las canciones republicanas, los gags sobre política (“soy izquierdista no practicante”) y la experimentación estética para construir imágenes nuevas.
Ferrés trabajó como directora de casting en publicidad muchos años. Allí se encontró con algo que le sirvió para esta película. “Se me decía que tenía que encontrar a personas auténticas, cuando creo que lo que me estaban diciendo es que tenía que encontrar a personas pobres. Como si uno es más auténtico dependiendo del dinero que tenga. La gente de clase alta también puede ser muy auténtica. Lo que creo que pasa es que las personas de clase baja, como han tenido menos oportunidades, tienen que ponerse más creativos. Me apetecía incluir esa idea en la película con ese sentido”, apunta la directora.
Otra de las cosas que añade La imagen permanente para destruir ese concepto de realismo es el humor. Para Laura Ferrés “si no introduces el humor en tu película, en realidad no tienes una película seria”. Crea constantemente un choque, “que confluyan cosas aparentemente antagónicas para que precisamente surjan cosas imprevisibles”, por ejemplo, “unos personajes imprevisibles, con un tono más naturalista que viene dado de esos actores naturales en localizaciones reales”.
Como en su anterior corto, Los desheredados, por el que ganó el Goya, Laura Ferrés ya reivindicó un cine donde la clase obrera toma el control de las historias. No se centra en sus problemas por pertenecer a dicha clase, simplemente los convierte en los sujetos activos de sus historias, algo que no es común ver en un cine español que nace de las escuelas de cine, donde entrar cuesta mucho dinero. “La sociedad es clasista y el cine es un reflejo de la sociedad, pero sí que da la sensación de que cada vez hay más gente que no necesariamente viene de una clase alta y está haciendo películas”, dice y en la cabeza suenan los nombres de Chema García Ybarra o Elena López Riera.
También con ellos comparte esa forma de hacer que sus películas sean políticas también desde la forma. “A mí me interesan las películas en las que la forma y el fondo están relacionados, y creo que esta es una película que, entre otras cosas, habla sobre la clase social y que además lo hace desde esa clase social. El cine es un medio muy elitista, donde hay un poco de todo, pero sobre todo predomina una clase alta haciendo películas sobre ellos mismos o hablando sobre otra clase social de manera un tanto paternalista. Hay un desconocimiento, una distancia, y esto hace que las películas puedan llegar a ser muy solemnes. Yo conozco bien esa clase social, vengo de ahí, y esto me permite tratar temas serios, pero no de manera solemne. Eso también es político”.
También lo es incluir esas canciones republicanas en los primeros compases del filme, canciones que la propia abuela de la directora le cantaba y que ahora han quedado grabadas en una película. “Mi abuela era cordobesa, de un pueblo que se llama Belalcázar, trabajaba en el campo y criaba a sus hermanos. Ella era la mayor y le gustaba cantar. Yo me crié con ella y me crié escuchando esas canciones que en su mayoría eran coplas o canciones republicanas. Tardé bastante en entender el significado de esas letras. Cuando lo hice me pareció muy interesante como testimonio de una época. Evidentemente le tengo mucho cariño a mi abuela, pero va más allá de ese cariño, me parecía fascinante tener ese saber popular del que se puede extraer mucha información de una época. Además, mi abuela tuvo Alzheimer, por lo que mi madre y yo la grabamos en unas cintas de casete para conservar esas canciones. Son canciones que hoy en día no se encuentran en internet y me apetecía incluirlas en la película”, dice de su decisión.
La mezcla de géneros de La imagen permanente se entiende cuando uno escucha a Laura Ferrés hablar de cuáles fueron las películas que más le marcaron, y ahí sale desde “Disney, como cualquier niño”, al cine clásico que veía con su madre, hasta cosas sorprendentes. “También veía cine comercial, como El bar Coyote, que la vi con mi padre. Se separó y me puso El bar Coyote”, dice con su fino sentido de la ironía. “Luego con mis abuelas veía telenovelas. La usurpadora es algo que está ahí. Esa es una imagen que está ahí. Y ya por mi cuenta, pues descubrí otro tipo de cine. De no ficción, cosas más experimentales. Me apetecía no ocultar mis referentes y que todo eso estuviera en La imagen permanente. Me gusta que confluya lo ensayístico con lo popular”, zanja. Así lo ha hecho en un debut que se sale de lo marcado y se aleja del cine de autor reciente buscando otras formas más radicales que también están encontrado su hueco en la industria.