La nueva hipótesis, que cobrará forma en un futuro libro, parece aclarar, al fin, los misterios de las pinturas alavesas. De paso, echa por tierra las diferentes propuestas que han tratado de buscar un exclusivo sentido religioso en estas escenas, que ahora se revelan como hechos esencialmente laicos, cotidianos, del día a día. Y en particular, el análisis de los historiadores deja en fuera de juego a quienes apostaron por retrasar la cronología de la obra pictórica, desde el siglo XII (que ahora retoman los autores) hasta el XIV, donde algunos investigadores veían una conveniente relación con hechos históricos como la batalla de Nájera.
Porque en Alaiza puede que todo sea más sencillo de lo que parece. Si bien, hasta dar con una teoría natural y sólida, Mellén y López de Muniain han tenido que emplear cerca de siete años de estudio, desde que desembarcaron en la comarca de la Llanada Alavesa para ofrecer un servicio de guías de turismo en la zona, plagada de interesantes edificios medievales con una típica decoración pictórica en blanco y rojo. Hasta ese momento, las diferentes explicaciones que habían surgido a raíz del descubrimiento de la decoración —en los años ochenta— ofrecían argumentos que no terminaban de acallar las dudas. “El principal error consistió en tratar de ver un sentido religioso en unas pinturas de temática laica, de ahí que se acudiera a pasajes bíblicos con interpretaciones un tanto singulares”, analiza Gorka. Incluso, llegó a entrar en escena la tan recurrida orden del Temple, en busca de una explicación convincente que tampoco entonces pareció llegar.
Aunque, sin duda, la contribución que más ha marcado la interpretación de las pinturas de Alaiza fue la que retrasó la cronología del siglo XII —cuando se levanta el templo románico— hasta el XIV. En ese momento histórico se produjo el supuesto paso por la iglesia de un destacamento de soldados británicos a las órdenes de Eduardo Woodstock —el denominado Príncipe Negro— camino de Nájera, donde tuvo lugar la célebre batalla entre Enrique de Trastámara y Pedro I por el trono de Castilla. Según José Eguía, autor de aquella teoría, fueron los propios militares quienes habrían dejado constancia de su visita en los muros del templo. “Es bastante inverosímil que los soldados, muertos de hambre, desfallecidos y enfermos, se pusieran a pintar en Alaiza; simplemente, tenían otras prioridades”, cuestiona la doctora en Filosofía e historiadora del arte Isabel Mellén, sobre una afirmación que “creó escuela” y ciertamente terminaría por imponerse durante años.
Así es como la cronología —la fecha en que fueron creadas las pinturas— complicó aún más la búsqueda de la verdad. Para zanjar el debate, los historiadores se emplearon a fondo en averiguar el origen temporal: la clave estaba en los documentos de restauración de los años ochenta, pero parecía que nadie los había visitado antes. “En los informes, que no se habían utilizado en las investigaciones previas, se dice que las pinturas se encuentran en la primera capa; si era la primera, los dibujos serían coetáneos a la construcción de la iglesia, del siglo XII, porque los muros no se dejaban sin pintar”, expone Gorka López de Muniain.
Devueltas las ilustraciones a una cronología puramente románica, la respuesta a la gran pregunta aún seguía en el aire: ¿qué significaban estos enigmáticos personajes? “Nos fijamos en algo evidente, que no se había querido ver por ciertos prejuicios religiosos o teocéntricos del momento: en todas las escenas aparecían miembros de una misma clase social, la nobleza”. Isabel Mellén comenzó a investigar a qué se dedicaban los nobles en aquella época lejana. En el caso de los hombres, tal y como aparecía en las ilustraciones de Alaiza, era sencillo: a la guerra. Pero, ¿qué hacían las mujeres? Aunque estaba incompleta, la pregunta abrió el camino a una sugerente hipótesis gracias a que se había encontrado con la intérprete ideal. Durante años, Mellén ha profundizado en la perspectiva de género dentro del arte románico, tal y como reflejó en su libro Tierra de damas. Las mujeres que construyeron el románico en el País Vasco (Sans Soleil, 2021).
Antes de llegar al final del camino, había otro escalón que superar, otra traba que sortear. Como se ha mencionado, todas las teorías habían encallado a la hora de dar una explicación religiosa, pero ¿podía tratarse de pinturas con un mensaje laico? Sí… siempre que el templo no perteneciera a la propia Iglesia. “El tipo de iconografía nos lleva a afirmar que, casi con toda seguridad, se trata de una iglesia privada, perteneciente a una familia cuya identidad no hemos conseguido averiguar hasta el momento”, revela Isabel Mellén. La conclusión era evidente: si la decoración había sido elegida por los propietarios y estos eran nobles, todo lo que se viera en sus muros y en la bóveda del ábside tendría que dejar en buen lugar al linaje.
Y ahora sí, los historiadores se hicieron la pregunta adecuada: ¿qué hacían las mujeres en época medieval que elevara su buen nombre? “En las pinturas se había reflejado lo que más prestigio otorgaba a las mujeres del momento, el parto; ellas se encargaban de parir a los descendientes del linaje, se jugaban la vida por la familia del mismo modo que los hombres lo hacían en la guerra”, revela la profesora. De hecho, las escenas del alumbramiento y las que ilustran las batallas se encuentran al mismo nivel en las paredes. ¿Quería equipararse el sacrificio de ambos papeles?
Pero eso no era todo. En los muros de Alaiza también se podía observar la escenificación de un funeral con personajes femeninos. “Las mujeres tenían mucho protagonismo en los rituales de la muerte, eran las directoras de estos eventos”, señala, con rotundidad, Isabel Mellén, quien añade: “También eran las encargadas de las tumbas familiares, de mantener todo limpio y bien cuidado, así como de llevar ofrendas”. Mujeres dando a luz, participando en los rituales fúnebres… Todo terminaba por encajar, salvo una escena de la iglesia, en la que varias mujeres se dirigen a una casa, en cuyo interior hay otras dos. “Barajé dos opciones; una era una posible boda y la otra, por la que me decanté finalmente, figuraba en la documentación medieval. Se trata de los rituales postparto”, señala Mellén. En efecto, las fuentes escritas constatan que era costumbre llevar ofrendas y regalos a las mujeres recién paridas. Por lo tanto, la misteriosa escena que se puede ver en el ábside solo podía tratarse de las ofrendas a una mujer del linaje que acababa de dar a luz a un hipotético heredero, y la bienvenida a un nuevo miembro de la familia.
Esté bien encaminada o no la propuesta de los historiadores, ambos coinciden en señalar que el protagonismo de la mujer donde antes solo se observaban escenas difíciles de traducir en el lenguaje religioso es ya un gran hallazgo. ¿Cómo había sido posible que ningún investigador lo hubiera pensado antes? “Nadie se había preguntado por ellas, pero estaban allí. Todo estaba en la documentación, pero se ha analizado con un sesgo: primero, por no preguntarnos por las mujeres y segundo, por cómo se ha oscurecido y llenado de bulos la visión de la Edad Media”, explica Isabel Mellén. Bastaba, según advierte, “con apartar la mirada y ver el románico desde otro punto de vista; cuando lo haces, las piezas encajan y todo comienza a cobrar sentido”.
La hipótesis elaborada por Gorka López de Muniain y por Isabel Mellén apunta a un hallazgo más. La posición de privilegio de las mujeres gracias al matronazgo les permitió, quizá también, ser ellas mismas quienes decidieran la iconografía que se iba a utilizar en la ornamentación del templo. Esta labor se circunscribe al ámbito político-religioso que, según los autores, siempre estuvo en manos femeninas, desde la propia realeza a las familias más humildes.
En cierto modo era lógico que en el caso de Alaiza las mujeres, encargadas de la decoración, tuvieran un peso sustancial en cómo se iba a ver la iglesia. “El que paga es el que decide, eso no solo ha pasado en la Edad Media”, precisan. Una práctica facilitada por la naturaleza privada del edificio, algo que fue habitual en la zona del País Vasco y que, en algunos casos, ha continuado así durante siglos. Como ejemplo, la iglesia de San Pedro en la localidad de Urbina de Basabe, que se ha mantenido en manos privadas desde su creación hasta tiempos recientes, cuando los propietarios han terminado por cederla al Ayuntamiento alavés de Cuartango.
Queda por despejar más de una incógnita, y los autores se abren a matizaciones y reinterpretaciones. Por ejemplo, ¿fueron también las mujeres las autoras materiales de las propias pinturas en Alaiza? Aunque no lo sabemos a ciencia cierta, quizá fuera así. En el caso del País Vasco y Navarra en particular “la documentación medieval nos habla de mujeres obreras, encargadas de la preparación de los morteros o del acarreo del material, pero también las encontramos pintando o subiendo piedras a los muros”, señala Isabel Mellén. Quizá la teoría de La Asunción de Alaiza vaya más allá de resolver el enigma puntual de sus singulares pinturas y sea una lección para el futuro. ¿Podemos interpretar los mensajes de la Edad Media borrando de la historia el papel femenino?