La idea era poder dar testimonio de la lucha de la cultura popular contra la dictadura. Las melodías que cantaban los obreros, la gente de los pueblos, las clases populares que realizaban un combate activo que iba de las calles a las canciones.
Fueron 6.000 kilómetros en carretera tras los que el grupo, llamado Cantacronache, llegó a Italia cargados de un material que iba más allá de los 9.000 pies (2,7 km) de cinta magnética grabada. Había fotografías, testimonios y poemas de esos revolucionarios anónimos. También de informantes y miembros activos de la resistencia contra Franco. Un año después del viaje, Cantacronache decidió publicar el material en un libro que lleva de título Canti dellanuova resistenza spagnola.
Pero la censura franquista no iba a permitir que ese libro corriera como la pólvora, y Manuel Fraga, posteriormente alto cargo del PP y entonces ministro de Propaganda del régimen franquista, movilizó a la prensa fascista de toda Europa para desacreditar la publicación mediante un panfleto anónimo titulado La marsellesa de los borrachos. Lo logró. El libro fue incautado y tres miembros del grupo fueron acusados de obscenidad y difamación a un Jefe de Estado extranjero.
María Arnal, una de las cantantes que reactualiza las canciones de la resistencia en 'La marsellesa de los borrachos'No es casualidad que ese sea el título que el cineasta Pablo Gil Rituerto haya dejado para el documental que ha presentado en Seminci. La marsellesa de los borrachos recupera esta increíble historia, pero también se convierte en un nuevo viaje, el que hace el equipo del filme y que replica el que realizó entonces Cantacronache. Lo hace con la ayuda de uno de los miembros originales, el único que queda vivo, Emilio Jona, de 92 años.
Aquellas canciones, folclore popular y político, suenan de nuevo 63 años después y lo hacen gracias a María Arnal o Nacho Vegas entre otros. Ellos amplifican el eco de aquellos temas y les dan una nueva vigencia. En su voz, y en el momento presente, se convierten en nuevos himnos contra la extrema derecha y contra la censura que se vuelve a ejercer décadas después. Una memoria oral que también es histórica y que en La marsellesa de los borrachos se pone en valor en un viaje por la geografía española, un país donde muchas heridas del franquismo siguen abiertas.
Pablo Gil Rituerto llegó a esta historia hace casi una década años y prácticamente por azar. “Yo estaba investigando sobre este periodo de la historia de España, un poco al calor del clima social y político de hace diez años en España. Tenía la idea de trabajar en un archivo sonoro en un proyecto que se frustró, pero sí que me quedé con la idea de buscarlo, porque el archivo fílmico sobre esa época ya es conocido, pero el sonoro no. Compré un libro y en el prólogo indicaba, en una pequeña introducción: ‘Después de 3.000 kilómetros de viaje por España. Volvimos a Turín con 9.000 pies de cinta magnetofónica registrada'. Ahí me puse sobre la pista de aquellas canciones, de ese poemario que al final tenía una base de archivo detrás”, cuenta el director desde el festival de Valladolid.
Los chicos de 20 o 25 años cantan esas canciones ahora en las manifestaciones. Siguen vivas y parece que hay una llama. Esperemos que puedan seguir evocando cosas
Cuando encontró esas grabaciones se dio cuenta de que las había mitificado. En su cabeza sonaban “con voces celestiales”, y luego se dio cuenta de que “el archivo era terriblemente austero y no eran cantantes profesionales, sino en muchos casos gente anónima que encontraban por el camino, y en otros, intelectuales y escritores”. Por ello quisieron “reactualizar el archivo y que al hacerlo tuviera sentido tanto en el momento en el que se hizo, como en el momento en que es vuelto a escuchar de nuevo”. Para ello buscaron “cuerpos que encarnasen esas canciones y las hiciesen suyas, pero que también tuviesen en cuenta la dimensión política del folclore”.
El contexto histórico, cuando empezaron el proyecto, no es el mismo que actualmente, y de hecho Gil Rituerto reconoce que “el paisaje social y político en el que empezamos a pensar la película era totalmente otro”. “Nosotros pensábamos que trataríamos un país levantado, con multiplicidad de luchas que podrían rimar con esas canciones. Luego llegó una pandemia, llegó toda una anemia social y una falta de movimientos en las calles. Yo había vendido que filmaríamos las luchas del presente, pero de repente esas luchas no estaban o no eran tan evidentes, así que nos tuvimos que ir replanteando dónde estaba este significado de las canciones”, explica.
Por eso le dieron más voz a los colectivos que trabajan por la memoria histórica, porque ellos siempre han estado ahí, haciendo “un trabajo de fondo de muchos años y eso no ha cambiado, mientras que hay otras luchas donde ha habido más altibajos”. Pero ahora, al estrenarla, se da cuenta de que esas canciones también sirven como himnos del presente. Lo percibió cuando recientemente, en el festival de Toulouse, vio como muchos de los que asistieron, población exiliada durante la guerra y la dictadura, reconocían las canciones como “las que escuchaban en la infancia”. Pero las nuevas generaciones le contaban que “son las que ellos, los chicos de 20 o 25 años, cantan ahora en las manifestaciones”. “Ahí me di cuenta de que esas canciones seguían vivas, que parece que hay una llama, y esperemos que puedan seguir evocando cosas”, dice con esperanza.
Fotograma de 'La marsellesa de los borrachos'Uno de los protagonistas del documental termina siendo Manuel Fraga, que como recuerda el director de La marsellesa de los borrachos, es una figura que “ocupa la centralidad de la última mitad de siglo de la historia de España”. “Sin su intervención creo que este cancionero no hubiese tenido la repercusión que finalmente tuvo. Él monta una campaña en su contra, como ya había hecho en otras ocasiones, como con la muerte de Julián Grimau, o con el famoso contubernio de Múnich”.
“En todos estos casos, el Servicio de Información pública un facsímil como el que aparece en la película, que no es más que un argumentario que ponían a disposición de la gente del pueblo español para decir que había una conspiración contra ellos. Pero paradójicamente, al hacer eso, convirtió a Cantacronache en una especie de mártires y al cancionero en un objeto de deseo. Fraga se creía muy listo, pero sin toda la que montó quizás estas canciones no hubieran tenido tanta repercusión”, continúa recordando y subraya la importancia de la edición libre de derechos que editó Giulio Einaudi y que permitió que esas canciones viajaran por todo el mundo y también fueran el caldo de cultivo para la canción política de gente como Víctor Jara, Quilapayún y Rolando Alarcón.