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La vacuna contra la insensatez

Es otra cosa. Es la gran solucionadora, y eso la obliga a ir más allá de lo cognitivo, alcanzar el ámbito de la acción y, más allá de la acción, el de la mejor acción, el reino de lo kalos kai agathos, de lo verdadero, lo bueno y lo bello. Aunque los psicólogos lo nieguen, al final de su trayecto evolutivo la inteligencia se convierte en un concepto ético. Por haberlo olvidado, por haber confundido a los “listos”, que van a lo suyo, con los “inteligentes”, que aspiran a lo universal, nos debatimos en los dominios de la estupidez. (…) Que personas poco inteligentes hagan cosas poco inteligentes es fácilmente comprensible. Lo que resulta difícil de entender es que personas muy inteligentes hagan estupideces.

En los estudios americanos sobre el tema, aparece como ejemplo el lío del presidente Clinton con una becaria, que estuvo a punto de hacerle perder la Presidencia de Estados Unidos. O el caso del presidente Johnson, cuyo gran objetivo era promover la Gran sociedad en que todos podrían vivir dignamente, pero se empantanó en la guerra del Vietnam, que acabó haciéndole perder la Presidencia y la salud. Un caso especial es el del presidente George W. Bush, cuya dificultad para atender a razonamientos complejos y su falta de curiosidad era reconocida incluso por sus colaboradores, aunque en el test de inteligencia daba una puntuación alta, lo que le permite a Keith Stanovich ponerle como ejemplo para distinguir entre inteligencia y racionalidad. Bush tenía a su juicio una inteligencia alta, pero una racionalidad baja.

Tengo una visión náutica y dramática de la inteligencia. Es un barco navegando en un mar oscuro y tormentoso, en el que, como dijo el sentencioso Séneca, “el buen piloto aun con la vela rota y desarmado, repara las reliquias de su nave para seguir su ruta”. Tendemos a hablar de la inteligencia y de la razón como si fueran unas facultades innatas, que aparecieron armadas ya de punta en blanco como decían los griegos que sucedió a Palas Atenea, la diosa de la inteligencia, que nació perfecta de la cabeza de Zeus. Con la inteligencia no sucedió así. No hubo una creación instantánea del animal racional. Somos el resultado de una larga y azarosa evolución que nos llevó desde el instinto a la razón, que no obedeció a ningún plan, sino que se hizo a salto de mata, resolviendo los problemas que las mutaciones genéticas y el entorno, incluido el entorno social, planteaban. Esa evolución nos ha dotado de una inteligencia poderosísima pero vulnerable, con puntos ciegos, mecanismos equivocados, trampas cognitivas y emocionales en las que caemos irremediablemente, y de las que tenemos que aprender a salir.

Cuando este libro ya estaba a punto de imprimirse, he sentido la necesidad de detener el proceso para incluir un prólogo de urgencia. ¿Qué suceso me ha incitado a hacerlo? El triunfo de Donald Trump, sus dos primeros meses de gobierno y su movilización de la ultraderecha mundial. Sin pretenderlo -y desde luego sin desearlo- tengo frente a mí un colosal ejemplo de todo lo que he estudiado en este libro: el éxito de una gigantesca campaña de persuasión utilizando trucos elementales y tecnología sofisticada. Trump ha vencido abrumadoramente en el combate de las ideas y de la comunicación política y seguirá haciéndolo mientras nadie sea capaz de enfrentarse a él en ese nivel. Las críticas que se reducen a un insulto -es un loco, es un payaso, un ignorante, solo pretende enriquecerse- son insolventes. No se han percatado de la envergadura del fenómeno político que estamos viviendo.

Los obsesos del poder siempre han mentido, pero la situación actual es nueva. No es que se acepten las mentiras; es que se ha extendido la idea de que nada puede ser mentira porque nada puede ser verdad. Si lo que digo no concuerda con la realidad, la culpa es de la realidad, no mía. La realidad depende de mi poder. No hay ninguna otra fuente de legitimación.

Los obsesos del poder siempre han mentido, pero la situación actual es nueva. No es que se acepten las mentiras; es que se ha extendido la idea de que nada puede ser mentira porque nada puede ser verdad.

La filosofía posmoderna, duramente criticada por el pensamiento conservador en sus inicios, afirma precisamente eso, que la realidad no interesa, que todo es discurso, y que quien se adueña del discurso, se adueña de la realidad. Desde esa perspectiva, todo, incluida la ciencia, son relatos, meras construcciones sociales. Esa propuesta aparentemente tan revolucionaria encanta a todos los autócratas. Para un dictador resulta estupendo que un filósofo le diga que puede determinar lo que es verdad. Es decir, que la filosofía posmoderna legitima las mentiras de Trump.

Nos asedian personas que quieren  persuadirnos de algo: de que compremos, votemos, obedezcamos, demos nuestro consentimiento, amemos, odiemos. Es posible que intenten convencernos con buenas razones, que tendremos que saber evaluar, pero lo más frecuente es que utilicen técnicas de persuasión sofisticadas, que aprovechen nuestras chapuzas evolutivas (…). Estos fallos de diseño -kluges, bugs, propensiones generalizadas al error- se caracterizan porque producen ilusiones, sesgos o evidencias que mantienen su fuerza aunque la razón nos diga que son falsas. Una persona puede saber que los fantasmas no existen y seguir teniendo miedo a los fantasmas. Un pacifista puede emocionarse al ver un desfile militar. Un defensor sincero de los derechos de la mujer puede mostrar respuestas machistas en el test de asociaciones implícitas. Los fallos de diseño funcionan como trampas cognitivas y afectivas que provocan creencias, afectos, y conductas insensatas. Permiten la entrada en el sistema mental de cada individuo de agentes patógenos que alteran el funcionamiento de la inteligencia.

La inmunología mental intenta identificar estos procesos para poder eliminarlos, si es posible, o, al menos, controlarlos. Para introducir orden en un terreno selvátivo voy a agrupar las agresiones externas en tres categorías:

-Informaciones falsas: Es el proceso más elemental. Aprovechando vías de comunicación normales se difunden ideas o noticias falsas que confunden a la víctima. No se trata de errores involuntarios, sino de mentiras intencionadamente difundidas.

-Virus mentales: Son mensajes cognitivos o afectivos que aprovechan las vulnerabilidades de una persona, las chapuzas evolutivas, las fisuras en la racionalidad, pero con la finalidad expresa de alterar los sistemas de control. Estos virus debilitan la autonomía del sujeto suavemente, sin que se percate. La atención voluntaria es una de sus presas más importantes. Si alguien se adueña de mi atención, se adueña de mi libertad.

-Marcos de insensatez: Son estructuras más complejas, que incluyen informaciones falsas, virus, creencias, movilizaciones emocionales, instituciones sociales, costumbres. Las ideologías son un buen ejemplo.

A la vista de la frecuencia con que caemos en trampas cognitivas y afectivas y de los sufrimientos que de ello se derivan, desde hace muchos años me ronda la idea de elaborar una “vacuna contra la insensatez”, que nos proteja. No me importa utilizar una analogía médica, porque una larga tradición emparenta la filosofía con la medicina. Me remito a Epicuro: “De la misma manera que de nada sirve un arte médico que no erradique la enfermedad de los cuerpos, tampoco hay utilidad ninguna en la filosofía si no erradica el sufrimiento del alma”.

Que personas poco inteligentes hagan cosas poco inteligentes es fácilmente comprensible. Lo que resulta difícil de entender es que personas muy inteligentes hagan estupideces.

Tenemos los conocimientos suficientes para elaborar un conjunto de vacunas que nos doten de un sistema inmunitario eficaz. Unas son generales, y otras están dirigidas a desactivar virus concretos. Este libro presenta un catálogo de virus y un catálogo de vacunas. Pero el análisis de la situación nos permite afirmar la existencia de dos supervacunas, ambas en crisis en este momento: el pensamiento crítico y la acción ética. La eficacia del pensamiento crítico es fácil de comprender, pero considerar la acción ética como una supervacuna merece una explicación.

Expondré mi tesis de una forma estrepitosa, para que llame la atención: la máxima creación de la inteligencia es la bondad. ¿Por qué? Porque la bondad no es esa meliflua resignación sentimentaloide con que quieren confundirla, sino la briosa acción creadora de la justicia, la genial constructora de la felicidad pública. La ética no es un aerolito caído de otro mundo para imponer orden: es el máximo despliegue de la inteligencia práctica. La teleología de la inteligencia nos lleva en la línea teórica a la ciencia y en la práctica a la ética. Y la práctica está por encima de la teoría.

Relacionar la inteligencia con la conducta (y no solo con la resolución de problemas teóricos) supone un cambio esencial en el modo de considerarla, porque de ser un concepto psicológico necesitamos ampliarlo hasta convertirlo en un concepto ético. Es una exclusiva de la inteligencia humana, que así rompe su continuidad con la animal. Cada vez que desde hace muchos años he dicho que trabajaba en una teoría de la inteligencia que comenzaba en la neurología y terminaba en la ética, la mayor parte de mis colegas han mostrado su irritación o su desconcierto ante lo que consideraban un derrape injustificado, tal vez fruto de algún tipo de ebriedad benevolente. ¡Qué tendrá que ver la inteligencia con la ética! Creo que no habían entendido mi proyecto.

Se lo volveré a explicar en formato tuit en cursiva. Todos están de acuerdo en que una buena definición de inteligencia es su capacidad de resolver problemas. También yo lo estoy, con tal de que esa afirmación se lleve a sus últimas consecuencias. Los problemas pueden ser teóricos y prácticos. También estamos de acuerdo. Los teóricos se resuelven cuando conocemos la solución, mientras que los prácticos solo se resuelven cuando la ponemos en práctica, que suele ser lo más difícil. De acuerdo también. Podemos continuar. Los problemas prácticos más urgentes, universales, comprometidos, complejos, son los que surgen de la convivencia humana y de la búsqueda de la felicidad. Si fallamos en esto, lo demás importa poco. La encargada de resolverlos es la ética. Ahora llega la conclusión más estrepitosa. La puesta en práctica de las mejores soluciones, es decir de la ética, es lo que denominamos “bondad”, que es por lo tanto la máxima manifestación de la inteligencia humana. Consecuencia: El test definitivo de inteligencia debería ser el test que midiera la bondad.

Ya está dicho y veo a mis colegas psicólogos cognitivos echarse las manos a la cabeza o, utilizando una expresión muy antigua, mesándose los cabellos y rasgándose las vestiduras. Lo siento. ¿No están de acuerdo con la conclusión? Díganme con qué paso de la argumentación no están de acuerdo. ¿No es resolver problemas la función de la inteligencia? ¿No hay problemas teóricos y prácticos? ¿No se solucionan estos mediante la acción? ¿La felicidad no es el problema que todos queremos resolver? ¿No se encarga la ética de resolverlo? ¿No es la bondad la realización de la ética?

Si tuviéramos la inteligencia suficiente, si no estamos demasiado debilitados por los virus culturales que tenemos alrededor, emprenderíamos una vacunación masiva contra la insensatez. Aún tengo la esperanza de que lo hagamos. 

** 'La vacuna contra la insensatez' (Ariel) llega a las librerías el próximo 7 de mayo.
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