Lo intenta ahora, y en buena medida lo logra, con su versión del Julio César de Georg Friedrich Händel, una producción del Gran Teatre del Liceu y la Dutch National Opera, que se estrenó hace dos años en Ámsterdam y acaba de aterrizar en Barcelona con solo seis representaciones hasta el 7 de junio. Su receta es compleja, pues Bieito logra que el reparto se implique actoralmente en compaginar el siempre difícil canto barroco con unas actuaciones dignas de la serie Succession –al fin y al cabo el Julio César en Egipto que concibió Händel no va de otra cosa que de la ambición de poder, ya sea sobre personas o territorios– y con una violencia y sexualidad que recuerdan a las películas de Sam Peckinpah o Quentin Tarantino.
Viudas romanas que quedan a merced de generales y reyes egipcios, que las obligan a realizar felaciones o las intentan penetrar. Puñetazos, rodillazos en la cara o Cleopatras que se cortan las venas. Momentos provocadores que se alternan con escenas sensuales de cuerpos en biquini tomando el sol en la costa del mar Rojo mientras una orquesta –real, pues parte de la orquesta se subió al escenario para tocar con instrumentos de la época en esta escena– toca acordes barrocos para deleite de un Julio César que más parece un monarca magrebí con aires de playboy que un emperador romano.
Más Bieito que HändelPara el vestuario, trajes bien cortados para ellos y vestidos sensuales para ellas. Y cuando la ocasión lo dictaba, bañadores y conjuntos de licra con estampados de oropeles que recordaban los anuncios de Versace, para que no olvidemos que los ricos muy ricos pueden, y suelen, tener un gusto estético más que cuestionable.
Bieito logra que el reparto se implique actoralmente en compaginar el siempre difícil canto barroco con unas actuaciones dignas de la serie Succession y una violencia y sexualidad que recuerdan a las películas de Sam Peckinpah o Quentin Tarantino
Ocupando todo el escenario, de hecho convirtiéndose en este, una gran jaula metálica que gira sobre sí y que tanto sirve para que los protagonistas entren y salgan de ella como para que se suban y canten desde lo alto, e incluso para elevarse parcialmente dando lugar a una pantalla convexa de LED donde se exponen las imágenes que hacen de contexto, a veces muy sugerentes y acertadas, pero en la mayoría de ocasiones vacías y sin demasiado sentido.

Así transcurre este Julio Cesar barroco en lo musical, mundano en lo visual, que triunfó entre el público cosechando un largo aplauso final que rozó los diez minutos. Sin duda era un reto transformar una ópera de más de tres horas, concebida para una representación sosegada, como se cantaban las óperas en el siglo XVIII, en una amena historia de sexo, ambición y poder, todo ello sin perder un ápice de calidad musical.
Desde el primer minuto su Julio César se sitúa en el límite de la fagocitación de la obra de Händel para abducirnos con su despliegue transformador, haciéndonos casi olvidar que la tarde era para escuchar ópera, no para ver la tele.
Bieito lo logra en la parte que le corresponde. Pero a ratos se excede en una exhibición creativa que culmina con el remate final de las letrinas de oro para simbolizar los tronos de César y Cleopatra, toda una metáfora del poder absoluto. Desde el primer minuto, su versión se sitúa en el límite de la fagocitación de la obra de Händel para abducirnos con su despliegue transformador, haciéndonos casi olvidar que la tarde era para escuchar ópera, no para ver la tele.
Enorme William ChristieEn algunos momentos, en especial hacia el final del tercer acto, la propuesta de Bieito cruza este límite, cayendo en el absurdo en escenas como cuando Achilla se desnuda sin sentido y se vuelve a vestir; cuando Ptolomeo esparce helado sobre el pecho, esculpido en gimnasio, de un apolíneo criado vestido con bañador y batín para luego lamerlo; o cuando Sesto baila ridículamente tras asesinar a Ptolomeo.

Si el resultado final de este Julio César deja un buen sabor de boca tras las casi cuatro horas –si se cuenta el receso–, es en gran medida gracias a la excelente labor del elenco cantante y sobre todo del director William Christie, uno de los más grandes conductores en lo que se refiere a música antigua que a sus ochenta años se ha apuntado a esta aventura. Christie ha conseguido convertir a la Orquesta Sinfónica del Liceu en una orquesta barroca que toca con instrumentos de época, incluso con el atrevimiento, por parte de varios de los músicos, de vestirse con ropas de orquesta andalusí y subirse al escenario, desde el foso y con los instrumentos, para seguir tocando.
Si el resultado final de este Julio César deja un sabor satisfactorio tras las casi cuatro horas de duración, es en gran medida gracias a la excelente labor del elenco cantante y sobre todo del director William Christie
Conducción y ejecución, pues, perfecta para esta ópera, la más popular de las 40 que compuso Händel, que se estrenó en 1724 en Londres y contiene ocho arias y dos recitativos acompañados, todos ellos cantos de gran exigencia. Así se lo reconoció el público a Christie tanto en el aplauso tras el receso como en la ovación final, que sirvió para recordar que su presencia era uno de los grandes alicientes para venir a ver esta propuesta.
Julie Fuchs, faraona de la tardeChristie exhibió una especial complicidad con la soprano francesa Julie Fuchs, que se erigió ayer como la faraona del estreno en su papel de Cleopatra, y también en el de triunfadora absoluta entre el respetable gracias su despliegue interpretativo, lleno de picardía y sensualidad, que supo combinar a la perfección con una voz perfectamente temperada y con la adecuada morbidez en cada momento.

No fue la única que estuvo excelente: todo el reparto mostró una gran calidad, destacando por su acertada coloratura los contratenores Xavier Sabata (Julio César) y Cameron Shahbazi (Ptolomeo), excelentes en la ejecución con su falsete aterciopelado y su capacidad interpretativa, haciendo Sabata de César sensual y atormentado y Shahbazi de Ptolomeo decadente y facineroso. También está soberbia la mezzosoprano inglesa Helen Charlston en su papel de Sesto (incialmente compuesto para castrati), si bien quizás es la que menos convence en su interpretación.
La misma calificación merece la mezzo italiana Teresa Iervolino, asumiendo el rol de la desventurada Cornelia, agredida sexualmente por Achilla y golpeada por Ptolomeo, que también la intenta forzar. A gran nivel también estuvo el barítono murciano José Antonio López en su papel de un Achilla, general egipcio con pinta de matón tardofranquista. Finalmente, mención al contratenor Alberto Miguélez Rouco en su papel de Nireno, el criado de Cleopatra, atemperado y convincente en su única y breve intervención vocal.