Momento crítico para Holaluz, la eléctrica que lleva años prometiendo “cambiar el mundo” con energía renovable y “precios justos” para los consumidores. Al borde de la quiebra, desde su salida a Bolsa en noviembre de 2019 ha perdido más de 43 millones de euros tras gastar más de 115 millones en publicidad, propaganda, relaciones públicas y asesores.
Con una deuda de 58,8 millones a cierre de 2023, Holaluz está al borde del preconcurso de acreedores.
La compañía, que en su regreso al parqué el pasado miércoles se hundió un 20% y fue incapaz de cruzar las órdenes de venta, amenaza con unirse a la larga lista de fiascos del mercado de pymes cotizadas, en la estela de otras empresas centradas en autoconsumo como EiDF o Solarprofit.
Fundada en Barcelona en noviembre de 2010, Holaluz debutó en el MAB nueve años después con una valoración de 160 millones, frente a los 257 millones en los que cerró 2021. Antes de la suspensión valía 56 millones, cifra que ha quedado reducida a 45 millones tras el batacazo que ha sufrido al volver a cotizar. Ya vale menos que la deuda que su acumula.
El balance desde su debut bursátil es de 43 millones de pérdidas acumuladas y ni un solo euro de beneficio. Los números rojos más abultados, de 26,16 millones, fueron el pasado ejercicio. En estos años ha contabilizado un gasto de 73,5 millones en la partida de “publicidad, propaganda y relaciones públicas” desde 2019.
De esa cifra, 23,81 millones corresponden a 2023, cuando la empresa empezaba a enfilar el descalabro por el pinchazo del autoconsumo doméstico, en el que había depositado muchas esperanzas. Desde Holaluz recuerdan, sin dar más detalles, que, tal y como indican sus cuentas, en 2023 más de dos tercios de esa partida, 18,4 millones, eran “en concepto de periodificación de costes de captación”.
El gasto de Holaluz en “servicios profesionales independientes” alcanzó en 2022 un pico de casi 17 millones. En 2023 fue de 5,86 millones. En total, cerca de 42 millones desde la salida a bolsa. Entre los asesores de Holaluz está la consultora McKinsey. En 2023 esta firma estadounidense recibió, según las cuentas de la eléctrica, “anticipos” de 6 millones “en el marco de un programa de desarrollo para la escalabilidad y automatización de las operaciones del negocio de solar”.
La apuesta por el autoconsumo solar fue la principal razón para el sobredimensionamiento de una plantilla que a cierre de 2022 alcanzaba 752 empleados, frente a los 176 de septiembre de 2019. En noviembre anunció un ERE para 200 empleados por la caída del autoconsumo residencial. En sus últimas cuentas, la empresa insiste en que “el modelo de generación distribuida de Holaluz propone maximizar el potencial de cada tejado, para pasar de un oligopolio centralizado, caro, contaminante y con escasa participación de los consumidores a una red de energía limpia descentralizada, descarbonizada, democratizada y asequible”.
La política ha sido esa: sobredimensionar la instalación (lo que implica más coste para el usuario y un mayor desembolso de las ayudas del plan de recuperación) para vender todos los excedentes posibles.
El pasado ejercicio, con el autoconsumo doméstico cayendo a plomo tras el boom de 2022, su negocio de instalación de placas fotovoltaicas facturó algo menos de 25 millones. Cayó el 19%, en “un año muy complejo para el mercado de instalaciones solares residenciales en España”, con caídas del 50% en un entorno de subida de tipos de interés y moderación de los precios de la luz. La empresa defiende que “mejoró las cifras de la industria doblando su cuota de mercado en ventas, pasando de un estimado de 1,6% en el 2022 a más del 3% en el 2023, evidenciando la superioridad de la propuesta de valor y el foco en obtener ventas con mejores márgenes que generan valor para el cliente y para la compañía”.
Objetivos incumplidosEn el momento de saltar al parqué, Holaluz planteó como objetivos para 2023 superar el millón de clientes, contar con más de 50.000 instalaciones de autoconsumo o superar los 1.000 millones de facturación, con un beneficio bruto operativo (Ebitda) de 72 millones. No ha cumplido ninguno. El pasado ejercicio su Ebitda fue negativo, sus ventas se desplomaron un 33%, hasta 614 millones, las instalaciones solares realizadas eran, contando el histórico, poco más de 7.500, y su cartera de clientes era de unos 325.000.
El pico de puntos de suministro llegó a cierre de 2021, con 386.548. Pero la cifra se redujo drásticamente tras el cierre del negocio de comercialización de gas a finales de 2022, en plena crisis energética por la guerra en Ucrania, que afectó a unos 70.000 clientes.
En 2018, antes de salir a Bolsa, Holaluz era la pequeña comercializadora que más crecía, un 44% en un año, tras adjudicarse en 2013 una de las compras colectivas que ha organizado en los últimos años la OCU a cambio de cobrar una comisión por cada cliente captado.
Centrada en la venta de electricidad 100% renovable, Holaluz era hace un lustro de las pocas que empezaba a plantar cara a las cinco grandes eléctricas que concentran casi el 90% de los suministros (Iberdrola, Endesa, Naturgy, Total Energies y Repsol). En enero de 2019, su consejera delegada, Carlota Pi, aseguraba que vendían 10 plantas de autoconsumo por semana. En la empresa se las prometían muy felices tras la derogación del conocido como impuesto al sol del PP, y tras anunciar en 2018 un acuerdo con Tesla para vender sus famosas baterías de autoconsumo que no parece haber dado demasiados frutos.
En 2020 lanzó la campaña “la revolución de los tejados”. Prometía “ser una herramienta para cambiar el mundo” con energía 100% renovable y “precios justos” gracias “al uso intensivo de la tecnología y poniendo el cliente en el centro, estableciendo una relación a largo plazo basado en la confianza”. Sin embargo, sucesivos análisis de Facua han señalado sus tarifas entre las más caras del mercado eléctrico. Sobre la empresa también han recaído varias sanciones de la Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC) por cambios irregulares de contrato.
Ya antes de la pandemia y de la guerra en Ucrania, que puso en una situación muy comprometida a muchas pequeñas comercializadoras por la subida disparatada del gas y la luz, Holaluz advertía de que se avecinaban “fusiones y cierres” en ese poblado segmento, en el que los márgenes son muy ajustados si no se tiene presencia en la pata de generación. La apuesta era “la escalabilidad” y ganar tamaño, algo que hizo a finales de 2021 comprando la filial española de la británica Bulb, una de las víctimas de la crisis energética en Reino Unido.
Ahora, esta situación crítica ha dejado pillados a los actuales accionistas de Holaluz. Los tres fundadores, Carlota Pi (consejera delegada), Ferran Nogué y Oriol Vila, controlan entre los tres casi un 44%. El mayor accionista individual es el fondo Axon, pionero en inversión tecnológica en España, con un 16,8%. Los otros socios de referencia son la gestora vasca Geroa, que gestiona los fondos de cerca de 110.000 trabajadores en Euskadi, el empresario Gerard Romy, uno de los fundadores de Mediapro, a través de una sociedad en Países Bajos, Mediavideo BV (5,14%), y MDR Inversiones, de la familia Moratiel, ex propietarios de los autobuses Auto Res (5,13%).
Fuentes conocedoras de las tripas de la empresa creen que la pata de comercialización es la que ha permitido a Holaluz sobrevivir hasta ahora, al poder compensar las fuertes pérdidas del negocio solar, que califican de “agujero negro”. “Si no hubiera habido comercialización, habrían quebrado mucho antes, como le pasó a Solarprofit y otras que solo tienen venta de instalaciones y han acabado como han acabado”.
Esos 300.000 suministros, apuntan estas fuentes, son los que hacen que la compañía tenga cierto valor, porque son clientes “leales” y un activo importante que se puede vender. En el sector ya circulan quinielas de una posible adquisición de esa cartera por parte de una gran eléctrica.
Y si se ha llegado hasta aquí ha sido por “los cantos de sirena” para crecer a toda costa. “Todo el mundo critica a Carlota y sin duda ha cometido errores. Pero ahí hay todo un ecosistema de fondos, inversores, asesores de bolsa, de gente que hacía informes, de McKinseys and company, todos haciendo el bunga bunga del lobo de Wall Street, y venga a crecer y a crecer. Hay que repartir culpas entre la mala gestión del equipo de dirección y, en concreto, de la persona que lidera, pero también de todo el ecosistema de alrededor de machos alfa con ático en Nueva York”.