Desde el colapso del régimen de Bashar Al Asad el pasado diciembre, las tensiones permanecen elevadas entre las distintas comunidades de Homs, sobre todo en los barrios alauíes, secta que estaba asociada al exdictador
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El régimen de Bashar Al Asad cayó en Homs pocos días antes que en Damasco. La ciudad situada a más de 150 kilómetros al norte de la capital fue la última parada de los opositores armados en su avance desde el noroeste de Siria hacia el palacio presidencial.
Más de un mes después del cambio de gobierno, en Homs la situación aún no ha regresado a la normalidad, entre la falta de seguridad y los deseos de venganza en una urbe donde la convivencia entre las principales comunidades religiosas (suníes, alauíes y cristianos) se rompió a lo largo de los casi 14 años de guerra civil.
Durante el día, el centro de la ciudad tiene una actividad frenética: las tiendas están abiertas y en las calles se venden todo tipo de productos, desde cigarrillos y gasolina, hasta pescado y fruta; además de las famosas pastelerías de Homs, en las que los dulces empapados de miel y rellenos de frutos secos o nata ofrecen un breve consuelo para la vista y las barrigas. Pero por la noche hay tiroteos, robos e, incluso, secuestros, tal y como relatan a elDiario.es varios residentes de la urbe, especialmente de los barrios alauíes, secta a la que pertenecía el derrocado dictador y que denuncia sufrir represalias desde que su protector huyó del país rumbo a Rusia.
Plaza del Nuevo Reloj, en el centro de Homs, enfrente de la sede de la gobernación de esta región de importancia estratégica y simbólica.“Por favor, que nos den seguridad, que vuelvan a abrir las comisarías”, pide desesperado Rafik Al Sati, un residente del barrio de Al Zahrá. “Tenemos miedo por nuestros hijos”, agrega el hombre, afirmando que los están secuestrando “criminales”. Explica a este periódico que detrás de esos secuestros no están las nuevas autoridades, encabezadas por el grupo islamista Hayat Tahrir al Sham (HTS), que lideró la ofensiva sobre Damasco y ha tomado el poder en el país. “Estamos dispuestos a entregar a los que tienen las manos manchadas de sangre”, dice Al Sati.
De hecho, la recién formada Administración de Seguridad Pública llevó a cabo una campaña de arrestos a principios de enero contra los miembros del régimen de Al Asad que rechazaron entregar sus armas y regularizar su situación –tal y como les exigen las nuevas autoridades, siempre y cuando no hayan cometido crímenes durante la guerra–. Los medios sirios no ofrecieron una cifra de detenidos pero, según la ONG Observatorio Sirio de Derechos Humanos (con sede en Reino Unido), eran más de 600 y algunos fueron “maltratados y torturados”.
La semana pasada, las autoridades anunciaron la puesta en libertad de una parte de los arrestados en Homs, después de investigar sus antecedentes y de comprobar que no habían realizado “actos contra la nueva Administración siria”, según la agencia de noticias oficial SANA. Las redadas han continuado esta semana en la región de Homs contra los denominados “remanentes” del régimen.
En las calles del centro de la capital regional se puede ver a los hombres de la Seguridad Pública, así como en los accesos de Homs ciudad, pero no en los barrios periféricos o donde viven las minorías. Muchos de los agentes ocultan su rostro y visten el uniforme militar de los “rebeldes” o de las fuerzas de seguridad del Gobierno de Salvación, establecido hace años en Idlib (noroeste) en las zonas controladas por HTS.
Agentes de la nueva Administración de Seguridad General patrullan en una calle central de Homs, el 14 de enero de 2025.Un funcionario de ese Ejecutivo, que ahora trabaja junto al nuevo gobernador de la región de Homs, explica a elDiario.es que la campaña de arrestos se dirigía solo contra aquellos que no habían querido entregar sus armas y regularizar su situación. “Buscamos a los criminales, no por su secta”, afirma el funcionario, que pide no revelar su identidad porque aún no ha sido nombrado oficialmente. Agrega que “los criminales son criminales” y representan un riesgo para la seguridad de todos. Admite que hay un problema de seguridad en Homs y que es un problema que afecta al conjunto de la población, subrayando que es “una prioridad” para las nuevas autoridades.
En el palacete donde se encuentra la gobernación, se instalaron esas autoridades a mediados de diciembre, cuando fue nombrado el nuevo gobernador. Ahora están formando a los nuevos agentes de las fuerzas de seguridad porque no hay suficientes, dice el funcionario en su despacho de la lujosa sede de la gobernación, donde las banderas de la nueva Siria dejan muy claro quien está al mando. Las alfombras rojas, los suelos de mármol y las lámparas de cristal ofrecen una idea de la opulencia de la que se rodeaban los representantes del régimen de Al Asad.
“El régimen anterior alimentó el sectarismo”, lamenta el funcionario, originario de Homs, de donde tuvo que marcharse en 2011 por su militancia en la oposición. Al igual que él, otros opositores han regresado y los que adquirieron experiencia en la administración de Idlib están participando en la nueva administración local y regional de Homs. “El problema es que el tejido social está roto, hay grietas entre todos los grupos, no sólo los alauíes”. “Queremos reconstruir el tejido social y que haya paz”, concluye.
Sede de la gobernación de Homs, en la que se han instalado las nuevas autoridades desde la caída del régimen de Al Asad.En el barrio de mayoría alauí de Wadi al Dahab, grupos de adolescentes y hombres fuman narguile en la calle y las mujeres hacen las últimas compras antes de que caiga el sol. Coinciden en que por la noche todos se quedan en casa porque tienen miedo por la inseguridad. Mohamed Suleiman, de 37 años, charla con cuatro amigos en la calle y afirma que “por el día no pasa nada”.
Pero cuando anochece, la situación cambia. “Pedimos puestos de control en [los accesos] de este barrio para que sea seguro, queremos la protección de las autoridades”, dice a elDiario.es. Relata que los que cometen los secuestros no pertenecen a HTS y que, cuando los agentes de las nuevas autoridades han venido al barrio, se han identificado claramente y los residentes han colaborado con ellos. “La mayoría de los secuestros son por venganza”.
Según Suleiman, los que están llevando a cabo esos actos de venganza son ciudadanos de Homs que salieron de la ciudad en 2012 cuando los rebeldes fueron expulsados del barrio de Baba Amr por las fuerzas del régimen, después de una brutal ofensiva y asedio militares contra esa área, que a día de hoy sigue estando cercada por un muro de hormigón y parcialmente destruida. “Se fueron de Homs siendo niños, tras perder a su padre, sus hermanos o primos, y ahora tienen la sangre caliente”, afirma.
“Nosotros no podemos hacer nada frente a esta gente”, dice el hombre, funcionario del Ministerio de Petróleo, que ha conservado su puesto a pesar del cambio radical en Siria. Agrega que confía en las nuevas autoridades para resolver esta situación.
Una calle de Wadi al Dahab, un barrio alauí de la ciudad de Homs, donde los habitantes se quejan de la inseguridad.Otra residente de Wadi al Dahab, Hanan Suleiman, considera que es normal que haya problemas de seguridad porque están en una “etapa de transición de un gobierno a otro”. “Yo no tengo miedo, hago mi vida, en mi casa y con mis hijas”, afirma a elDiario.es la mujer de 48 años, que tiene cuatro hijas y está divorciada desde 2010. A pesar de que es alauí, asegura que no se beneficiaba del régimen porque no tenía “enchufe”. Hasta hace pocos meses trabajaba en una fábrica del Ministerio de Defensa que hacía mantas y otros textiles para el Ejército sirio. La fábrica cerró y se quedó sin trabajo, y sin ingresos, esa es su mayor miedo respecto al futuro.
Hanan asegura que el cambio en Siria ha sido para mejor y que está contenta, aunque preocupada por la situación económica, que ya no era buena para ella antes de la caída del régimen. Recuerda que durante los pasados años fue difícil para ella criar a sus hijas, siendo una madre divorciada, y que el principal problema del régimen era la corrupción y el tener que pagar sobornos.
Los alauíes no sufrían la represión y persecución del régimen, siempre y cuando no lo criticaran abiertamente, pero no todos se beneficiaban de su red de clientelismo. Reem, una estudiante de Turismo en la Universidad de Homs –que hasta hace poco se llamaba Universidad de Baath, el partido único en Siria durante décadas– declara a este periódico que espera tener más posibilidades de encontrar trabajo en su sector. Antes, bajo el régimen de Al Asad, los puestos de trabajo estaban reservados a “algunas personas” y ahora espera que haya “futuro” para todos en Siria, agrega de forma tímida esta joven de la minoría alauí.
Si antes contaban con la protección del régimen, ahora esta comunidad vive con el estigma de haber colaborado con Al Asad o de haber mirado hacia otro lado. Lo mismo les ocurre a los cristianos de Siria, ya que el expresidente alegaba que era el único capaz de protegerlos de los islamistas radicales –que el Gobierno asimilaba con la oposición, en su mayoría suní–.
Una iglesia en el barrio de Hamidiye, junto a una mezquita, en la ciudad de Homs.En el barrio de Hamidiye, junto al centro de Homs, los vecinos de la minoría cristiana miran con desconfianza hacia las nuevas autoridades, cuyos antecedentes radicales (HTS nació de la filial siria de Al Qaeda) infunden temor. Samar Ghomed, una mujer de 35 años, cuenta que, después de la caída del régimen, tuvo algunos problemas en los puestos de control de las nuevas fuerzas de seguridad, por ello, ahora lleva en su coche la imagen de una virgen, para diferenciarse de los alauíes. La apariencia de las mujeres cristianas es similar a la de las alauíes, porque no llevan la cabeza cubierta en su mayoría.
Un hombre del barrio, Fawzy Shauqi, dice que la situación es tranquila, en general, excepto por las noches, cuando se escuchan algunos disparos. “Cuando llegaron las nuevas autoridades, teníamos miedo, pero hemos visto que va todo bien y que los casos [de violencia] que se han registrado son aislados, y no son contra los cristianos en concreto”, explica. Su padre, de 75 años, interviene en la conversación, hablando español. “Todavía es pronto para ver el cambio, pero esperamos que sea para mejor”, dice Fadi Shauqi, quien estudió Odontología en Barcelona hace mucho tiempo.
La familia es originaria de Homs y han vivido en esta urbe durante la guerra. “Somos una minoría, muchos de nosotros han salido de Siria, pero espero que nos respeten, con nuestras costumbres”, desea el anciano. “No sabemos qué vendrá, podemos aceptar todo menos el fanatismo y la venganza”.