Citroën, fiel a su lema de hacer coches inspirados en las personas, va a poner a la venta este mes una nueva versión del Berlingo que combina el motor de gasolina PureTech de 130 CV con la caja automática EAT8 de ocho relaciones.

Hasta el momento, este vehículo -con carrocería de furgoneta y diseñado para el negocio y el ocio- solo se podía solicitar con transmisión automática (de convertidor de par) y el motor diésel BlueHDi de 130 CV.

Pero esto cambia con el inicio del año y Efe ya lo ha probado por las carreteras de la sierra de Madrid y con destino a Ávila.

La transmisión automática con el motor gasolina de 130 CV hace al Berlingo (que se puede elegir en dos tallas: M de 4,40 metros de largo y XL de 4,75 metros) un coche muy cómodo de conducir.

El paso de una relación a otra es fluida y carente del soniquete habitual en algunas cajas de convertidor de par, en las que parece que aceleramos y solo obtenemos ruido.

En el Citroën no sucede eso. Cuando demandamos velocidad, la caja responde sin caídas de potencia o resbalamientos, aunque sí se nota que, si practicamos una conducción dinámica, hay un ligero retardo en la entrega.

El motor, además de solvente, también es elástico para carretera, lo que facilita alcanzar con agilidad cruceros de velocidad legales (acelera de 0 a 100 km/h en 10,7 segundos y puede alcanzar los 200 km/h).

Esto hace que el sentarse al volante sea muy placentero en un vehículo que, por diseño y materiales empleados, parece más un turismo que una furgoneta.

La posición del volante no es vertical, como en otros derivados de comerciales, y es fácil acomodarse en la amplia banqueta para enfrentarse a viajes largos o a un duro día de reparto.

Hay numerosos huecos repartidos por la zona del conductor, especialmente en la zona baja que le separa del copiloto, gracias a que el freno de mano es eléctrico y la caja de cambios carece de una palanca al uso, ya que ha sido sustituida por una rueda.

Además, en la parte de arriba del parabrisas delantero se puede montar una consola para dejar diferentes pertenencias o materiales de trabajo.

Detrás nos encontramos tres plazas independientes y del mismo ancho, con las que pocos vehículos pueden competir por amplitud y comodidad.

Las puertas deslizables (incorporan ventanillas que pueden bajar, lo que no es habitual en el segmento) facilitan a personas mayores el acceso al vehículo, así como tareas como fijar la silla de retención de un menor.

Para familias numerosas, Citroën ofrece (por unos 800 euros) una tercera fila con otros dos asientos, lo que convierte al Berlingo en una alternativa a los monovolumenes o los SUV grandes.

A ambos también les gana por la altura interior y por la amplia zona acristalada que ofrece (es muy de agradecer a la hora de maniobrar), en la que la luneta trasera es practicable y muy resolutiva cuando el maletero está lleno y hay que meter o sacar una cazadora o una bolsa sin que se caiga todo.

Citroën, en su línea de hacer coches que vivan para ti y no al revés, ha apostado por un diseño exterior que transmite dinamismo, al tiempo que fortaleza.

La iluminación delantera en dos alturas, el amplio parabrisas, un morro elevado y los protectores (airbump) inferiores (pueden ir rematados en color) le dan una imagen más de vehículo de ocio que de trabajo.

En definitiva, el Citroën Berlingo sigue siendo -como rezaba una antigua publicidad de los años 2000- el vehículo oficial para la faena y el paseíllo, pero cada vez con un mayor enfoque para esas salidas con la familia en las que se busca un turismo amplio, confortable y seguro (puede montar hasta 18 asistentes a la conducción).

Si optamos por esta nueva versión de gasolina y caja automática (tiene un sobrecoste de unos 1.500-1.600 euros respecto a una transmisión manual) habrá que elegir el acabado más completo, el Shine, que eleva el precio de partida a 27.000 euros con la talla M.

Pero la tarifa puede bajar hasta los 21.000 con los diferentes descuentos que ha previsto el fabricante.

Si optamos por la carrocería XL, el precio se encarece en unos 1.000 euros (con descuentos).

Por Javier Millán Jaro