El calor se pega al cuerpo inmediatamente. Me abraza, me acaricia como un beso mortal del cual es imposible soltarme. Los poros comienzan a producir sudor, y es angustiante pensar que no dejarán de funcionar ni un segundo por semanas. Mi sensación al llegar a Porto Velho es siempre la misma: ¿dónde está la selva? Desde lo alto, en el avión, aún se ven áreas de bosque, pero al cruzar la puerta, en la pista del aeropuerto, la única sensación es el vaho sofocante que sube desde el asfalto.
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