En 1517 se utiliza por primera vez el término 'maricón', que hasta el día de hoy ha supuesto una losa para muchos gais. ¿Por qué decide utilizarlo para bautizar el libro?
Surgió casi por casualidad, cuando empecé a hacer los hilos de Twitter y necesitaban un nombre que los vinculara. Toda esa gente a la que hoy llamamos LGTBI ha tenido millones de nombres a lo largo de la historia, pero creo que 'maricón' es el que más ha perdurado en el tiempo y, pese a su carga despectiva, creo que es el que tiene un significado más amplio.
En el libro explica que no podemos utilizar referencias actuales, como 'homosexual' o 'LGTBI', para referirnos a situaciones pasadas, ¿por qué?
La conceptualización y cómo pensamos el sexo, el deseo y el género ha ido cambiando paulatinamente. Hay cosas que pueden ser casi inmutables, pero en ningún momento podemos trasladar un término de una época a otra. En la Antigua Grecia había 'hombres que se acostaban con hombres', igual que hoy hay 'hombres que se acuestan con hombres' y esa es la única forma equivalente de decirlo. Hoy en día, un hombre que se acuestan con hombres adquiere o puede adquirir una identidad (gay, bisexual...) y en aquel momento no era una identidad, era una práctica. Ese cambio que pasó en el siglo XIX es muy importante. No podemos hablar de personas LGTBI antes de que se haya ideado esa categoría, porque estaríamos falseando la Historia. En la Edad Media hubo personas que vivían con un género distinto al que se les asignó al nacer, pero no tienen por qué encajar con lo que hoy llamaríamos personas trans.
Sí hay debate sobre si determinados personajes, como Elena/Eleno de Céspedes (1545) o Catalina de Erauso, la Monja Alférez (1592– 1650), eran hombres trans o mujeres que adoptaron un rol masculino para tener más libertad.
Hay muchas figuras en la Historia a las que hoy podemos comprender con nuestras etiquetas. Podemos apropiarnos de ellas para dar una salida a la forma en la que nos entendemos a nosotros mismos. Una persona trans puede decir: "La monja alférez, Antonio de Erauso también fue trans". Es una valoración que más o menos nos encaja, pero si viajáramos en el tiempo y le preguntáramos, quizá nos diría que en absoluto, que no es un hombre y que se considera una mujer masculina. Nunca podremos asegurarlo al 100% si no encontramos testimonios escritos en primera persona. Y eso, cuanto más nos remontamos, más difícil es. Muchas veces, al hacer historia LGTBI, proyectamos nuestra forma de pensar, e incluso nuestros deseos de encontrar iguales, hacia el pasado, cuando es posible... pero a medias.
¿Cuánto hay de deseo y cuánto de realidad en este libro?
Hablo siempre de la ortodoxia sexual y de género –el que se comporta como se espera en todo momento de la Historia– y la heterodoxia –la gente que se aparta de alguna manera de lo que se espera– . Es una categoría que me viene muy bien, porque es muy amplia, aunque a veces el deseo de encontrarnos reflejados en otro momento pesa mucho. Decir que Cervantes era bisexual es puramente deseo, un intento de adscribir nuestra etiqueta a una persona de su talla, porque la legitima. Si le preguntáramos a Cervantes nos diría cualquier cosa: tal vez que sí tenía relaciones con hombres; que lo hacía por dinero; o podríamos llevarnos sorpresas muy importantes. Él estuvo casado, pero hay rumores suficientes como para pensar determinadas cosas sobre su estancia en Argel. Siempre hay una parte de deseo pero lo más importante es observar la realidad con la mayor objetividad posible para no falsear la Historia.
¿Se exigen más pruebas para demostrar que un personaje histórico era homosexual que heterosexual?
Absolutamente. Por imperativo cultural, siempre damos por sentado que un personaje histórico era heterosexual, aunque no haya pruebas. Sin embargo, si aparece algún dato sobre su homosexualidad, todo son dudas. Lo investigas y en la balanza de la igualdad absoluta tienes que poner mucho más peso en el lado de la heterodoxia. Se exige mucho más a alguien que afirma que un personaje no fue como se supone que tenía que ser.
¿Es lo que ocurre con Goya y su relación epistolar con Martín Zapater?
Sus cartas son el sexting de la Ilustración. ¿Cómo entendían ellos esas cartas? Tal vez eran dos señores heterosexuales que se ponían cachondos hablando de penes y de vaginas. O igual es que Goya quería hacer alguna cosa con este hombre, como pudo llegar a hacer. Siempre nos han contado una historia oficial, que no por ser oficial tiene que ser cierta. Lo importante al hacer historia de la sexualidad es plantear las dudas donde nunca se han planteado.
En el libro traslada esas dudas hasta la relación entre Jesús y Juan, que en el Evangelio aparece mencionado como el discípulo amado.
Esta teoría no es mía, sino de un monje de la Edad Media que, además, es Santo, por lo que habría que pensar que está iluminado por Dios. Lo que ocurre con estas figuras históricas, casi de ficción, es que tenemos muy pocos documentos con los que reconstruir una historia muy amplia. Existe un estado oficial del cristianismo que no dice nada sobre la vida privada de Cristo; una versión oficializada que plantea si tuvo una vida privada con María Magdalena; y desde la Edad Media está la versión extraoficial de San Elredo. Este monje comparaba la "amistad" que tenían los monjes entre sí con la que tenían Cristo y Juan, el discípulo amado que aparece representado en cuadros sobre la última cena recostado sobre el hombro o el pecho de Jesús. A estos monjes, que encontraron textos, les pasaba como a nosotros ahora: querían encontrar algo, miraban y lo encontraban. ¿Qué pasó en realidad entre Cristo y Juan? Nunca lo sabremos.
¿Qué relaciones tenían entre sí aquellos monjes?
Mientras San Pablo decía que es mejor casarse que abrasarse, San Elredo venía a decir que mejor tocarse que aguantarse. Si esos monjes estaban leyendo como iguales a Cristo y Juan, ¿qué pasa con Cristo y Juan? Al hacer historia LGTBI y del deseo la única forma de comprobar al 100% si los monjes se acostaban, si Goya y Martín Zapater se acostaban, es meterse en la cama con ellos. Y eso ya no lo podemos hacer, pero si hay indicios suficientes como para plantear dudas.
La Iglesia es una de las instituciones que más ha condenado la homosexualidad, pero cuenta que durante una época permitió las uniones entre hombres.
El investigador John Boswell estudió la Adelfopoiesis [una ceremonia practicada por iglesias cristianas durante la Edad Media] y concluyó que aquello eran uniones entre personas del mismo sexo como los matrimonios. Lo que sabemos al 100% es que eran uniones afectivas y patrimoniales que se oficiaban y estaban bendecidas a la luz de la Iglesia. Un sector negacionista quiere verlo ahora como un contrato privado entre dos personas que querían poner en común el patrimonio, como si montasen una empresa. Otro lleva mucho tiempo reivindicando que eso eran uniones equivalentes al matrimonio, aunque no lo llamaran matrimonio. No sabemos qué hará el Papa Francisco, ahora que parece que titubea sobre si apoyar las uniones civiles o no. Que no dude: la Iglesia ya tiene una institución casi milenaria que puede volver a recuperar.
Muchos de sus relatos se basan en cartas, poemas, escritos... ¿cuánto pesa la cultura en toda esta historia que se lee entre líneas?
La cultura es fundamental tanto para expresar una experiencia como para sentirse identificado, pero hay una parte grandísima de la Humanidad que nunca ha tenido acceso a ella y no ha podido dejar testimonio de muchas cosas. Anne Lister reflejaba en sus diarios, con todo detalle, todas las veces que se acostaba con mujeres. Esos diarios se han conservado, pero muchos otros ni siquiera llegaron a escribirse porque la gente ni siquiera sabía escribir. Imagina qué hubiera pasado si existieran las conversaciones de Grindr en el siglo XII.
¿Por esa razón hay menos testimonios de mujeres?
Ellas han tenido mucho más difícil expresarse por sí mismas. Hasta hace muy poco la cultura común, siempre masculina, no había prestado atención a sus experiencias. Que sepamos tantísimo sobre Aristóteles y tan poco sobre Hipatia o sobre Safo no es casual. El problema es que hoy no tenemos materiales para reconstruir todo aquello que las personas LGTBI han pasado.
Siempre se habla de que las relaciones entre mujeres han estado más invisibilizadas, cuando no que son cosas 'entre amigas'.
Desde que existen las religiones monoteístas se han proscrito las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo y, al mismo tiempo, como la sociedad estaba tan diferenciada por sexos, se favorecía que las relaciones de amistad fueran homosociales. Aquello provocó una confusión muy grande entre el afecto amistoso y el afecto mucho más que amistoso. Mucha gente cree que ahí está la clave para justificar que todas eran amigas. Eso pasa con las mujeres, sobre todo, a partir del siglo XVIII, cuando se ensalza tantísimo esa amistad supuestamente casta entre mujeres. Nadie es consciente – o nadie quiere ser consciente– de que esas dos grandes amigas no eran grandes amigas... sobre todo cuando llevaban viviendo juntas 50 años, como las señoritas de Llangollen.
¿Qué supuso la generación del 27 para la visibilidad?
La del 27 es la primera generación plenamente autoconsciente de su identidad que empieza a ser políticamente comprometida con el tema. Cernuda es muy significativo, porque empieza a visibilizar y a publicar su sexualidad y se enfrenta al desprecio público desde muy pronto. En la República se empieza a hablar de sexualidad. Gregorio Marañón, a pesar de que sus ideas nos parecen ahora desfasadas, era entonces el presidente de la Liga Española para la Reforma Sexual. España era uno de los países a la cabeza de la liberación sexual, hasta que Franco destrozó todo aquello.
Es profesor, ¿cómo sería un libro de historia donde no se invisibilizaran las sexualidades disidentes?
Sería un libro donde o no importaría para nada la vida privada de cada persona o importarían las vidas privadas por igual. Hay una obsesión por contar lo mujeriego que era Lope de Vega, pero nunca se dice nada de Lorca, que fue bastante visible en sus afectos. Si hablamos de las mujeres de uno, hablamos de los hombres del otro.