Cline escribió este texto en 2020, cuando aún no se conocía la sentencia que condenaría a Weinstein a 29 años de cárcel, y originalmente apareció publicada en junio del 2020 en la revista New Yorker. Al comienzo de la videollamada de la rueda de prensa, la escritora estadounidense se apresura a aclarar –y lo hará después en varias ocasiones, ante la insistencia de los periodistas– que el ejercicio que desarrolla en este cuento no pretende juzgar los delitos cometidos por Weinstein, ni tampoco ofrecer reparación para las más de 80 mujeres que han denunciado ser víctimas de acoso por parte del productor.
"Cuando empecé el libro no hice una investigación del personaje real, simplemente quise escribir basándome en lo poco que yo sabía de él, por ejemplo no tenía ni idea si tenía hijos o no, pero en la historia me gustaba la idea de que tuviera hijas adultas", explica la escritora. "Yo no soy jueza, escribo novelas y en la ficción solo necesitas tener preguntas, no respuestas. Cualquier persona que cree saber firmemente lo que está bien y puede separarlo de lo que está mal, para mí no son escritores de ficción. O quizá es que yo no soy suficientemente lista para ofrecer un juicio moral en los libros".
Su móvil, explica, obedecía al interés narrativo que ofrece un personaje de este calibre. En Harvey, Cline trata de entender qué ocurre en la cabeza de un hombre tan poderoso cuando todo está a punto de derrumbarse, cómo se solidifica el sentimiento de soledad que le envuelve y cuáles son los procesos psicológicos de autodefensa frente a la certeza de su caída –incluido el delirio de Harvey cuando cree encontrarse con el escritor Don DeLillo y le propone filmar una película–.
Quizá lo más interesante del relato sea la forma en que Cline cartografía el comportamiento de aquellos que Harvey tiene alrededor para mostrar que todo lo que les une son unas relaciones de poder y dominación que se están resquebrajando por momentos. En el relato, sin embargo, no hay atisbo de compasión o dramatismo hacia Harvey, sino la muestra de un delirio de grandeza hasta las últimas consecuencias.
Hay pocas escenas que muestren mejor la imagen del protagonista que una en la que el productor está mirando los comentarios negativos a una noticia que han publicado sobre su caso hasta encontrar alguno positivo y sentirse así aliviado. Harvey es consciente de que, incluso sin condena, ya no podrá recuperar su vieja condición pública, y aun así le basta el apoyo de un desconocido –que podría ser un bot– entre cientos de insultos y descalificaciones para poder volver a confiar en sí mismo y reafirmarse en su inocencia. "Creo que este tipo de persona, sobre todo cuando alcanza un nivel de éxito tan alto, con tanta gente alrededor cuyas vidas dependen de ese autoengaño de que la realidad es correcta, es muy difícil que caigan. Si tienes poder, fama y dinero en EEUU, puedes vivir absolutamente convencido de que eres una buena persona", comenta Cline al respecto.
Sin embargo, no es lo mismo adentrarse y revolver las entrañas de un personaje poderoso en el ocaso de su reinado que hacerlo sobre Harvey, desde las páginas de The New Yorker y en los meses previos a la condena. ¿Por qué Weinstein y por qué narrar desde su punto de vista en lugar del de las víctimas? ¿Es una forma de castigo literario y extrajudicial, un intento de aniquilar el último resquicio de poder que Weinstein podía conservar bajo su aura de monstruo moral? ¿O es por el contrario una manera de blanquear al personaje, de hacer más complejas y comprensibles sus motivaciones? Todas estas preguntas –que Cline se ha esmerado en neutralizar desviando el debate hacia lo literario– han rodeado el texto desde su publicación y han marcado la recepción que se ha hecho de él.
En la primera entrevista que concedió Cline sobre el libro, la periodista Hadley Freeman contaba en The Guardian que podrían existir motivaciones para escribir sobre Weinstein más allá del atractivo del personaje al que se remite Cline. Freeman se refiere al hecho de que uno de los abogados que trabajó para Weinstein, David Boies –que contrató investigadores privados para utilizar el pasado sexual de las mujeres que le llevaron a juicio y desacreditarlas– fue también el abogado del exnovio de Emma Cline, quien la acusó en 2017 de plagiar Las Chicas (Anagrama), su primera novela.
Cline recibió un borrador de denuncia con 110 páginas, donde aparecía el nombre de Boies escrito en la parte superior y se incluían conversaciones privadas entre Cline y su expareja, junto a fotos íntimas de ella que pretendían demostrar la acusación de robo intelectual. En 2018 los detalles sexuales privados se eliminaron de la denuncia y un juez desestimó las acusaciones de plagio.
Cuando Freeman le pregunta en la entrevista por esta "casualidad", Cline "mueve sus manos inquietas, pero su voz se mantiene firme" afirmando, sin atisbo de duda, que la conexión de Boies como abogado de su expareja y de Weinstein no está relacionada con su interés por el productor. Además, la escritora añade que este hecho fue realmente doloroso para ella –"ampliaron mi comprensión de lo oscuras que pueden ser las cosas"– pero huye del cliché de que esa experiencia podría haberla hecho más fuerte en algún sentido, "siento que esa es una forma de validarlo retroactivamente", afirma, con lo que parece dejar claro también que en ningún caso ve en la literatura una forma de redención o venganza contra nadie, o al menos, no es a lo que ella aspira con la escritura de ficción.
Ni siquiera cuando en la rueda de prensa surge la pregunta sobre qué opina del resultado del juicio a Wenstein, Cline ofrece una respuesta contundente: "una parte de mí se quedó sorprendida de que fuera considerado culpable porque todo ha cambiado rápidamente en EEUU. Cosas que se habrían tolerado perfectamente hace 4 o 5 años ahora son castigadas después del metoo. La velocidad con la que cambió la conversación nacional sobre este tema me impactó". A partir de aquí, la autora vuelve a respaldarse en su libro evidenciando que es de lo único que pretende hablar.
"Me interesan los personajes que se sienten enajenados en este nuevo mundo, también en mi colección de relatos hay hombres de una generación anterior que miran alrededor y se sorprenden de que el mundo haya cambiado tan rápido", refiriéndose a un libro de relatos que aún no se ha publicado en España, Daddy, pero que verá la luz este mismo año también en Anagrama.
La reluctancia de Cline a convertir Harvey en un juicio paralelo, en un artefacto literario que sólo pueda ser interpretado como 'a favor de' o 'en contra de', es una estrategia muy meditada: no quiere que su libro sea visto como una forma de activismo o como un alegato moralista. La meticulosidad con la que rehuye las preguntas deja claro que está evitando ciertos titulares y posicionamientos públicos: no quiere que Harvey se convierta en un libro de causa, pero todavía desea menos que sea usado como un argumento reaccionario, como un arma arrojadiza en contra del feminismo. Por ello, bajo el foco mediático, es imposible saber si la Emma Cline escritora piensa igual que la Emma Cline entrevistada, o si por el contrario estaría dispuesta asumir una posición mucho más matizada sobre la relación entre la narrativa y la moral. ¿Por qué empeñarse si no en retratar los entresijos mentales de un personaje como Weinstein? ¿Por qué habría querido cuestionar el mito de Wenstein sino para devolvernos un simple Harvey, no un monstruo sino un depredador banal y por ello tanto más temible?
Las precauciones mediáticas de Cline son coherentes con su trayectoria y la posición que ha logrado conquistar en el panorama literario mundial: en 2015, Random House le pagó un adelanto de dos millones de dólares por el manuscrito de Las Chicas y de los próximos dos libros que escribiese. La novela rápidamente se convirtió en un bestseller, un fenómeno literario para la crítica, fue traducido a casi 40 idiomas y los derechos de la historia para hacer una película se vendieron por cifras astronómicas. Cuando todo esto ocurría Emma Cline solo tenía 25 años. Su exposición era máxima y también su necesidad de definirse como escritora. Que no tenga una web con su nombre, ni un podcast, ni Twitter, ni use Instagram para publicitar sus libros demuestra mucha más prudencia y autoconciencia de su situación que desinterés por su personaje público: sabe que sus libros hablarán por ella.
Quizá ahí está la clave para resolver la pregunta sobre por qué Harvey y no otro, y por qué publicarlo en este preciso momento –y no más adelante, cuando el tema ya no polarice la opinión pública–. Escuchando a Cline queda claro que su interés narrativo es también un interés moral, aunque este no se exprese mediante un juicio, mediante una condena, ni mediante un eslogan radical. "Hay personas que me preguntan si sentí compasión por Weinstein y lo que hizo le trivializa, pero a mí me parece que lo que lo puede banalizarle es pensar que es un monstruo muy distinto de nosotros, eso nos permite decir que pertenece a otra especie distinta".
En sus palabras no solo podemos leer a contrapelo la referencia a Hannah Arendt, sino también a una tradición literaria que de Iris Murdoch a Emmanuel Carrère, y de Henry James a Maggie O’Farrell, ha entendido el arte de construir personajes como un compromiso con la particularidad, con la ambigüedad y la contradicción, con un entramado de relaciones que siempre desbordan lo individual. Precisamente porque Weinstein no es un demonio, Cline siente la necesidad de explorar el momento de mayor vulnerabilidad del personaje, para retratarle con toda su vulgaridad y ayudarnos a ensanchar la mirada: no quiere disculpar al Harvey acosador, sino hacernos entender la cotidianidad de los horrores que Weinstein representa.