La relación de Clara Sanchis con Una habitación propia fue una suerte de revelación que ejemplifica a la perfección por qué se trata de un libro fundamental para la teoría y el activismo feminista. "Leí el ensayo una noche de insomnio, ya con treinta y tantos, y me impactó. Me provocó emociones distintas y contradictorias. Sentí ira, pero también la alegría o el impulso de una revelación. De pronto, entendía muchas cosas del mundo que me rodea, pero también de mí misma. De las mujeres", explica la actriz. "Sentí extrañeza por no haber indagado más en las razones de la ausencia de referentes femeninos. Ni en las causas que pueden llevar a unos seres humanos a someter a otros. De pronto, Virginia Woolf, con su sentido del humor y su crudeza, iluminaba algunos mecanismos ocultos."
En ese momento, el texto quedó en la memoria de Sanchis como un lugar al que volver para buscar respuestas, pero no sería hasta años después cuando se convirtió en una idea que desarrollar en el teatro. "Buscaba un texto para trabajar con María Ruíz. Barajamos muchos, pero no acabábamos de encontrar algo que a las dos nos impulsara para embarcarnos en una empresa en la que no había dinero". Fue sobre ese primer impulso creativo que "una mañana, de pronto, me desperté con la idea. O la idea me despertó. Se me encendió una luz: teníamos que hacer una versión teatral de Una habitación propia. María se tiró de cabeza, con su fuerza, su sabiduría y sentido del humor". La directora, por su parte, no recuerda con tanta exactitud cómo fue ese primer encuentro, pero sí las ganas que pusieron desde el comienzo, aun sin tener grandes pretensiones para la obra. "Una habitación propia se estrenó en una sala que se montaba en el antiguo bar del teatro Kamikaze, una especie de pasillo ancho, pero nos sentimos felices y contentas de llevar a término este proyecto raro que nos gustaba tanto".
Ese proyecto aparentemente raro, como lo describe Ruíz, dramatizaba el contenido de Una habitación propia y convertía a Clara Sanchis en una escritora que ofrece una conferencia sobre mujeres y literatura en 1928 –igual que hizo Virginia antes de publicar el libro– frente a un grupo de estudiantes universitarias. Las palabras, ideas y conclusiones que pronuncia la actriz en el centro del escenario, únicamente acompañada de una mesa, una silla y un piano, siguen muy de cerca la estela que dictó Woolf en el libro original y, lo más importante, llegan a una misma revelación: para escribir, una mujer necesita dinero y una habitación propia.
"La verdad es que no sabíamos si iba a gustar, es muy difícil predecir la suerte de las cosas, solo confiábamos en que uno de los textos más inteligentes y graciosos que una mujer haya escrito sobre las mujeres, tendría cabida por ahí, en algún sitio", expone María Ruiz sobre el desarrollo que ha tenido la representación y esa confianza ciega que, más que en ellas mismas, descansaba en la potencial dramático del texto de Virgina Woolf.
Finalmente, han sido muchos los teatros y los espectadores; y también los ensayos que ha requerido la actriz para la continua inmersión en el texto. "Trabajar con un monólogo requiere un entrenamiento técnico de una gran intensidad que solo te lo da el tiempo. La repetición; como una bailarina, una pianista o una malabarista. Todas esas palabras, líneas de pensamiento, imágenes y emociones que manejas con el cuerpo y con la mente necesitan ser repetidas muchas veces para transmitirlas con la agilidad y la ligereza deseables". Sin embargo, Sanchis no cuenta este proceso desde el cansancio o el hartazgo de tener que volver una y otra vez a la misma autora, más bien todo lo contrario: "tener esta posibilidad de repetición, a lo largo de los años, creo que es una suerte que me permite ser más precisa y minuciosa".
A la hora de referirse a los motivos para explicar el largo recorrido que está teniendo Una habitación propia en los teatros nacionales, ambas prefieren quitarse peso y vuelven a coincidir en la magnitud del texto original: "Pienso que las razones de los éxitos y los fracasos siempre son misteriosas, pero aquí hay uno evidente, el más poderoso: la genialidad del ensayo de Woolf, que María Ruiz ha sabido llevar a escena, diría que de la manera más pura. Nuestro objetivo siempre ha sido transmitir con máxima sencillez, la enorme y bellísima complejidad del discurso. Su crudeza y su sentido del humor salvaje. Nos hemos centrado en contarlo, y casi quitarnos nosotras de en medio". También la directora, después de alabar el trabajo en el escenario de Clara Sanchis, cree que Woolf es aun un atractivo feminista ineludible. "Lo imprescindible para el éxito es que ha habido un público al que le gusta la inteligencia, el talento literario y la estricta observación de la verdad interpretada sin trampa ni cartón", sentencia Ruiz.
En realidad, lo que ha ocurrido entre la obra y la adaptación al teatro es más bien una relación de interés recíproco. Si Woolf ha servido como reclamo para vender localidades, también ha ocurrido de manera inversa: la representación dirigida por Ruiz ha supuesto un acercamiento al texto original. "No hemos pretendido imitar a Woolf ni en su físico ni en nada parecido. Se trata sólo de transmitir las palabras que ella escribió, con la mayor claridad. Y ha producido un fenómeno de identificación, en las espectadoras y los espectadores muy interesante", comenta la actriz respecto a la función didáctica que han llevado a cabo estos años y que puede considerarse cumplida con creces. "Las salas se llenaban de público muy joven. Y creo que luego leen el libro. Se supone que la historia del maltrato histórico a la mujer es algo superado en nuestra sociedad, pero no es cierto. No podemos pasar página todavía".
¿Pero qué es realmente lo que sigue interesando a mujeres de todas las edades de un texto que evoca una moral y unas costumbres que, en pleno s.XXI, parece quedarnos lo bastante lejos? Según describe la poeta y editora Elena Medel en el prólogo de una de las últimas ediciones del texto –bajo el sello Seix Barral, con ilustraciones de Sara Morante– la primera respuesta a esta pregunta resulta una "paradoja tristísima", puesto que "no se trata tanto de que Virginia Woolf se anticipara con lucidez a muchos temas sobre los que debatimos cien años más tarde, sino de que muchas de las cuestiones sobre las que ella reflexionaba continúan hoy pendientes de resolución".
Una habitación propia recoge dos conferencias pronunciadas por Virginia Woolf en 1928 en dos colegios femeninos universitarios –los primeros que admitieron a mujeres– , aunque no está claro exactamente qué leyó en cada uno de ellos, ni qué partes se editaron después en el libro que saldría publicado en 1929. Lo que sí se conoce es que el grupo de chicas que escuchó por primera vez sus palabras –no serían más de 300 sumando ambas instituciones– estaba compuesto por mujeres que militaban en el feminismo y el movimiento sufragista. Veían en Woolf una figura de poder y sin duda dejó en ellas una fructífera referencia para su futuro. Tal y como cuenta Medel, "entre el público, se encontraba Elsie Phare, a quien conocemos hoy como dramaturga" y también "referencias futuras de la crítica literaria y la filología como M. C. Bradbrook, Kathleen Raine o Queenie Roth". Esta última, de hecho, adquirió de sus palabras el ánimo suficiente para convertirse más tarde en una de las mayores críticas de la obra de la propia Woolf.
Más allá de esa necesidad para una escritora de tener una habitación propia y dinero –nos recuerda Medel con insistencia la importancia de este segundo elemento que suele quedar fuera de la cita más repetida– Una habitación propia, sobre el papel o en el escenario, es también un recordatorio de todas aquella que no disponían ni de una cosa ni de la otra y, por tanto, o bien no pudieron siquiera escribir o bien sus herramientas eran tan precarias que han quedado relegadas a los márgenes. Y es esta labor de restitución, de invitación a conocer más allá del canon –no solo a las escritoras, sino también a las madres, abuelas, bisabuelas y a todas aquellas cuidadoras que trabajaron en nombre del amor– lo que da a la obra su categoría de clásico. Así al menos lo entiende Elena Medel, para quien el libro supuso una entrada a las referencias históricas que cita Woolf, pero también a las suyas propias, a mujeres como Celia Bölh de Faber, Gertrudis Gómez de Avellaneda o Beatriz Bernal, entre muchas otras.
Medel, y seguro que tantas otras escritoras, le agradecen en el s. XXI a Virginia Woolf no tanto la advertencia de la necesidad de poseer una habitación propia y dinero, cosa que podrán haber descubierto por sí mismas, como el ánimo para reconocer y saberse dentro de una tradición literaria femenina que se distingue de la masculina no por rasgos específicos en la escritura, sino por sus dificultades para ejercer el oficio. "Mi tradición es la de mi lengua", pronuncia Elena Medel, invitando al lector en este final del prólogo a dejar lirios, dalias y copihues para honrar esta genealogía, "y más flores, a una y otra orilla del idioma, en las tumbas cuya situación desconocemos, para honrar la memoria de las mujeres que escribieron y de las que quisieron escribir, pero que no disfrutaron de una habitación propia en la que concentrarse, ni de dinero para pagarla, ni de unas circunstancias que les permitiera siquiera planteárselo".