Las montañas tienen vida y no solo por los hombres y mujeres que las habitan. Habla el rayo que mató al payés Domènec, habla la perra que escucha hacer el amor a su dueña, o el corzo involucrado en el accidente en el que Jaume mató a su amigo Hilari. Tienen palabra las mujeres de agua (las brujas y comadronas y mujeres con remedios caseros), las trompetas de la muerte o los excursionistas de un día. En las montañas del Pirineo de Irene Solà las pasiones son más crudas y desnudas, la carne y la tierra se funden, y la linde entre la palabra de los vivos y la de los muertos se confunde.
Así hablan sus nubes: "Llegamos con las tripas llenas. Doloridas. El vientre negro, cargado de agua oscura y fría, y de rayos y truenos. Veníamos del mar, de otras montañas y de toda clase de sitios. Rascábamos la piedra de las cimas como la sal, para que no creciera ni la mala hierba. Elegíamos el color de las crestas y el de los campos, el brillo de los ríos y el de los ojos que miran al cielo. Cuando los animales nos vieron llegar se acurrucaron en lo más profundo de las madrigueras, unos encogieron el pescuezo y otros levantaron el hocico para captar el olor a tierra mojada que se acercaba. Lo cubrimos todo como una manta".
Canto yo y la montaña baila fue escrita en catalán y ganó el Premi Llibres Anagrama de Novel·la en 2019. Concha Cardeñoso la tradujo al castellano y Anagrama la publicó en ambos idiomas. Poco después recibió el European Union Prize for Literature 2020, y ha sido publicada hasta en quince idiomas más. La dramaturga Clàudia Cedó escribe: "Adaptar una novela que te gusta es como pasar por un camino de montaña con las indicaciones de un amigo. Alguien te desvela un sitio en el que hay setas y caminas hacia allí, tranquila y confiada, sabiendo que las encontrarás. Esta ha sido mi primera adaptación al teatro y he disfrutado mucho entrando en el universo de Irene Solà. Admiro su voz, una de las más potentes, sorprendentes, bárbaras y deslumbrantes que he leído desde hace mucho tiempo".
La música que acompaña a la obra es de la cantante Judit Neddermann, que asegura que ha intentado que "todas las ramas nazcan del mismo tronco y que se pueda pasar de una a otra sin estridencia, como en la novela pasan de la vida a la muerte, del presente a pasado, de la mujer a la montaña o al corzo y todo parece la misma cosa. La música suena a madera, a cuerda y a piel".
Laura Aubert es una de las seis personas que ponen cuerpo y voz a las entrañas de las montañas de Camprodón. Laura interpreta a siete personajes y demuestra ser camaleónica, moviéndose en lo dramático y en lo cómico con la misma energía y templanza. "Depende del día me siento más a gusto con uno o con otro, pero sí es cierto que hay una escena desgarradora que es el monólogo de Sió, la mujer de Domènec, muerto atravesado por un rayo. Sió se queda con dos niños pequeños y muy sola". Aunque añade que los personajes de Irene están tan bien trabajados en la novela, "son tan firmes, que teníamos medio camino hecho".
Aubert estudió en el Instituto del Teatro y lleva muchos años en los escenarios catalanes: "Había oído lo maravillosa que era la novela pero no la había leído. Me llamaron para que me uniera al proyecto, me la leí y sin saber qué iba a hacer yo, les dije que sí. Es una maravilla. Es perfecta para el teatro porque el teatro es el lugar donde los sueños se cumplen, donde con imaginación y talento puedes crearlo todo".
El éxito de la adaptación es fruto de un trabajo colectivo. Laura Aubert cuenta que el equipo se fue a una casa rural una semana a conocerse, a leer en común, a imaginar cómo representar algunas escenas a priori complicadas. "Los directores tenían claro muchas cosas muy mágicas como la incursión de las marionetas. ¿Cómo hacemos hablar a un corzo o a un perro? Pues con una marioneta grande móvil. El público se queda totalmente prendado en esas escenas".
La sala de la Biblioteca de Catalunya tiene el escenario situado en el centro, con público ahora reducido al 50% de aforo, rodeando las tablas en un ángulo de 180 grados. El suelo está lleno de tierra en la que los actores aprovechan para trabajar descalzos. "Fue laborioso acostumbrarse a que, al tener público por todos los frentes, hay que trabajar cómo proyectar la voz, y qué haces para un lado que el otro no ve. Pero con esfuerzo y dedicación se consigue todo", cuenta Aubert. "Irene Solà ha venido dos o tres veces. Le hicimos un pase previo y quedó enamorada. Nosotros descansamos, la verdad, porque no es fácil adaptar una obra tan mística y mágica, de tanto éxito y estar a la altura de las expectativas del público y de la propia autora". La compañía recibe elogios diarios y los lectores de Irene Solà quedan enamorados de la puesta en escena.
La primera novela de Irene Solà, Los diques, publicada en catalán por L'Altra Editorial hace cuatro años, ahora llega en castellano a las mesas de novedades. Guarda algunas similitudes con su segunda novela Canto yo y la montaña baila: hay videntes y brujas, la Guerra Civil juega un papel importante, el campo y la tierra son más que marcos escénicos y, sobre todo, la narración funciona como un puzle.
Los diques narra la historia de Ada, que vuelve a su pueblo después de estar unos años en Londres. Como Solà, que es licenciada en Bellas Artes por la Universidad de Barcelona y tiene un máster en Literatura, Cine y Cultura Visual en la Universidad de Sussex. La escritura de Irene nunca es monótona, relata con texturas y tiempos, hace malabares con el pasado y el presente, con las creencias populares, y con unos personajes que aunque van apareciendo a retazos, generan una composición bien hilvanada y cosida.