Elisa Beni es autora de las novelas Peaje de libertad y Pisa mi corazón, dos textos de género negro que escribió, cuenta, con un mapa: una estructura cerrada en la que todos los ángulos de la historia están alicatados antes de empezar a escribir. Con Una mujer no muere jamás ha optado por lo contrario: dejarse guiar por una brújula que ha ido, intuitivamente, tejiendo las historias de Lara y Maixabel.
Tras varias novelas de género, Una mujer no muere jamás parece marcar otra senda en su obra. ¿Cómo nace esta novela?
No sé cómo nace esta novela, ni si hay algún escritor que sea capaz de explicarlo con pelos y señales. Hemingway decía que la creación era una especie de pozo interior que se va llenando. El escritor solo es capaz de sacar agua cuando el pozo está suficientemente lleno, pero no sabe ni de dónde procede ni cómo se ha llenado. Me parece que es una imagen muy visual de cómo se produce el proceso.
Si vamos a la anécdota, la historia se empieza a fraguar dentro de mí cuando muere mi madre. Esta novela tiene bastante reflexión sobre la ancianidad, la enfermedad y la muerte. La muerte de mi madre, digamos, es el germen, pero el detonante llega más tarde cuando leo en la prensa el siguiente titular: "Hallado el cadáver momificado de la amante de un arquitecto".
Ese titular me llevó a hacer una reflexión interna respecto a cómo a uno le puede llegar la muerte en soledad. ¿Cómo una persona puede llevar diez años muerta sin que nadie la eche de menos? Estuve reflexionando sobre el asunto hasta que decidí que iba a darle una vida a esa y otras mujeres que como ella, fallecieron en soledad y fueron mucho más que 'la amante de'.
En esta novela se entretejen dos historias: la vida de Maixabel, la señora momificada, y la de Lara, que investiga su historia en 2019. ¿Tenía las dos planeadas desde el inicio, o fue descubriendo las conexiones entre ambas? Mejor dicho: ¿Es usted una escritora de brújula o de mapa?
Mis dos primeras novelas fueron novelas de mapa. Esta es una novela de brújula, es el trabajo en el que más me he dejado llevar. Se produce una especie de juego de espejos: Lara investiga la historia de Maixabel y descubre cosas prácticamente al mismo tiempo que yo. Ella avanza en la historia mientras avanzo yo misma, que la escribo.
Lara se interesa por Maixabel porque encontraron su cadáver en el piso que ella acaba de comprar. Es decir, se ducha y se arregla en el mismo baño en el que falleció Maixabel. ¿Cree que en las grandes ciudades uno no es consciente de los espacios que habita? ¿Madrid tiende a olvidar su historia?
A veces lo olvidamos porque la propia dinámica de la ciudad precisa de ese olvido para seguir latiendo. A mí me ha pasado muchas veces: cuando llegué a Madrid, viví en una casa de principios del siglo XX. Un edificio muy antiguo en el que a veces me quedaba mirando por la ventana y me descubría pensando: "cuando se declaró la Segunda República, esto ya estaba en pie y había alguien mirando por esta misma ventana".
Cuando habitas espacios así es inevitable que te hagas preguntas. ¿Quién vivió aquí? ¿Murió alguien en esta habitación? ¿Alguien fue feliz aquí? No es que sea supersticiosa, para nada, era simplemente algo que me daba vueltas en la cabeza. En Madrid hay casas en pie que tienen más de 200 años. Así que uno no puede evitar pensar que han podido pasar muchas cosas entre las mismas paredes que tienes alrededor.
Maixabel viaja sola de Bilbao a Madrid en 1959 y una vez en la capital, para ser aceptada, renuncia a su nombre vasco y empieza a presentarse como María Isabel. De hecho, no habla euskera. ¿Cree que para adaptarse a una ciudad como Madrid uno tiene que renunciar a sus raíces? ¿Eso sigue vigente tantos años después?
En la novela estoy hablando de una represión muy concreta de la dictadura. Estoy hablando de la represión de las lenguas nacionales que hizo el franquismo. En el País Vasco aquella represión arraigó tanto que durante décadas el euskera se consideró una lengua de aldeanos, cuando no prácticamente de analfabetos. La escabechina franquista fue tan grande que cuando llegó la democracia y se intentó revivir el idioma desde la educación, hubo que volver a los pueblos y las aldeas porque en las ciudades vascas no quedaba apenas gente que lo hablase.
Por contra de lo que apuntas, he intentado reflejar en la novela —y no es nada 'ayusiano' como comprenderás—, esa sensación de verdadera libertad que mucha gente buscamos al venir a Madrid, ese anonimato entre la multitud. En ambientes más pequeños en los que todo el mundo se conoce, todo el mundo establece un control social de algún tipo. Eso ejerce sobre el individuo una presión que hay quien nota y hay quien no. Pero es evidente que esa presión a algunas personas les complica la vida hasta el punto de hacerla insoportable. Por ejemplo: el flujo de personas homosexuales de toda España hacia Madrid era una realidad, porque esa libertad que ofrece el anonimato no la tenían en sus lugares de origen y se veían obligadas a peregrinar.
Las metrópolis están llenas de personas que, contra la deshumanización que algunos predican, ven en la ciudad un lugar más libre que el que nacieron. Y su decisión de vivir en Madrid es voluntaria, consciente y buscada.
Entre las vidas de Maixabel y Lara también se hacen un hueco personajes secundarios muy interesantes como el Soledad Arias, que escribe novelas románticas bajo el seudónimo de Marisa Alvargonzález, a pesar de ser una intelectual reconocida, porque la novela rosa le haría perder prestigio. ¿Seguimos manejando esas dicotomías y prejuicios en géneros literarios como la novela romántica?
Es que eso está documentado. También hubo escritores de prestigio que escribían con seudónimo novelas vaqueros de aquellas que se vendían por cinco pesetas. Porque de esos libros se hacían tiradas enormes y se vendían bien. Había también kioskos en los que esas novelas se cambiaban: ibas con una que te habías leído, la dejabas y te llevabas otra que no habías leído.
Para el personaje de Soledad me leí algunos estudios sobre la literatura popular de la época y descubrí que algunas escritoras burlaban la censura con tretas literarias. Entre col y col, plantaban alguna lechuga. Es decir, que también en ese género hubo ciertas transgresiones políticas.
A la luz de la pandemia, el destino de un personaje como Soledad también se lee y se siente de forma particular. Es una mujer brillante y muy culta a la que los profesionales de la residencia en la que vive tratan con condescendencia y paternalismo. ¿Cree que debemos replantear también nuestra relación con las personas mayores, tras la pandemia?
La generación de los personajes de Soledad y Maixabel es una generación de clases trabajadoras españolas que hoy tendría noventa años, y que tuvieron un acceso difícil y desigual a la cultura y a la tecnología. Desde las instituciones me da la sensación de que muchas veces esa diferencia cultural hace que se les hable a los ancianos como si fueran niños. A lo mejor es una cuestión de que las personas que cuidan identifican cuidar con una especie de infantilización, porque como sociedad estamos acostumbrados a cuidar de los más pequeños.
Este asunto me da mucho que pensar, y también me da miedo. A veces lo hablo con amigos y amigas de mi edad: ¿Qué va a ser de nosotros? No creo que la generación del baby boom, por ejemplo, tengamos en mente vivir una vejez parecida a la que viven estas generaciones de ancianos, y hay una inquietud con esto de la que hablo en la novela.
Actualmente, si estás mal y no te puedes valer por ti mismo, y tus nietos o hijos no te pueden cuidar, te ponen una persona que cuide de ti o te llevan a una residencia en la que muy pocos saben muy poco de ti. Es decir: las personas que van a decidir sobre cómo cuidarte son personas que a lo mejor no saben nada de tu vida, que no te conocen de verdad. Es algo que las personas de mediana edad hablamos a veces, porque ya estamos pensando en cómo gestionar la vejez de otra forma. Porque también somos muy conscientes de que cargar los cuidados sobre las siguientes generaciones... es un paso muy complicado. Creo que hay que darle una vuelta socialmente al tema del cuidado de los ancianos, que no solamente sea físico ni medicalizado, sino que de alguna manera asegure los afectos, gustos y vida interior de las personas que se van haciendo mayores.
Volviendo a Maixabel, es un personaje que ejerce constantemente los cuidados sobre los demás. En un momento de la novela empieza a cuidar de una persona con una enfermedad terminal. En estos tiempos que vivimos, casi resulta inevitable pensar: ¿Esta crisis nos ayudará a valorar de otra forma los cuidados?
Yo tengo muchas dudas respecto a que la pandemia, a corto plazo, vaya a producir cambio social alguno. Puede que esté equivocada, pero lo que observo es una necesidad de pasar la página. Las reflexiones tardarán un tiempo en llegar, como también tardarán un tiempo en escribirse novelas de calado sobre lo que ha ocurrido. Creo que habrá que dejar que todo repose.
En cuanto al tema de los cuidados, yo retrato a una mujer de una época que cualquier lectora de determinada edad reconocerá: son esas mujeres que estuvieron abocadas a cuidar a sus padres, hijos, hermanos, maridos... Mujeres cuya vida eran los cuidados no elegidos, era lo que se suponía que debían hacer. Los cuidados eran entonces una especie de esclavitud, y han sido una losa que ha impedido a millones de mujeres de este país hacer en su vida nada que fuera propio.
Cuando veo que en política se habla de cuidados como algo que da libertad, de alguna forma, tiendo a pensar: "ojo con este debate, no sea que vuelvan a poner esto en la mochila de las mujeres". No sea cosa que nos vayan a envolver otra vez el caramelo con frases tipo "a lo mejor quieren estar solo media jornada trabajando porque quieren cuidar a sus hijos".
Por eso hay una frase en la novela que dice "toda la vida acompañando otras vidas sin poder forjarse la propia". Los cuidados son súper absorbentes, tanto de niños como de personas mayores, exigen muchísimo tiempo y esfuerzo. Y a muchas mujeres, ejercer los cuidados las ha hecho negarse a sí mismas.
A mí me parece bien que evolucionemos hacia una sociedad de cuidados, que seamos responsables los unos de los otros como sociedad, pero que lo seamos todos por igual. Porque si el patriarcado consigue que los cuidados vuelvan a recaer exclusivamente sobre las mujeres, se acabarán reproduciendo unos roles que han hecho que muchas mujeres se negaran a sí mismas.
Una mujer no muere jamás, como decíamos, va entretejiendo las vidas de Lara y Maixabel hasta el punto de que una parece ser un reflejo de la otra. ¿Esta simbiosis entre ambas era un objetivo de la novela?
Tal y como fue concebida la novela yo si quería establecer esa especie de línea de sororidad entre las generaciones. Pero evidentemente, como yo parto con brújula y sin mapa, realmente hay algunos paralelismos que van creciendo con la escritura. He de decirte que me ha gustado mucho escribir así, me ha parecido mucho más enriquecedor como autora ver cómo los personajes van cobrando coherencia interna.
En cuanto a esa sororidad intergeneracional, es algo que parte de una observación social y de una relación personal. Una observación que puede parecer tonta, pero que para mí no lo es: nunca he sentido a mi madre tan viva dentro de mí como ahora que ha muerto. Es una sensación muy particular y paradójico: nunca la he sentido tan vivida como ahora que no está. Y eso me ha llevado a cuestionarme muchas cosas que están en la novela.