Titulado Crónicas de juventud se publica ahora en España de la mano de la editorial Astiberri, con traducción de María Serna.

Esta vez vuelve a la autobiografía: en el verano de sus 16 años consiguió un empleo en la fábrica de pasta y papel en la que su padre llevaba tres décadas trabajando. Él aún era un estudiante de artes plásticas en Quebec, su ciudad natal, y no tenía mucha idea de lo que iba a ser su futuro, como casi todo el mundo a esa edad. Con el dinero que consiguiera en esos meses estivales podría pagarse parte de los estudios. No esperaba sacar mucho más de aquella experiencia y, por supuesto, no un cómic que acabaría publicándose en varios idiomas.

Aunque su progenitor tenía un puesto de delineante en la compañía, el suyo estaba mucho más abajo. De manera metafórica y literal: él formaba parte del equipo de obreros que manejaba las máquinas con las que se producía el papel que después se servía a clientes como The New York Times. Ese proceso se llevaba a cabo en la parte baja del edificio, mientras que en los pisos superiores estaban los escritorios y despachos de los ingenieros, la zona de su padre.

Como todo novato tuvo que aprender cómo funcionaban los aparatos que se manejaban en las tripas de la factoría y que iban a ser su herramienta de trabajo. Pero también cuáles eran los códigos que se usaban entre los trabajadores de esa sección, obreros sindicados que se dejaban la salud respirando vapores tóxicos y aguantando un ruido atronador en turnos de 12 horas cuatro días a la semana. Una realidad que desconocía por su procedencia y su edad y que le abrió los ojos a lo que significa la diferencia de clases.

También le acercó a su padre aunque fuese de forma más sutil. Conocer el día a día de una persona que resultaba lejana en todos los aspectos –vivían en casas separadas y no se comunicaban demasiado bien entre ellos– le dio respuestas a muchos porqués. Pasó tres veranos en aquella fábrica en la que llegó a sentirse cómodo aunque cuando la vida le dio la oportunidad de emprender un camino relacionado con su vocación –una producción en un estudio de animación–, la tomó sin mirar atrás. El cómic puede definirse como 'Bildungsroman' o novela de formación: el paso de la niñez-adolescencia a la vida adulta, en este caso mediante trabajos de verano.

Delisle es un documentalista de lo que le ocurre en la vida, no va en busca de la experiencia sino que se encuentra con ella. Ha mostrado la realidad no siempre agradable de muchos países que ha visitado por motivos laborales –suyos o de su pareja, que trabaja en Médicos sin fronteras–. Shenzhen (Astiberri, 2006), Pyongyang (Astiberri, 2005), Crónicas birmanas (Astiberri, 2008) y Crónicas de Jerusalén (Astiberri, 2011) son los títulos que le hicieron conocido no solo entre los aficionados al cómic, sino que acercaron a muchas personas a este género. El último ganó el premio a la mejor obra del Salón Internacional del Cómic de Angoulême en 2012, uno de los máximos galardones que un autor o autora puede recibir.

Parte de su éxito radica en la expresividad de sus dibujos, que consigue con caras que traza sin barroquismo: puntos para representar los ojos, una raya o un círculo para la boca. La que más veces aparece en las páginas es la suya porque suele protagonizar todos los libros, con excepción de Inspector Moroni (Astiberri, 2014), las historias cortas reunidas en Cómo no hacer nada (Astiberri, 2009), el libro infantil Luis va a la playa (Faktoría K, 2010) y Escapar. Historia de un rehén (Astiberri, 2016).  Otra es la capacidad para analizar la situación del país en el que ha estado –que no suele ser muy buena para quienes viven allí– y mostrarla de forma clara, sin sentimentalismos ni mitificaciones pero con una dosis de humor y de ternura que cala en el lector. 

En la lista de trabajos autobiográficos también están los cuatro volúmenes de la Guía del mal padre, también publicados en España por Astiberri. El título del libro es certero: en sus páginas se muestra cómo un padre irresponsable al que le gusta incordiar a sus hijos con bromas como simular que se ha rebanado un brazo con una motosierra para aterrorizar a uno de sus hijos. Historias de humor a la par que intimistas en las que casi todo es verdad según ha dicho él mismo.

Escapar. Historia de un rehén (Astiberri, 2016) es el libro que más se sale de las líneas generales de su bibliografía. Ni tiene humor ni está protagonizado por él sino por Christophe André, un miembro de una ONG médica asentada en el norte del Cáucaso que permaneció secuestrado durante 111 días. La mayoría del tiempo estuvo encadenado a un radiador como se puede ver en la portada. Finalmente pudo escapar, gracias a lo cual Delisle pudo charlar con él, conocer su experiencia a fondo y plasmarla en viñetas.

Ahora no viaja tanto porque su esposa ya no trabaja en Médicos sin fronteras, pero como muestra en Crónicas de juventud tiene material guardado para más trabajos si sus futuras experiencias no le convencen. Tardó más de una década en pasar al papel la historia de André y para su último cómic se ha remontado casi 40 años atrás. Es el modus operandi de Guy Delisle: ir, documentar, reflexionar y dibujar. Y, de momento, le sigue funcionando.