Pero la carrera de Medeiros se ha ido conformando también como directora, una labor donde mostró su obsesión por la lucha por la libertad, primero en su debut en la ficción con Capitanes de abril, un ambicioso filme sobre la Revolución de los Claveles. Después con sus trabajos en el documental, y ahora con su nuevo filme, Aos Nossos Filhos (Nuestros hijos), una adaptación de una obra de teatro que es una radiografía del Brasil de Bolsonaro a través de la relación de una madre (víctima de la dictadura militar) y una hija que busca quedarse embarazada por inseminación artificial junto a su novia. Una película que presentó la pasada semana en el Festival de Cine por Mujeres de Madrid y que ahora se ha visto en el Festival de Cine de Gijón, donde ha recibido el premio especial del certamen que ha dado el pistoletazo de salida con Armageddon Time, de James Gray.
¿Estos premios obligan a pensar en la carrera de una actriz, de una directora?
Me honra y me conmueve mucho, pero me lo tomo más bien como un incentivo. Veo que se acuerdan de mi trabajo y que me ofrecen esta ventana para informar también de lo que estoy haciendo, de mis últimos trabajos. Entonces lo veo más bien como una una promesa de futuro.
¿Y cómo es ese futuro para María de Medeiros?
Pues un poco parecido al pasado, o sea que hay que seguir luchando. Luchando por amor, por proyectos que siempre tienen trazos bastante independientes. Por eso me parece tan importante la existencia de festivales como este, que es un señor festival de 60 años que da luz a la producción independiente.
¿Hay cosas de las que se arrepiente en su carera?
Sí, claro, pero sirven para aprender. Yo siempre intento por lo menos no repetir los mismos errores, pero sé que haré otros.
Ha dicho que le tocan los proyectos pequeños, que hay que lucharlos, ¿le ha tocado luchar mucho como directora y actriz para levantar esas películas?
Sí, porque a veces me llegan proyectos muy frágiles, muy vulnerables y hago todo lo que puedo para que se realicen. Obviamente cuando eres la directora la lucha es mucho más grande, porque ahí involucras años de tu existencia. De hecho, creo que hacer una película es muy parecido a tener un hijo, aunque con una gestación mucho más larga.
También presenta su nueva película como directora, A nuestros hijos, una película adulta, que trata temas políticos, un cine que ahora mismo cuesta mucho levantar y está casi amenazado.
Seguramente. Esta es una película que se hizo con muy, muy pocos medios, pero a la vez se hizo gracias a una política cultural que había en la época en que empezamos a levantarla en Brasil, que era muy buena, porque efectivamente los años de Lula y Dilma fueron muy buenos para toda la sociedad brasileña y en particular para la cultura. Yo estaba fascinada con Brasil esos años, porque llegaba ahí y veía que la gente joven tenía la posibilidad de concretar sus proyectos artísticos más fácilmente que en Europa. La gente hacía sus empresas, presentaba los proyectos, había leyes de mecenazgo muy buenas… entonces nosotros nos beneficiamos de eso para el inicio del proyecto, pero a la vez fuimos alcanzados por lo que pasó en Brasil después, una regresión muy grande en relación a todo lo que es cultural y a muchas otras cosas, obviamente.
De hecho, ese clima que vuelve con la victoria de Bolsonaro está en la película. No sé si lo introdujeron en esta adaptación o ese estado de ánimo se fue permeando en la película.
Fue algo que hice de forma muy premeditada, porque lo que me gustó ya en la obra de teatro de Laura Castro es que se sentía que era algo muy pegado a la realidad, muy vivido, que ella hablaba de cosas que conocía muy bien, porque en efecto, ella tiene tres hijos con Marta, con otra mujer. Hablaba de problemas muy concretos, cotidianos, de lo que significa la homoparentalidad, y yo quise mantener eso en la película y que fuera una película que retratara algo de lo que ya se estaba percibiendo en Brasil. Finalmente hicimos una especie de radiografía de ese oscurecimiento muy fuerte de la de la sociedad brasileña y el guion se llenó de escenas mucho más angustiantes, de testimonios de lo que significaba la prisión y la tortura de las mujeres durante la dictadura militar. Todo ese aspecto mucho más negro y angustiado y de amenaza general que había sí que permeó en la película.
Es curioso que la película la veamos ahora, justo con la victoria de Lula, parece que siguiera dialogando con el momento político de Brasil. ¿Cómo ha vivido estas elecciones, tiene miedo de que Bolsonaro no permita el cambio en el poder?
Hay un cierto miedo, efectivamente, pero esta victoria, aunque es una victoria que fue por muy poco, es una inmensa victoria contra un enemigo muy organizado y muy financiado. Una maquinaria de mentiras muy, muy grande. Entonces, aunque sea por un pelo, es una gran victoria. Pero claro, hay que seguir luchando mucho.
Usted siempre ha estado muy vinculada a Brasil, también con la música, ¿de dónde nace esa relación tan estrecha?
Pues curiosamente nace de la Revolución de los Claveles, porque mi historia personal ha hecho que yo viviera toda mi infancia en Austria, en Viena, porque mi padre es un músico clásico y entonces yo me crié escuchando sólo música clásica. Yo ignoraba quiénes eran los Beatles, o los Rolling Stones, era una especie de ET, y sin embargo fue maravilloso crecer amando a Mozart, a Stravinsky, a Mahler, Beethoven… Esa era mi realidad musical. Pero cuando llegué a Portugal, ahí descubrí otros mundos musicales que me encantaron. El jazz, por supuesto, pero sobre todo la música brasileña, porque era mi idioma y además de ser riquísima y hermosísima desde el punto de vista musical, era una música muy inteligente, llena de poemas increíbles, muy subversivos, muy divertidos, muy, muy inquietos. La música de Chico Buarque, Caetano Veloso, Gilberto Gil, de todos esos grandes grandes autores. Creo que en la historia de Brasil, la música siempre ha sido una manera de pensarse como país y como identidad cultural. Entonces no puedo disociar Brasil y su música.
Su anterior largometraje de ficción, Capitanes de abril (2000), habla de otra dictadura, la portuguesa.
Sí, pero aquella fue una dictadura civil cuya resolución fue una revolución militar, que eso es algo que es original en la historia del mundo. Fueron los militares jóvenes los que cambiaron una situación de dictadura, la más larga de Europa, fueron 48 años, y se instauró una democracia civil. Es algo casi nunca visto, pero sí, es obvio que prácticamente todas mis películas, también los documentales, dialogan con eso, con la lucha por la libertad.
Hace poco viajé a Lisboa y visité el Museo del Aljube de la Resistencia y la Libertad, dedicado a aquellos que lucharon contra la dictadura. En España no tenemos nada parecido. No sé si cree que esa Revolución de los Claveles y esa forma de enfrentarse a la Memoria Histórica han hecho que en Portugal no se esté extendiendo tanto la extrema derecha como en otros países europeos.
Yo pienso que sí, que eso jugó un papel importante, esa conciencia que adquirimos en la sociedad con la revolución, con ese cambio y con la construcción de la democracia. O el hecho de que cada año se celebra el 25 de abril con una gran movilización de la sociedad. Pero las ideas fascistas están extremadamente organizadas por el mundo e intentan ganar terreno en todos los países, y surgen con prácticamente con las mismas palabras. Es tremendo. Ahí sientes que son como una secta. Son los de la teoría del complot. Son como los terraplanistas. Sientes que ellos avanzan con un discurso de odio que es, en realidad, un discurso totalmente vacío que solo ha creado angustia y sentimiento de amenaza. Y en Portugal también están ahí, pero están de una forma más minoritaria en relación a otros países de Europa, gracias a dios.
Hay una frase que me gusta mucho en la película ‘Hago la revolución donde puedo’, ¿es una de las claves de la película, ese discurso de que cada persona debe hacer pequeños actos revolucionarios en su vida cotidiana?
Por supuesto, yo creo que el ámbito privado es absolutamente político. Lo político está en la pareja. Cuando se establece una relación de amor, de autoritarismo o de abuso de poder en una pareja, ya estamos en un plano totalmente político. Pero también con todas las cuestiones ecológicas es así. O sea, lo cotidiano tiene que ser ya asumido como una posición política.
¿Sus decisiones como artista también han sido pequeñas revoluciones o pequeños actos políticos?
Yo creo que sí. Cualquier cosa que hagamos ya tiene un significado político. Lo que es importante es que sepamos leerlo, porque hoy en día creo que se perdió un poco el placer de leer. Y cuando digo leer no es solo leer libros, es interpretar lo que nos pasa. Tenemos la suerte de venir después de Freud, de Lacan, de corrientes de filosofía que nos han dado claves de lectura de la realidad fantásticas para interpretar lo que pasa no solo con los otros, sino con nosotros mismos. Tenemos que volver a interpretar, porque si interpretamos quizás tengamos una posibilidad de cambiar o mejorar las cosas, pero si lo recibimos todo como como un animal recibe una paliza, sin distancia de lectura, pues estamos cada vez más alienados.