“La música no nos narra hechos del pasado, salvo cuando se trata de textos históricos; lo que sí hace es transmitirnos la misma emoción, porque se trata del lenguaje del alma que se recrea cada vez que un intérprete la hace revivir con su propia sensibilidad”. Palabras sabias de un sabio de la música antigua. Jordi Savall sostiene además que “la sensibilidad que tenemos hoy no es muy diferente a la de nuestros antepasados hace 400, 500 o más años”. El violagambista catalán (Igualada, Barcelona; 1941) se pone en la piel de ese intérprete este viernes en la catedral de Zamora junto a un “alma gemela”: el percusionista Pedro Estevan, con quien comparte el recital 'Diálogo de almas', con las entradas agotadas hace semanas.
La elección del programa no es baladí, máxime en el actual escenario bélico de una Ucrania invadida hace nueve meses por las tropas rusas de Putin. “Lo que evidencia este programa es que la confrontación política y espiritual entre culturas no se produce en la música, que siempre dialoga”, argumenta el intérprete. Es decir, que un concierto puede pasar de una música judía a otra cristiana, sin que nos demos cuenta de que navegamos entre mundos muy diferentes. Y todo porque “el lenguaje de la música es el mismo y esta es su gran cualidad”. Apunta Savall, uno de los grandes “arqueólogos” de partituras antiguas, que las costumbres, la forma de vestir o la manera de pensar de aquellos lejanos zamoranos han ido cambiando, evolucionando, al paso de los siglos. Sin embargo, “en las cualidades fundamentales del ser humano, como la emoción, el amor o la espiritualidad, no hay nada nuevo”, teoriza.
Todas estas consideraciones resultan capitales para abordar esa especie de ensayo que pone en práctica el festival Músicas Cercadas. Porque, según Savall, “la música puede hacernos sentir lo que nuestros antepasados sentían; nos permite viajar a la época a la que pertenecen las partituras que estamos tocando y eso es lo más increíble”. Un gran hallazgo porque, aparte de levantar acta de los hechos pasados, ¿puede la historia despertar esos mismos sentimientos? Probablemente, no. No, al menos, con la misma fuerza. Entre otras cosas, porque “la música no necesita traducción, va directa al corazón”, enfatiza Jordi Savall, quien ejemplifica: “Una danza del Trecento nos produce hoy exactamente la misma emoción que en su época porque conserva toda su esencia”.
Una herramienta que nos permite viajar al pasado, una de las grandes obsesiones del ser humano. Un valor incalculable que el ciclo —impulsado por el Ayuntamiento de Zamora dentro de los actos del 950 aniversario del Cerco— no ha querido desaprovechar. De ahí que el director artístico, Alberto Martín, confiara el reto más complicado a una leyenda viva de la música antigua internacional. Benjamin Bagby (Evanston, Illinois; 1950) y su celebrado grupo Sequentia recibieron el encargo de llevar a los espectadores a un lejano escenario de miedo y angustia, recreando cantos apocalípticos de hace un milenio, interpretados en monasterios alemanes de la antigua Bohemia.
Pero, ¿consiguió realmente el programa “Hus in himile” (Hogar en el cielo) trasladar el pánico del Cerco al siglo XXI? Bagby analiza la respuesta con prudencia. Primero, porque aquellos cantos sobre el apocalipsis que se avecinaba con el final del primer milenio iban dirigidos a monjes y hermanos legos, una audiencia ya experimentada en el lenguaje de la Biblia. “Dentro de su realidad espiritual, por supuesto que los monjes sentirían temor al escuchar estas músicas, el suficiente para motivarlos a frenar una vida de pecado y a prepararse para la muerte”, explica el norteamericano. Así que sí, la música tenía ese poder de infundir terror, pero “solo en conjunción con el texto; sin él, como mucho, podía despertar un vago eco”, dice Bagby. Una diferencia clave con nuestro presente, en el que “el programa musical es capaz de provocar temor sin necesidad de ningún texto, algo que los directores de cine de Hollywood han sabido explotar en sus películas”, ejemplifica.
La sangre, en todo caso, nunca llegó al río. Los augurios bíblicos de un panorama generalizado de caos y destrucción no se llegaron a materializar en el temido año 1000. Como tampoco las tropas de Sancho II lograron echar abajo las murallas defendidas por Urraca. Lástima que entre el público que acudió al concierto de Sequentia el pasado mes de octubre no hubiera ningún experto en el lenguaje apocalíptico. ¿O sí lo hubo? “No puedo juzgar la reacción de la audiencia ante el mensaje de nuestra música, aunque el obispo de Zamora, que estaba sentado en primera fila y conocía estos textos en latín, no parecía especialmente perturbado”, responde el director del grupo. "De hecho, nos recibió muy cordialmente, como si hubiésemos interpretado encantadoras arias de Mozart”, añade Bagby. Y es que la Iglesia de hoy ya no está volcada —continúa el cantante— en la idea del apocalipsis y del fin del mundo. “El miedo hoy es el que provocan los medios de comunicación y los políticos; la Iglesia ya no puede permitirse perder más miembros”, sentencia.
De una forma u otra, la música religiosa era enormemente importante para los creyentes en tiempos pretéritos. Al menos, esta es la convicción del grupo Tiburtina Ensemble, otro de los participantes en el ciclo zamorano, que rescató para el público diversos oficios religiosos de los siglos XIII y XIV dedicados a varias mártires: “La música era una parte del conjunto del espectáculo, dirigido a gente normal, mayoritariamente iletrada”. La directora, Barbora Kabátková, afirma que estos cantos “junto con la belleza de las iglesias y de sus pinturas interiores, eran un modo de deslumbrar a los feligreses y arraigarlos en la fe cristiana con mayor profundidad”.
Así las cosas, ¿puede entender un auditorio del siglo XXI estos antiguos temas dedicados a santa Caterina o a santa Margarita? “Estoy segura de que sí; de hecho, hay muchas piezas que aún suenan como la música popular”, responde Kabátková. La cantante revela su propia experiencia personal: “Si escuchas alguna de estas antiguas canciones mucho tiempo, las tendrás en la cabeza como si se tratara de cualquiera de los grupos pop que ponen en la radio cada día”. Asimismo, la responsable de Tiburtina Ensemble concuerda con Bagby en que los textos del llamado Juicio Final o la Revelación de san Juan, que se acompañaron de música con frecuencia, “nos permiten imaginar los sentimientos del hombre medieval”, donde la música la ayudaba a vivir “acorde a los Diez Mandamientos”.
El propio Bagby añade que, si los textos pueden ayudar a contar el pasado y a preservarlo, “cuando se acompañan de música se vuelven mucho más poderosos”. Un pasado donde el miedo y el temor tuvo un papel esencial, pero no exclusivo. Barbora Kabátková precisa que en la Edad Media “se pueden encontrar otro tipo de sentimientos más positivos, como el amor, el corazón o la belleza”.
Ayudarnos a conocer al ser humano del pasado y su forma de pensar es, por tanto, una de las aportaciones de este festival “Músicas Cercadas”. Aunque la utilidad de la música va aún más allá, en opinión de Jordi Savall. Y lo ha probado a través de grandes proyectos discográficos, como 'Jerusalem, la ciudad de las dos paces' o 'Espíritu de los Balcanes'. “El objetivo de estos trabajos era demostrar que el diálogo es el único camino de entendimiento. He invitado a tocar a palestinos e israelitas, a armenios y a turcos, a serbios y a bosnios, y, al cabo de media hora improvisando sobre una partitura que todos conocíamos, la música nos había unido en un mundo de paz, belleza y diálogo”, relata.
La música como un vehículo de comunicación entre diferentes que, sin embargo, no encuentra acomodo en los actuales sistemas educativos. “No se apuesta por la música en la educación porque el mundo actual solo busca la eficacia y el progreso; tan importante como esto es conservar las cosas esenciales para la vida, como establecer una relación de respeto entre las personas, cosas fundamentales para que el mundo funcione”, reflexiona Savall. La guerra de Ucrania demuestra que no hay suficiente música, suficiente diálogo, en estos días. “Todos los conflictos que vivimos ahora mismo son el resultado del fanatismo que viene ligado a la ignorancia, a la falta de educación y perspectiva”, resume el musicólogo catalán, quien añade que “una persona que solo conoce su mundo y nada más es, por fuerza, un fanático”.
Y ante este panorama de guerra y de falta de solidaridad, el antídoto está, de nuevo, en el pasado. Así lo cree la formación Tiburtina Ensemble. “Lo más importante que hemos aprendido en nuestra carrera musical es que estudiar la Historia es la mejor forma para comprender el presente”, concreta Barbora Kabátková. “La palabra más utilizada en nuestro tiempo es víctima: hay demasiadas: víctimas de la intolerancia, del hambre, de las guerras, del machismo o de las luchas entre culturas diferentes”, subraya Jordi Savall. Ante esta falta de rumbo, Savall y su amigo Pedro Estevan ponen el broche al ciclo Músicas Cercadas, donde lanzarán un mensaje claro: la música para encontrar una visión de las cosas sin fanatismos. La propuesta no resulta trivial. Han pasado 950 años de aquel épico Cerco de Zamora y el ser humano parece no haber encontrado aún la ansiada (y utópica) paz definitiva.