Originaria de Santa Cruz (California, EEUU), Otter Bickerdike vive desde hace tiempo en Londres, es historiadora cultural y trabaja en el British and Irish Modern Music Institute. Por señalar algunos de los rasgos biográficos más esenciales de Nico, habría que recordar que fue Andy Warhol quien insistió, con acierto, en que se uniera al grupo de Lou Reed. Se convirtió en una estrella de la Factory con su impactante estética fría, su acento germano y su voz árida pero confortable como una manta zamorana. Las canciones I’ll Be Your Mirror y Femme Fatale son reverenciadas sin fisuras. El público general no suele conocer qué pasó con ella después, salvo quizá que tuvo un hijo con Alain Delon y que apareció en La dolce vita de Fellini.
“Nico se ha vuelto legendaria para muchos no como artista y poetisa, sino por su apariencia y cómo esta cambió a lo largo de su vida, por los hombres con los que salía y sus problemas de adicción, no por su música o su trabajo”, explica su biógrafa a elDiario.es. “Presento a Nico como un ser humano, no como un ídolo perfecto”, advierte.
La historiadora ha hecho lo que ella misma define como “búsqueda forense de hechos” y, además, se ha esforzado en demostrar de dónde proviene cada información que cita. “Como investigadora capacitada, sentí que era crucial que su historia fuera lo más objetiva posible, razón por la cual me tomó mucho tiempo escribir este libro. Mucho de Nico se basa en mitos, no en la realidad”, añade.
Han sido cuatro años de trabajo. Antes de tomar la decisión de dedicar ese tiempo de su vida a Nico, hubo un detonante: “Cómo la gente había tomado el mito misógino incorrecto como un hecho”. “Es vergonzoso que los hombres simplemente no sean juzgados de la misma manera”, añade. Cervera lo explica en el prólogo: “A ojos del público, Nico se fue transformado en una lunática decadente que se dejaba carcomer por su adicción a la heroína mientras arrastraba su anacrónico armonio por los escenarios”. Y añade un mea culpa no personal pero sí colectivo: “Casi siempre éramos nosotros, los periodistas, los que, estremecidos, enfatizábamos aquel declive romántico”.
Y, como decía Rafa Cervera, el periodismo musical tiene su responsabilidad, redoblado por la instalación del relato masculino en la historiografía musical: “Todo lo que tienes que hacer es ver que el 99% de todas las cuentas de música [en redes sociales] están escritas por hombres, para ver que algo anda mal”, advierte Jennifer Otter.
De hecho, hay varios puntos en común entre los dos sujetos biográficos de Jennifer Otter, Britney Spears y Nico: “La misoginia, la discriminación por edad y la terrible realidad de que nada ha cambiado la forma en que los medios y la cultura popular piensan y tratan a las mujeres en cuarenta años”, señala.
Con aquellos principios ‘forenses’ en mente, y la urgencia de la reparación de una historia mal contada, Otter arroja mucha luz sobre la vida de la artista antes de ser Nico, cuando era Christa Päffgen, una niña de Colonia sin padre, con una madre en situación económica desesperada que la ingresó una temporada en un internado, una jovencita que se escondía en la bañera mientras durante los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, una menor de 13 años agredida sexualmente por un soldado estadounidense en el Berlín de posguerra.
No obstante, el periodo de la biografía de Nico que le pareció oscuro, más difícil de conocer, es “todo lo que ocurrió después de su paso por The Velvet Underground”. La relación de la cantante con Jim Morrison de The Doors; su disco Chelsea Girl, del que ella renegó de inmediato o cómo se hace consumidora de drogas y lo que suponen para ella: “El consumo de caballo de Nico era como el de muchos músicos, una manera de superar el dolor que surge al estar en esa profesión, que o bien te premia de una manera absurda o te castiga de una manera absurda también si no triunfas”, le contó Victor Bockris, biógrafo de Lou Reed, a la autora.
Y más allá en el tiempo también era zona oscura: la grabación de The Marble Index en 1968 junto a John Cale (The Velvet Underground); la relación con su madre; la dificultad de hacerse con un hueco en la música en los años 70; las colaboraciones cinematográficas con Garrel; su acercamiento al postpunk, que le llevó a telonear a grupos como Siouxsie & The Banshees, o sus últimos años en Ibiza, donde murió en unas circunstancias nada claras, y quizá evitables, como revela el libro, en 1988.
Ibiza era "el refugio" de Nico. Allí había hallado "un hogar espiritual y emocional", escribe Otter. "Es mi sitio favorito, creo que moriré allí", le dijo a un periodista, según recoge el libro. Vivía en la isla balear con Ari, su hijo que en ese momento tenía 25 años. Las páginas que ahondan en las últimas horas de Nico están escritas con extrema pulcritud con los hechos conocidos y con respeto por los desconocidos. Hay diferentes versiones. El día de julio que falleció hacía un calor terrible y ella iba de un lado a otro en bicicleta. La última vez que su hijo Ari la vio, pedaleaba colina abajo, con gafas de sol y un ejemplar de Pasando fatigas de Mark Twain en el bolsillo de una chaqueta negra.
Según una de las informaciones que se conocen sobre su muerte, una pareja la encontró junto a su bicicleta volcada, accidentada. La llevaron al hospital de Cruz Roja pero no quisieron ingresarla: "El personal de allí pensó que era una vagabunda". Un segundo hospital "no quiso atenderla porque era extranjera". Un tercero tampoco, "al afirmar que Nico era una vieja hippy". El cuarto, Can Misses, la aceptó. Cuando al día siguiente su hijo la buscó por todos los hospitales y llegó a este último, ella ya ya había fallecido. La causa de la muerte fue un derrame cerebral, quizá propiciado por el calor y el esfuerzo. Era el 18 de julio de 1988.
Peter Murphy, cantante de Bauhaus, dijo de ella: “Nico era gótica a lo Mary Shelley. Todos los demás eran góticos de película de terror de la Hammer”. Para Jennifer Otter, y a pesar de esta profunda y reveladora biografía, “todo” sigue siendo un misterio sobre la artista. “Nunca conoceremos a la verdadera Nico”, dice, y añade que, en realidad, “es imposible conocer realmente a alguien por completo, incluyéndote a ti misma”.
A Otter Bickerdike le apasiona y le intriga el fenómeno fan. Para ella, el culto de los fans, que ahora es fuerte en grupos como BTS o solistas como Harry Styles, “ha reemplazado las formas tradicionales de esfuerzos religiosos”. “Internet ha hecho que sea totalmente normal ser un devoto seguidor de una estrella o celebridad de la misma manera que alguien habría dedicado su vida a una entidad sagrada en el pasado”, añade.
“El rock sigue zarandeando nuestros cuerpos con una fuerza mística e irracional”, escribe Marc Sastre en su espléndido El fin del rock. Y, dentro de este particular ecosistema, la Otter Bickerdike defiende la validez de la música en un mundo en el que cada día significa menos. “La música es vista hoy como desechable”, reflexiona. “Es asqueroso. Eliminar el costo y la fisicalidad de la música ha creado un panorama de la industria que no solo es hostil para el artista, sino que no es sostenible para la longevidad de la carrera”, analiza, unos argumentos que desarrolla en su libro Why Vinyl Matters, que no está traducido al español.