En Baumbach la muerte había estado presente, pero nunca de una forma tan explicita como en White Noise (Ruido de fondo), su película más ambiciosa —se estima que su presupuesto supera los 80 millones de dólares— y para la que ha vuelto a unirse con Netflix. Un filme que llega a unas pocas salas españolas —en Estados Unidos son algunas más— antes de que se estrene en la plataforma a finales de diciembre. Para hablar de la muerte recurre a una novela de esas que tienen la etiqueta de ‘inadaptable’, White Noise de Don DeLillo, una mirada ácida a una familia burguesa en los 80 y el miedo a la muerte en una sociedad que solo sabe consumir para no pensar en que la vida se acaba.
“Creo que esa es la esencia de la película, White Noise trata de eso, de saber que la vida y la muerte no son dos acontecimientos separados, sino que forman parte de la misma cosa aunque lo vivimos como si fueran dos cosas diferentes. Siempre vi la primera parte de la película como una representación de los rituales y estrategias que nos creamos y nos contamos a nosotros mismos para no ser conscientes de ello. La parte central de la película es el momento en el que la muerte llega a nuestra vida, y la tercera es cuando vuelven a la vida siendo conscientes de la muerte e intentan regresar a esas estrategias aunque saben que la vida no es como creían que era”, contaba Baumbach de su filme en el pasado Festival de Venecia a un reducido grupo de periodistas tras inaugurar la Sección Oficial a concurso.
Para el director todo es susceptible de crear miedo desde que “te despiertas y lees el periódico": "Uno puede tener miedo de cualquier cosa y eso es lo que quería que expresar con la película”, añade. “Nos escondemos de todas estas cosas, pero las vemos en la televisión y entonces cambia nuestra relación con ellas. En la película los niños ven las imágenes de un accidente aéreo y en ese momento lo ven como si fuera un entretenimiento, cambian su noción de la muerte, creo que porque hay una necesidad de hacerlo. Creo que para vivir realmente tienes que saber que todo va a terminar”, añadía.
Otra de las ideas que estaban en la película y que Baumbach comparte y desarrolla es que “la familia es la cuna de la desinformación del mundo”. “En mis anteriores películas he explorado las mitologías familiares y las historias que las familias se cuentan entre sí. Las historias que los padres les cuentan a los niños y se cuentan unos a otros sobre sí mismos. Me interesa la noción que tienen las personas sobre sí mismas frente a lo que el mundo les puede estar diciendo de otra manera. Pero en esta historia la familia funciona como una especie de representante de la cultura en general. Han asimilado toda esta información y están hablando y hablando, están cambiando y transformándose. Quién sabe si los hechos de los que hablan son ciertos. Así que, de alguna forma, quizás sí sea una variación de cosas de las que ya he hablado en otras películas, pero me gusta que siento que esta vez hay una resonancia cultural”, dice sobre las coincidencias con sus anteriores obras como Historia de un matrimonio o The Meyerowitz stories.
Sobre su estreno en unas pocas salas antes de llegar al streaming se muestra “contento” y solo tiene palabras de agradecimiento a la plataforma que ha producido sus últimos títulos: “Netflix es un apoyo para la película y para el cine, a pesar de lo que la gente a menudo piensa de ellos. De hecho, creo que Netflix es el único lugar que realmente apoya a los cineastas que se arriesgan y ponen esas películas en las pantallas y les brindan una plataforma gigante como es Netflix”, zanja sobre la pelea entre salas e internet. White Noise también funciona como “una sátira sobre el mundo académico, y cómo la universidad está también mercantilizada, no de forma muy diferente a las cosas que vemos en el supermercado o en los anuncios de la televisión”. Una crítica que se materializa en una escena en la que se habla sobre si Hitler y Elvis son, los dos, productos de la sociedad de consumo. “Hay diferencias radicales entre los dos, pero la cultura hace eso todo el tiempo y los dos personajes adquieren el mismo valor una vez que se convierten en cosas que te venden”, afirma.
Los padres de esta familia burguesa que se enfrenta al fin del mundo en forma de nube radioactiva son Adam Driver y Greta Gerwig, esta última pareja del director y realizadora de Lady Bird y Mujercitas. Desde hacía seis años no aparecía como actriz en ninguna película, ya que estaba centrada en su faceta de directora, pero le apetecía volver a estar delante de la pantalla. “Lo echaba de menos. Cuando eres joven, interpretar es la forma en la que tienes de dar vida a algo grandioso, porque cualquier cosa que escriba será una basura dentro de 15 años. Sé que no puedo escribir como Tennessee Williams o Shakespeare, pero puedo memorizarlo e interpretarlo, y creo que cuando actúo vuelvo a conectar con ese sentimiento”, dice Gerwig de su regreso.
Ella sabe de adaptaciones de libros míticos al cine, y por eso descarta que haya obras ‘inadaptables’: “No creo que nada sea imposible de adaptar. Supongo que hay obras más difíciles, pero no imposibles. Creo que adaptar un autor es algo divertido. Mantienes de alguna forma una conversación con el autor y estás haciendo algo inspirado en el libro, pero que tiene que ser algo propio. De esa manera creo que cualquier cosa es adaptable”. Si trasladar al cine Mujercitas fue complicado, su próximo proyecto no se queda corto: una película sobre Barbie con la que dicen que quiere hacer una crítica al machismo a través de la figura de la marca. La solución, en julio del año que viene.