Su libro se incorpora a una lista cada vez más nutrida de títulos que tratan este tema desde diferentes perspectivas. En ella están, por ejemplo, Generación ofendida (Península, 2021) de Caroline Fourest, ¿Se puede separar la obra del autor? (Clave Intelectual, 2021) de Gisèle Sapiro, Ofendiditos (Anagrama, 2019) de Lucía Lijtmaer, La sociedad de la intolerancia (Galaxia Gutenberg, 2021) de Fernando Vallespín o ¿La rebeldía se volvió de derechas? (Clave Intelectual/Siglo Veintiuno, 2021) de Pablo Stefanoni, entre otros.
El embrión del ensayo de Torné fue un artículo largo o miniensayo que el autor publicó en Ctxt en 2021, en el que pretende distinguir la censura de la cancelación y cómo este término se utiliza para defenderse de lo que en realidad es una crítica. Ese texto se alargó en este cuaderno que parte de la teoría de la ‘emancipación de la audiencia’, un fenómeno que surge de la aparición de nuevos cauces y plataformas a través de los cuales el público puede difundir sus opiniones. El escritor no está solo en las argumentaciones, sino que recurrió a Clara Montsalvatges, protagonista habitual de sus novelas, para poder articular una conversación en torno a esa y otras cuestiones escurridizas como la ‘cancelación positiva’ o la ‘cancelación interior’.
La primera de ellas puede ser la que más dilema causa, básicamente porque para que exista tiene que haber una ‘cancelación negativa’ que es el concepto que se pone en duda. El escritor –que remarca que no es sociólogo, sino que ha escrito el libro como novelista– afirma: “Si aceptamos que existen unas audiencias emancipadas capaces de expresar sus juicios críticos y hacérselos llegar al autor, este puede verse tan presionado de manera negativa como positiva. A mi juicio esta capacidad de influencia existe, lo que me parece un delirio es que pueda equipararse a la censura o que sea paralizante para el artista”.
Esa presión positiva que menciona haría plausible que los autores se sintieran tentados a escribir o componer sus obras pensando en conseguir de manera fácil el aplauso de su público, lo que “supondría un empobrecimiento de la crítica y del juicio”, considera. “Por ejemplo, yo valoro el esfuerzo de las películas Marvel por representar la diversidad racial y sexual, pero creo que este reconocimiento positivo es compatible con que algunas de estas películas me parezcan una castaña”, asegura.
La carta de Clara Montsalvatges que Torné utiliza para darse réplica a sí mismo está centrada en este concepto precisamente y para ilustrarlo menciona un tuit de la escritora Elvira Navarro en el que dice: “En literatura, el cliché de heroína de amor romántico o de madre abnegada ha dado paso al de mujer liberada y feminista que repite mantras del feminismo. Sin duda es mejor lo segundo que lo primero para la vida, pero es un cliché igual, una ramplonería. ¡No paro de leer simplezas!”. Sin embargo, las mesas de novedades renuevan sus títulos a velocidad de vértigo y en las librerías es posible encontrar todo tipo de representaciones que se salgan de esa generalidad.
Torné no cree que la cantidad garantice la variedad y echa la vista atrás para argumentar su posición. “Hasta el año 2000 se habían rodado muchísimas películas y la representación étnica y sexual era irrisoria. Entre 1400 y 1950 se pueden contar con los dedos de la mano las apariciones de personajes judíos en la ficción que no sean denigratorios. Nada más y nada menos que Shakespeare, Dickens y Balzac se sumaron ‘a la fiesta’”, dice. “Creo que no se debería, o al menos yo no pienso contribuir, impulsar una guerra de clichés. Quizás tenga sentido en la publicidad, pero no en la ficción donde los escritores tenemos espacio para desarrollar a los personajes. Lo suyo sería ponerle obstáculos a este cliché y a cualquiera, buscarle la vuelta, las contradicciones y sus problemas”, afirma.
En cuanto a la ‘cancelación interior’, que es la que dicen autoimponerse algunos personajes públicos para no ser cancelados por sus obras, Torné comenta que para él “lo interesante aquí es que, si durante siglos los artistas han sacado adelante sus obras negociando con la autoridad de la Iglesia, las cortes, los mecenas y el mercado, por no hablar de los ejércitos, los dictadores y los verdugos, es realmente penoso que alguien diga que se autocensura, se postcensura, vive con una máscara o se cancela interiormente porque en Twitter critican sus obras o se ríen de él”.
El escritor también augura al respecto que “el libre ejercicio de la crítica no va a parar y menos ahora que puede apoyarse en la inmensa caja de resonancia de la red". "Supongo que tenemos para rato de libros y artículos moralizando y dando la culpa a los demás sobre la propia incapacidad para plantear y rematar una obra o un discurso”, añade.
La supuesta cancelación a un creador puede darse por dos factores: por lo que ha expresado en su obra o por lo que ha hecho en su vida personal. La segunda opción dirige al eterno dilema de si es necesario separar al autor de su obra, un debate que se presenta encendido de cara a 2023 con la conmemoración del Año Picasso.
Gonzalo Torné cree que “es asunto de la moral privada, y que la distancia temporal es decisiva". "Si ahora se descubriese que Shakespeare era caníbal o Cervantes pederasta lo sentiría mucho por sus víctimas, pero no me amargaría unos textos que son más míos que de ellos”, señala. El escritor contempla que “hay una zona intermedia en disputa": "Respeto a las personas que no les da la gana de leer las novelas de Cela por su pasado delator, reconozco que me incomoda a la hora del elogio personal, pero no de la lectura. En cambio, cuando se trata de un pelma de nuestro tiempo, no me acerco a sus libros ni aunque me los regalen”.
La aplicación de las perspectivas de colectivos discriminados ha llevado a la revisión de obras cuya protección académica o presencia en programas de estudios ha sido cuestionada y muy debatida. En algunas ocasiones se ha optado por ‘corregir’ los aspectos conflictivos como en el caso de los libros de literatura infantil de Enid Blyton, en los que el racismo y el sexismo estaban muy presentes. Este caso en concreto causó un gran revuelo e hizo que la palabra "censura" surgiese cada vez que se hablaba del tema en los medios de comunicación o en las redes sociales. Más allá de la crítica airada y sin reflexión, se planteó una pregunta que no obtuvo una respuesta unánime: ¿es una medida válida o sería mejor explicar a sus lectores por qué eso que están leyendo no está bien?
“Creo que es un problema un poco intrascendente, que podría abordarse sin tanta agitación ni drama. Por un lado, los padres están decidiendo todo el tiempo qué ven sus hijos y en qué condiciones y por otro, es complicado que se alcancen los niveles de indecencia de Voltaire, que solo aceptó que se representase en Francia a Shakespeare mutilado cuando perdió la batalla por censurarlo”, dice Torné.
Según su opinión, Blyton no habría tenido problema con que se retirasen las expresiones problemáticas de sus libros porque para ella no tenían la connotación que tienen ahora. “En cualquier caso, me parecen bien ambas soluciones, incluso combinadas, en una adaptación educativa de la misma manera que las adaptaciones de la BBC también recortan por criterios económicos y de sensibilidad algunos salientes de las novelas de las hermanas Brontë o de Dickens. De hecho, esto me parece peor y no genera debate porque los criterios de recorte o de atenuación parecen artísticos y no morales”, asevera.