Sangre de horchata (Alfaguara, 2023) está narrada por una chica de 16 años que recorre una adolescencia rocambolesca con una madre ausente, un padre controlador y enigmático, un hermano que pasa los días fuera de casa y distintos tutores que asesoran al padre y pilotan su vida a distancia. Todos ocultan secretos sobre accidentes, internamientos psiquiátricos, herencias y amantes. Una cadena de giros inesperados va mostrando una telaraña de relaciones familiares en la que ella busca estrategias para no asfixiarse.

“Es como un thriller de lo cotidiano. Pero es una cotidianeidad, creo yo, no tan extraña. Yo creo que todos nos hemos sentido alguna vez coaccionados o intimidados por nuestro entorno para no tratar a esta persona o a la otra, o para ser leal a unos frente a otros. Ella nace en un contexto donde la vida está polarizada, es o conmigo o fuera de aquí. Hay ese planteamiento de entrada: estás aquí bajo mis reglas y mis normas, bajo mis afectos, mimos y cuidados, y si te vas ya no existes para mí nunca más. Esta especie de división en la que vive la joven, a la que le dicen que 'a tu madre, ni agua', pero sin decírselo, de modo muy sibilino, yo creo que lo hemos vivido todos en la familia próxima y también en el mundo de las amistades. Ese es uno de los temas de los que habla la novela”, explica Luisa Castro.

Belén, la joven protagonista de Sangre de horchata, ha crecido sin saber por qué su madre se marchó. Escucha su voz en llamadas de teléfono breves y esporádicas, mientras su padre delega su autoridad en asesores y abogados que gestionan un patrimonio venido a menos. La casa familiar, en otro tiempo una mansión modernista, tiene la fachada llena de grietas producidas por accidentes que no se acaban de aclarar. Igual que las relaciones entre quienes la habitan o la frecuentan, llenas de cicatrices cuyas heridas no salen a la luz, aunque algunas empiezan a desvelarse poco a poco.

A Luisa Castro le divierte haber dibujado una trama en la que vivir se va haciendo cada vez más complicado. “Como si la vida fuera un gimnasio en el que te subes a un aparato y cada día es subir un poquito el nivel de dificultad. Pero una cosa que está desde el principio en la novela es la salvación a través de la escritura, porque la chica es capaz de escribir su historia y reírse de ella. Eso es un éxito, un pequeño triunfo sobre las cosas”, reflexiona la autora.

Castro relaciona su personaje con su propio proceso de escritura: “No la he escrito para montar una trama y divertir o entristecer a los lectores. Lo he hecho porque lo he necesitado, porque necesitaba tener yo ese cara a cara con las situaciones que atraviesa la joven. Y quizás también porque es un modo de lidiar con nuestra ansiedad, con nuestros miedos o con los miedos de aquellos a quienes queremos y que no siempre podemos ayudar”.

Ahora que está respondiendo entrevistas es cuando empieza a analizar la novela. “No sé del todo muy bien ni lo que he hecho, ni de qué he escrito. Solo sé que de pronto se ponen en marcha una serie de cosas y de personajes. Aunque hay desde el principio esa búsqueda de amor de la joven y de alguien que le cuide, esa es otra de las líneas que marcan la deriva del personaje”, analiza.

Para Luisa Castro, como para la protagonista de Sangre de horchata, escribir es un acto de supervivencia. “A veces pienso que las novelas las escribo en parte para no enloquecer. Solo en muy contadas ocasiones me inspiran los momentos de beatitud o de contemplación, la poesía participa más de ese mundo contemplativo. Pero la novela es una necesidad que llevo puesta desde muy joven. A mí el escribir me ayuda a vivir, a sostenerme en la vida, donde muchas veces estamos sostenidos por alfileres, vamos como a tientas, como pisando huevos sobre una realidad que a veces es explosiva, y otras veces aburridísima y tediosa. Y luego en esa vida cada uno lleva su propia mochila, sus propios fantasmas, su propia historia y a mí, cuando esa mochila tiene un peso determinado, necesito aligerar y de ahí suelen salir mis novelas”, explica Castro.

En los últimos diez años, Luisa Castro ha publicado dos libros de poesía, Actores vestidos de calle y Un amor antiguo. Ella cuenta que pasa de la poesía a la narrativa sin esfuerzo, y piensa que los compartimentos de los géneros en los que se empeña la prensa cultural, son empobrecedores. “Hace mucho que no escribía novela, pero realmente no fuerzo la máquina en ese sentido. Hay mil cosas y mil historias que me gustaría escribir y contar, pero al final solo progresan aquellas que de alguna manera nos vinculan a algo real, material, de nuestras vidas, de nuestros miedos y que de pronto me abordan y veo ahí un material que verdaderamente está vivo para mi y necesito purgarlo, hacer esa catarsis”, indica la escritora.

Los personajes de Luisa Castro no son modelos de coherencia, son complejos y tienen muchas voces. Cuenta que esa especie de ventriloquía le sale de forma natural y se pone en marcha de forma automática cuando empieza a escribir. “Eso en esta novela se nota mucho. Cuando hablan los personajes, creo yo, hablan no solo respondiendo a su carácter o su saber, sino que son el eco de muchas otras voces que resuenan dentro de ellos. No son una persona que se comporta de una forma y tiene unos hábitos y esas cosas convencionales. En mis novelas los personajes son trasuntos de vida que emergen de muchos pozos distintos a la vez", dice.

"Un mismo personaje puede tener cosas que parece que no le cuadran y sin embargo, si lo piensas, nuestra vida es así, es una continua incoherencia. Lo que es sorprendente es que nos creamos que todos somos la perfección y la corrección en persona. Eso es un traje que uno se pone por las mañanas y luego por la noche, cuando te acuestas y te desnudas, te quedas a solas con tus contradicciones, tus temores, tus vanidades o tu belleza”, reflexiona la escritora.

Sus personajes no quieren ser prototipos de nada. “Son estados múltiples de vida que se manifiestan a través de seres de ficción. En todos hay un elenco de cosas que aparecen porque me surgen así, yo no los perfilo ni los defino a priori, ni digo 'este va a ser el traidor o aquel va a ser el salvador'”, aclara la autora.

La ganadora del premio Biblioteca Breve en 2006 afirma que siente el proceso de escritura de una novela como el viaje por una montaña rusa emocional. “Mi novela sale como después de un viaje por el tren de la bruja. Sales de ese tren de la bruja, has dado una vuelta en la cámara de los horrores y cuando terminas la novela dices qué bien, que alivio. Esa es la sensación que tengo. Y tienes esa necesidad de vivir ese viaje por esos túneles acompañando a esa joven atravesando esos escenarios, porque de ese modo también te liberas de tus miedos”, explica Castro.

En distintos momentos del libro, los adultos de la familia le recuerdan a la protagonista que tiene que mantener la cabeza fría, la 'sangre de horchata' ante los conflictos y complicaciones vitales. “La horchata es algo muy típico en Catalunya y esa es la bebida que trae siempre el padre, y el amigo de la familia a los hijos. Y la expresión remite a cierta manera de enfrentar las adversidades, tener sangre de horchata es tener sangre fría, y la sangre fría es necesaria para hacer algo criminal o feo. Es que no te importe mucho nada y eso es lo que se le transmite a esta niña, que eso es necesario para vivir. Y ella lo va aprendiendo”, explica.

En la novela hay un tono juguetón que va mano a mano de una tristeza contenida, y un contraste entre el ambiente de casa antigua y las maneras de otra época de un padre orgulloso de su estirpe, y los ritmos y vivencias de una joven del siglo XXI. “Es algo que a mí me gusta de la novela, que tenga este aroma anticuado, que tiene que ver con el pedigrí del que la familia presume, un aroma un poco rancio y que choca con los tiempos y la juventud de la protagonista. Para mí fue una manera de poner en el mismo nivel tiempos distintos, el tiempo de la ensoñación del pasado, de los pasados heroicos, de las grandes familias y el de la gente que está despertando y descubriendo la vida”, cuenta la escritora.

Luisa Castro empezó a publicar en gallego cuando era muy joven, esa es su lengua materna. Con 19 años, se fue a Madrid a estudiar una carrera y eso le llevó a escribir en castellano. Después ha vivido en Barcelona, Italia, Francia y ahora en Irlanda, y no se sitúa en una única tradición literaria. “Ni en mi vida ni en mi experiencia como escritora me puedo suscribir a un solo patrón lingüístico. No creo que lo pueda hacer nadie en este país, además, porque somos un país con una fortuna increíble, tenemos una buena parte de nuestra población que tiene dos lenguas; eso es muy enriquecedor, a mí me enriquece. Ni se me ocurriría renunciar al gallego, que es imposible, ni al castellano tampoco”, sostiene.