El YRF Spy Universe consta por ahora de cuatro entregas. Los preparativos para el estreno de la quinta este 12 de noviembre, Tiger 3 —continuación de Tiger y Tiger está vivo, siempre con Salman Khan al frente— ya han conducido a que The Marvels, próximo lanzamiento superheroico de Hollywood, se quede sin salas IMAX reservadas en India. Una vez se estrene, apuntan a repetirse escenas similares a aquella proyección de Jawan en Barcelona, Málaga o varios puntos del archipiélago canario. Jawan, el pasado septiembre, batió el récord de mayor recaudación en día de estreno para una película india. Lighthouse Distribution es la empresa que hizo posible que se viera en salas españolas, como ahora estrena Tiger 3.
La distribuidora suele traer estas películas el mismo día de su llegada a cines indios, lo que, según su responsable Conchita Escura, conlleva un gran esfuerzo: “No adquirimos una película para meses después. Creemos que el público de España merece verla en el mismo momento que su estreno original, es una prioridad”. El término blockbuster no se acuñó hasta los años 70 en relación a un modelo de distribución fulminante y masivo que normalmente asociamos a Hollywood, pero India tiene una maquinaria propia con salud de hierro desde hace décadas. Una que no hace tanto empezó a alcanzar España gracias a esfuerzos como los de Lighthouse, u otra pequeña distribuidora llamada BollywoodMovies inSpain.
Pavan Kumar, impulsor de esta última, explica su nacimiento: “Buscábamos una actividad que interesara a nuestra comunidad. Los indios no suelen ir en familia a bares o conciertos. Las familias de India, Pakistán o Bangladés, suelen hacer planes para ir al cine en centros comerciales”. Kumar admite que la distribución de estas películas tiene como destinataria a la población migrante: “Siempre es atractivo ir y ver la película antes de comer o cenar. Solemos proyectar en centros comerciales y funcionamos bien en Canarias, donde hay una gran comunidad hindú”. La empresa de Kumar fue, por cierto, la que permitió que RRR —donde también salía Alia Bhatt— se proyectara en un puñado de cines españoles antes de convertirse en un bombazo de Netflix y llegara a los Oscar.
RRR duraba tres horas, mezclaba fabulación histórica con números musicales y CGI delirante, y ascendió en 2022 a lo más visto en la plataforma de streaming. Sumó espectadores entusiastas hasta el punto en que durante la siguiente ceremonia de los Oscar fuera evidente que iba a llevarse el de Mejor canción original, por Naatu Naatu. De la categoría de Mejor película internacional RRR se había quedado fuera, porque India había decidido mandar La última película, de Pan Nalin. El filme terminó sin estar nominada, pero no sin antes haber tenido igualmente un celebrado recorrido internacional. De hecho, había ganado la Espiga de Oro en la Seminci, en Valladolid.
La última película era la antítesis de RRR, pues su interés por el blockbuster solo se vislumbraba a través de un niño que veía fascinado este tipo de películas en un cine local. Se erigía, pues, como la enésima carta de amor al cine —estilo Cinema Paradiso— que tanto pábulo crítico suele recabar, y a un nivel nacional suscribía las hechuras del llamado Parallel Cinema que lleva en circulación desde los 50, como una alternativa realista y de bajo presupuesto a la industria blockbuster. Del Parallel Cinema se extrae el nombre de Satyajit Ray, que bien puede ser el director indio más conocido por parte de la cinefilia occidental.
Otros nombres como Mira Nair o Tarsem Singh cuentan con la particularidad de haberse desplazado a Hollywood lo bastante rápido como para que sea difícil encuadrarlos en esta cinematografía que, por otra parte, siempre ha funcionado de forma autónoma. Desde finales de los 40, cuando India obtuvo independencia del imperio británico, la industria ha disfrutado de un gran empuje comercial intramuros, popularizando un estilo propio —el que asociamos a Bollywood con su mezcla de géneros y sus largas duraciones— mediante una holgadísima producción. A número de películas por año, India lleva tiempo superando a EEUU y China.
Y sin embargo, el cine puramente comercial del país ha sido casi desconocido en Occidente durante gran parte de su historia. Lo que más han trascendido de esa época primigenia son las visiones exotistas de Jean Renoir en El río o de Fritz Lang en su díptico El tigre de Esnapur/La tumba india, para que décadas después fuera más fácil pensar en la Trilogía de Apu de Ray —al punto de llamarse así un personaje de Los Simpson— que en las comedias románticas de Shah Rukh Khan y Kajol que arrasaban en los 90. Aunque hubo un director entonces, Baz Luhrmann, que no dudó en proclamarlas como su mayor influencia.
Poco a poco, el velo fue cayendo. En 2001 Lagaan, érase una vez en la India —una monumental epopeya histórica que incluso fue nominada al Oscar a la Mejor película internacional— fue distribuida por Sony, también en España, y a mediados de esa década Bollywood adquirió algo parecido a una conciencia geopolítica. Mientras The Walt Disney Company firmaba con Yash Raj Films un acuerdo de producción, durante ese mismo 2007 Shah Rukh Khan y Deepika Padukone —ambos presentes en Jawan— protagonizaban Om Shanti Om, un musical sobre el mundo del cine que indagaba en la historia de Bollywood y presentaba cameos de estrellas de ayer y hoy.
Un año después, Danny Boyle dirigía Slumdog Millionaire con equipo indio y asumiendo estilemas bollywodienses y Mi nombre es Khan tenía un estreno mundial, con los habituales Shah Rukh Khan y Kajol al frente. La película se había rodado en EE.UU., y se centraba en un inmigrante musulmán que combatía la reacción xenófoba tras el 11-S. Su objetivo era hablar con el presidente para decirle que se llamaba Khan, y que no era un terrorista.
India es un país enorme donde Bollywood dista de ser el único polo industrial. “No todo es Bollywood”, defiende Escura. “Cuando hablamos de El triángulo de la tristeza, siendo un film sueco, no asumimos que todo el cine sueco sea como El triángulo de la tristeza. Y por ejemplo nosotros trajimos el anterior trabajo del director de RRR, que viene de otra parte de India donde se suele trabajar el cine fantástico, con muchos efectos digitales”, sostiene. Escura se refiere al díptico Baahubali, a cargo de S.S. Rajamouli, que en efecto tomó forma en Hyderabad y no en Bombay. En las producciones del llamado Tollywood se habla telugu y no hindi y, ahora mismo, su empuje económico rivaliza con el de Bollywood.
La diversidad cultural y étnica de India es otra asignatura pendiente de desentrañar entre las películas que han ido importándose a cada vez mayor número de países desde el fenómeno Mi nombre es Khan. Películas que indistintamente asumimos bajo el sello Bollywood —a veces porque nos llegan directamente dobladas al hindi, como pasó con RRR—, y que en un principio podían ser disfrutadas como rarezas puntuales. Hacia 2011, paralelamente a que Antena 3 apostara por incluir este tipo de producciones en su parrilla, causó cierto revuelo que Sólo se vive una vez se rodara en varias localizaciones españolas, al centrarse en unos amigos que celebraban su despedida de soltero viajando por nuestro país.
Entre 2015 y 2016 fueron fundadas tanto BollywoodMovies inSpain como Lighthouse. El blockbuster indio ya tenía suficiente visibilidad fuera de las emanaciones esporádicas del Parallel Cinema, y parecía existir un público que respondería en determinados enclaves. “Nuestra actividad va dedicada a indios, pakistaníes, bangladeses y nepalíes”, dice sin rodeos Kumar, mientras Escura muestra mayor ambición. “Lighthouse no se dirige necesariamente a la población migrante, sino al público general. En ese sentido, el mercado ha ido creciendo mucho en las grandes ciudades, además de los dos archipiélagos y la costa mediterránea”, asegura.
En sintonía a esto, Lighthouse no solo distribuye blockbusters indios entre España y Portugal, también documentales —el 16 de noviembre estrena uno dedicado a Peter Doherty de los Libertines, Stranger in my Own Skin— y espectáculos teatrales y de ballet. La primera película india que trajeron, en 2016, fue una tan idiosincrática como Fan, otro ejercicio de cine dentro del cine donde el eterno Shah Rukh Khan interpretaba tanto a una estrella de Bollywood como a su fan psicópata. Fan, como Om Shanti Om, reflexiona sobre el peso histórico de esta tradición cinematográfica como síntoma de un modelo plenamente asentado, y no demasiado alejado del punto por el que pasa hoy el blockbuster hollywoodiense.
La diferencia es que allí el star system mantiene intacto su poder. “Shah Rukh Khan es una figura clave de India, con un gran fenómeno fan detrás”, insiste Escura. Jawan presentaba por su parte a Khan en un doble papel, rodeado de un aura mitológica no muy distinta a la que definía a los protagonistas de RRR como adalides de la nación india —hoy pretendiendo empezar a llamarse Bharat y así alejarse del todo del pasado colonial— para exaltar al público: “Son producciones de alto nivel. El equipo técnico de nuestro anterior estreno, Pathaan, venía de Misión Imposible, y en el caso de Jawan contamos con Spiro Razatos, quien como especialista de acción ha trabajado en Marvel y Fast & Furious”.
“Está habiendo una sinergia”, prosigue Escura, “Deepika Padukone, que aparece en Pathaan y Jawan, también es muy conocida en Hollywood”. Padukone, en efecto y aunque no tenga la fama de alguien como Priyanka Chopra, apareció con Vin Diesel en xXx: Reactivated. Porque puede que Jawan haya terminado su andadura siendo más rentable que la mayoría de los blockbusters de Hollywood en 2023, pero la situación global sigue favoreciendo que se hable de su industria en términos comparativos, o insistiendo en el parentesco estadounidense. Del mismo modo es inevitable no percibir la sombra de Marvel en el YRF Spy Universe que empezó en 2012, mismo año de estreno de Los Vengadores.
Las distribuidoras han ido notando puntualmente cada mutación del blockbuster indio. Por ejemplo, la crisis de la COVID-19 tuvo su eco en la actividad de BollywoodMovies inSpain. “Antes del coronavirus solíamos estrenar seis películas por año, a veces ocho. Luego la cosa ha ido flojeando”, admite Kumar, confirmando seguidamente que tras RRR ha notado un mayor interés por parte del público, pero tampoco uno que le pille de nuevas. “La temática histórica, sobre el pasado indio, suele funcionar muy bien. En 2018 trajimos Padmaavat, que además atrajo a muchos espectadores al margen de nuestra comunidad”, dice.
La épica histórica de RRR, junto a los héroes que la lideran —como lideran Jawan, Pathaan o Adipurush, otro reciente blockbuster tollywoodiense—, ilustran el momento de exaltación patriótica que vive India bajo el controvertido gobierno de Narendra Modi, y se complementa con el de otro gigante asiático como China. La producción cinematográfica de China no le anda a la zaga a India, en un momento en que puede superar la recaudación total de las arcas estadounidenses —lo hizo en 2021 con La batalla del lago Changjin— y plantar una encarnizada batalla cultural. Trazando un mapa geopolítico de una complejidad que, sin embargo, puede ser dejada de lado momentáneamente frente al esfuerzo de quienes traen aquí este cine distinto y fascinante, y la alegría de quienes pueden disfrutarlo.