Para un actor joven estar en un filme que arrasa en taquilla y premios significa recibir ofertas de decenas de proyectos, y muchos de ellos vinculados a un jugoso cheque de la mano de la franquicia de moda o de la serie del momento. Normalmente, suelen apostar por el éxito seguro, y ya desde ahí coger otro tipo de proyectos más arriesgados.
El caso de George MacKay es una rareza. En 2019 se convirtió en el protagonista de uno de los títulos más importantes de aquel año, 1917. La epopeya bélica de Sam Mendes en plano secuencia fue su trampolín, aunque para muchos ya era más que conocido gracias a filmes independientes como Captain Fantastic o Pride. Sin embargo, fue aquel pelotazo comercial (384 millones de dólares de recaudación en todo el mundo) y de premios (ganó tres Oscar y llegó a la ceremonia como favorita antes de que Parásitos dinamitara aquella ceremonia), el que le dio la popularidad.
Sin embargo, en vez de apostar por taquillazos y grandes películas hollywoodienses, el actor británico se ha decantado por películas muy alejadas de lo mainstream, y en ocasiones rozando la radicalidad. Pocos actores tentados por Hollywood hubieran elegido un proyecto tan autoral como La bestia, de Bertrand Bonello, o uno tan duro y tan exigente como el de Femme, donde daba vida a un agresor que esconde su identidad sexual en forma de arrebatos violentos y homófobos. O el filme que llega este viernes a las salas de cine españolas, The End, un musical posapocalíptico dirigido por Joshua Oppenheimer, cineasta de culto gracias a sus documentales sobre el genocidio indonesio (The Act Of Killing y The Look Of Silence).
Es raro ver a un joven que es a la vez imagen de Gucci, pero que apuesta por filmes tan personales. MacKay acudió al pasado Festival de San Sebastián, donde The End concursó en la Sección Oficial. Allí, en una entrevista con elDiario.es, contaba que conocía a Oppenheimer por The Act Of Killing, aunque cuando le llegó el guion no había visto su otro documental. Fue el nombre del director el que hizo que se involucrara en el proyecto, pero también cuando vio “que la película hablaba del autoengaño, la negación y la creación de narrativas”.
Confiesa que tras el éxito de 1917 no se detuvo a tener en cuenta qué proyecto sería el siguiente. “No es algo que considerara demasiado en ese momento. Siempre intento mantener una mirada amplia, y creo que eso es útil. Al final, todo es una percepción que los demás tienen de ti. Es verdad que la siguiente película que hice después fue Wolf, de Nathalie Biancheri. En ese momento sí que sentí una ligera confusión. Una especie de sensación de fama. Me sentí un poco desconectado de mí mismo, solo y pequeño. En aquella época parecía que era cuando más ocupado he estado y, sin embargo, nunca estuve tanto tiempo sin trabajar”, recuerda de aquel momento.
Parece que si estás en una película que es un gran éxito comercial, ya te conviertes en un actor diferente, y eso no está en mis manos
Pone de ejemplo Wolf, una apuesta atípica tras un filme como 1917. Los siguientes confirmaron que su intuición le llevaba a ese tipo de filmes. Para él “solo fue una elección personal”, pero reconoce que tal vez marcó su trayectoria. Por eso se revuelve ante la idea predominante: “Parece que si estás en una película que es un gran éxito comercial ya te conviertes en un actor diferente, y eso no está en mis manos”.
Dice elegir dejándose llevar por lo que “le llega al alma, al corazón”, pero luego añade que hay una intención en buscar esos proyectos diferentes. “Muchas veces los proyectos parecen una toma de decisiones algorítmicas y puramente industriales. Aunque entiendo y respeto el funcionamiento de la industria, también necesitamos impulsar el cine para que el abanico de ideas se amplíe cada vez más. De lo contrario, se reduce solo a lo que se considera aceptable. Y eso provoca una visión muy estrecha y estandarizada. Yo quiero ir más allá de eso, y lo hago conscientemente porque creo en ello”, apunta con convicción.
Le sirve también tener “gente alrededor que ayuda en esa toma de decisiones”, algo que considera fundamental para “no perderse”. “Tengo mucha suerte de tener gente que me guía, pero a la vez hay que tener cuidado, porque si siempre estás tratando de hacer lo que otros creen que deberías hacer, eso te hará inseguro y frágil”, subraya y apuesta por tomar sus propias decisiones en su carrera.

En The End canta y baila. No es la primera vez que lo hace, pero sí cree que ha sido la más dura por ser “la más técnica y extrema” de las que ha hecho. Ese reto —en el que está acompañado por Tilda Swinton y Michael Shannon— también fue un aliciente para decir que sí. Oppenheimer concibe su filme como un Sondheim apocalíptico donde la única esperanza llega con la aparición de una mujer joven y negra.
MacKay también subraya que es un musical que “habla del momento político actual”. Lo hace desde lo más obvio, esa crisis climática que o se detiene o acabará con todos, pero también con cómo vivimos “una reescritura de la historia”. Lo que más le llamó la atención fue cómo, a través de esas relaciones familiares se analizan “las mismas actitudes, mentiras, negacionismos y miedos que hay en la sociedad”. “Lo que corrompe a esta familia es lo mismo que mantiene unida a la sociedad y que la corrompe al mismo tiempo, y eso me impactó mucho”, explica.
No descarta dirigir “algún día”. Ya ha empezado a escribir alguna cosa, pero de momento quiere seguir formándose como actor. Para el futuro pone un ejemplo, el de Viggo Mortensen, con quien trabajó en Captain Fantastic y que le dejó impresionado por “lo consciente que era de cada departamento del filme, porque eso te hace comprender mejor cada aspecto narrativo”.