Back to Top

Las Barcelonas de Eduardo Mendoza: de los pistoleros de los años 20 a los posmodernos de los 80

Pero esta distancia vital no fue óbice para que su curiosidad y su amor por la historia de la ciudad, así como su talento innegable para la narrativa, le convirtieran en uno de los cronistas literarios más fascinantes de la Barcelona efervescente que empieza con los prolegómenos de la Exposición Universal de 1888 y termina en 1929 con la Exposición Universal de aquel año, también en la ciudad y en plena dictadura de Primo de Ribera.

Tan solo Ildefonso Falcones con La catedral del mar (2006) ha sabido dotar a la ciudad de la misma épica histórica que Mendoza transmite en sus dos novelas más notables: La verdad sobre el caso Savolta (1975) y La ciudad de los prodigios (1986). Pero Falcones se remite a un tiempo histórico más lejano, el medioevo, y produce un texto pensado para las grandes audiencias, sin un análisis político de riesgo como el que demuestra Mendoza, por ejemplo, en La verdad sobre el caso Savolta, una historia de sindicalistas heroicos y empresarios sin escrúpulos en la Barcelona del pistolerismo de los años 20 publicada con Franco todavía de cuerpo presente.

Entre la épica y la sátira

Y es que como buen “señor de Barcelona”, Eduardo Mendoza siempre se ha visto obligado a pactar con la realidad de su ciudad, y en general de Catalunya y España, en busca del beneficio de todos, pero procurando no dar puntada sin hilo luego en sus textos, seguramente para dejar testimonio de su desacuerdo íntimo con esa realidad, aunque siempre pasando su crítica por el cedazo de la ironía.

Muestras de este pragmatismo pactista acaso sea el hecho de que perteneció al Foro de Babel en los 90, una plataforma que se oponía a la política lingüística del govern de Jordi Pujol, si bien siempre ha conservado su relación de amistad con Pasqual Maragall, que fue president de la Generalitat en un gobierno tripartito con ERC, mucho más beligerante que Pujol en materia lingüística. También lo exhibe con descaro cuando declara respecto del turismo y los expatriados en una entrevista reciente en La Vanguardia: “Los barceloneses somos ya como indios en la reserva... y me parece bien”.

Del citado choque entre la Barcelona deseada y la real, nace otro estilo de “novela mendociana”: la satírica y humorística, más centrada en la crítica a la ciudad que en la loa épica. A esta vertiente pertenecen sin duda Sin noticias de Gurb, la trilogía de El misterio de la cripta embrujada, El laberinto de las aceitunas y La aventura del tocador de señoras y Mauricio o las elecciones primarias. De todos modos, tanto en su vertiente épica como en la satírica, Mendoza muestra su compleja relación de amor y odio por Barcelona, a la que tanto eleva a la categoría de ciudad prodigiosa y convulsa como tilda de fatua, gris.

La Barcelona de los prodigios y las pistolas

Aunque La verdad sobre el caso Savolta es once años anterior, conviene comenzar por La ciudad de los prodigios, de 1986, ya regresado Mendoza tras su periodo de traductor en la sede de la ONU, porque cronológicamente nos describe una Barcelona predecesora de la de las luchas sindicales y el pistolerismo. En ella, su protagonista, Onofre Bouvila es un hombre de oscuro origen hecho a sí mismo, oriundo de la comarca entonces pobre del Maresme, cuna de numerosos negreros que hicieron fortuna.

No menciona el escritor el esclavismo, pero nos sitúa en la Barcelona de la década de 1880, en una sociedad de hombres poderosos que quieren poner a la ciudad en el mapa merced a una exposición universal, que finalmente logran en 1888. Casi un milagro en una España que todavía no había despertado de su trasnochado sueño colonial. Durante la novela caen las viejas murallas y se levanta una ciudad nueva en el barrio de l'Eixample (ensanche): el paseo de Gràcia, la casa Batlló, La Pedrera, el parque Güell, el comienzo de la Sagrada Familia... Prodigio tras prodigio hasta al siguiente exposición universal, la de 1929, en la que la montaña de Montjuïc se viste de art deco, dejando edificios insignes como el Palau Nacional, que hoy acoge al MNAC.

Onofre Bouvila tiene un origen humilde, pero su ambición y su falta de escrúpulos le llevan a situarse en el centro del torbellino de aquellos años hasta convertirse en uno de esos hombres oscuros y poderosos con numerosos cadáveres –hoy sabemos que africanos– en el armario. Y de esos polvos, a los lodos de La verdad sobre el caso Savolta, una novela escrita en el convulso tardofranquismo y que aborda los años violentos 20 de las luchas sindicales en la Barcelona industrial de entonces, que abastecía a los contendientes de la Primera Guerra Mundial.

Es una Barcelona desigual, dividida ya entre los barrios ricos de l'Eixample y las faldas de Collserola, y, por otro lado, los barrios pobres de Ciutat Vella. Una ciudad que vive grandes tensiones sociales y una violencia desmesurada, con enfrentamientos entre pistoleros anarquistas y de la patronal que se cobran muertos a diario. En esos días cae en la plaza Goya el político nacionalista y abogado sindicalista Francesc Layret. También es asesinado por la patronal, a escasos centenares de metros, el anarquista Salvador Seguí, el Noi del sucre, en respuesta por un asesinato anterior.

En esta Barcelona que una década antes, durante la Semana Trágica, había sido bautizada por los anarquistas como la Rosa de foc (Rosa de fuego), en la que al caer la noche apenas queda gente en la calle por temor a las balas perdidas, sitúa Mendoza un thriller de misterio y asesinatos en una familia de fabricantes textiles en el que nada es lo que parece. La verdad sobre el caso Savolta ya no es una Barcelona de prodigios y milagros, sino de miseria y pobreza, de suciedad tanto ambiental como moral.

De la decepción postmoderna a la ilusión olímpica

Sin embargo, la “Barcelona mendociana” épica se limita a los dos títulos citados en el apartado anterior, porque el autor siempre ha preferido recurrir a la ironía y la sátira para explicar la Barcelona experimentada en carne propia. Así lo hace en Sin noticias de Gurb (1991), su texto más hilarante y una recopilación de los relatos por entregas que Mendoza había escrito desde finales de los ochenta para El País.

Esta obra nos sitúa en la Barcelona de la postmodernidad, las agencias de publicidad, los departamentos de marketing, los ejecutivos que han dejado en el contenedor de Humana sus viejas ropas de hippies y las han cambiado por los trajes de lino arrugados de Adolfo Domínguez, las camisas estampadas abotonadas hasta el cuello y las Ray-Ban Wayfarer. Gente que toma copas en fríos bares de diseño con neones y taburetes incómodos, todos ellos con un Premio FAD en el bolsillo. El protagonista de la novela es la razón de ser de esta crítica irónica a la Barcelona preolímpica con ínfulas: un extraterrestre perdido en la Tierra, abandonado por sus compañeros de nave en la ciudad y que lo mira todo con suma extrañeza, revelando el absurdo y la vacuidad de aquel ambiente, en espera de que vengan a rescatarlo.

En la trilogía de El misterio de la cripta embrujada (1978), El laberinto de las aceitunas (1982) y La aventura del tocador de señoras (2001), Mendoza aprovecha de nuevo la figura del personaje extraviado, en este caso un detective sin nombre procedente de un manicomio, para retratar la Barcelona de diferentes épocas: desde los setenta hasta el cambio de siglo, siempre de forma satírica y describiéndola como una ciudad llena de pícaros y arribistas.

Incide finalmente en esta línea con Mauricio o las elecciones primarias, una novela no obstante de desencanto que sitúa de nuevo en la Barcelona preolímpica y en la que un odontólogo decide entrar en la política barcelonesa a través del PSC, al tiempo que establece una relación con dos mujeres diametralmente opuestas, que representan a las dos Barcelonas coexistentes. Una es ordenada y equilibrada mientras que la otra es oscura, alocada y conduce al protagonista a la otra cara de la ciudad brillante y triunfadora que se prepara para deslumbrar al mundo con los juegos de Barcelona 92.

Cron Job Starts