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¿Cada vez hay más imbéciles? Una teoría intenta demostrar que sí
El autor es Pino Aprile (Bari, 1950), un periodista que en una primera entrega, ‘Elogio del imbécil’ (Temas De Hoy, 2004), ya empezó a investigar sobre la estupidez.

Ahora vuelve a la carga con ensayo provocativo y probablemente en algunas de las aseveraciones no sobrado de rigor. Tampoco parece que sea lo que persigue. Solo el hecho de preguntarse, preguntarnos, si cada vez hay más imbéciles es un buen punto de partida, más allá de si se comparte o no la tesis del autor.

Aprile defiende que cada vez hay más estúpidos y que hay distintas causas que lo explicarían. La primera es física: el volumen craneal. Puede parecer una demostración de andar de casa pero, para que se entienda rápido, en síntesis sería que el tamaño del cerebro importa y lo que se puede constatar es que con el tiempo se ha ido reduciendo.

“En el hombre moderno, cada kilo (de peso corporal, huesos, músculos y demás) equivale a unos veinte gramos de cerebro, si llega. Esta proporción ya se alcanzó hace entre dos millones y un millón y medio de años con el niño de Taung, ejemplar de la especie ‘Australopithecus africanus': una criaturita de veintipocos kilos, con unos quinientos o seiscientos gramos de cerebro”, describe en uno de los capítulos.

A partir de este dato y otros similares defiende que a juzgar por el tamaño del cerebro, nuestra especie ha dado tres pasos adelante y uno atrás en el camino de la inteligencia. “A costa, como siempre del mejor: el hombre de Neandertal, la obra fallida de nuestra especie”, concluye. La referencia al neandertal se justifica porque tenía mucha materia gris y, según Aprile, ni antes ni después ha habido otro tan bien dotado en lo que a cerebro se refiere.

Argumentos como este y otros son rebatidos a través de breves cartas por un filósofo austríaco amigo del Premio Nobel Konrad Lorenz (fallecido en 1989), a quien el periodista italiano esbozó su teoría sobre la proliferación de imbéciles en el mundo. Por ejemplo, el filósofo considera que las dotes intelectuales no tienen que ver con el tamaño del cerebro sino con lo que hacemos con él. 

Otro ejemplo. El autor argumenta que el “único” valor de la especie humana es la supervivencia, más allá de cómo sobrevive y eso le lleva a considerar que en nuestra evolución prevalece lo “peor” porque es lo más útil. Por contra, el profesor replica que es todo lo contrario y que la inteligencia es uno de los factores que nos han ayudado a subsistir. En lo que ambos coinciden es en que la evolución avanza “al azar y sin ningún plan”.

Aprile va llegando a diferentes conclusiones como las que ya se han apuntado y otras como que la inteligencia lo que hace en realidad es expandir la estupidez.  Recurriendo a un principio aristotélico, el de que somos animales sociales y nos gusta vivir en comunidad, el periodista apunta que en realidad esa vida en común nos vuelve “tontos”. Su tesis es que cuando uno de nosotros es especialmente brillante lo que hace es poner el talento al servicio del resto, con lo cual la comunidad se empobrece intelectualmente. Nos limitamos a imitarlo o aprovecharnos de sus ideas. El profesor le replica que a la inteligencia humana nunca le faltarán motivos para ejercitarse y por lo tanto siempre hay motivos para activarla.  

Que en el mundo hay muchos imbéciles parece poco refutable. Si cada vez son más es algo difícil de calcular. Y si necesitamos mucha inteligencia o ninguna para sobrevivir es debatible, tal y como se comprueba en este libro donde, además, se concluye que la estupidez es necesaria para que funcionemos como sociedad. Suena a triste consuelo.

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