Cuesta abajo y sin frenos. Este es el sentir más generalizado entre los economistas para describir el legado que Javier Milei pretende inculcar en Argentina a su adorado Milton Friedman, el gurú del neoliberalismo y padre de los Chicago’s Boys al que el presidente electo admite idolatrar. Sin embargo, algunas otras voces del espectro analítico de los mercados piensan que no se trata de una teoría descabellada. Incluso Wall Street saludó con cierto entusiasmo la victoria electoral de Milei y de su motosierra con la que escenificó su intención declarada de realizar recortes draconianos en la estructura del estado.
La dolarización de la economía argentina ya se experimentó, de hecho, en los noventa de Carlos Menem. El currency board -o paridad cambiaria entre el peso y el billete verde americano- que se puso en liza en 1991, en la etapa peronista más liberal y privatizadora de la historia reciente del país, duró once largos años. No hizo que Argentina pudiera escapar de defaults ni de los corralitos o de las ayudas multilaterales del FMI con sus duras contraprestaciones reformistas. Irónicamente, fue su inductor, el superministro de Economía Domingo Cavallo, el que se encargó de sepultar este artilugio monetario en 2002, durante el mandato de Fernando de la Rúa en la Casa Rosada y su Unión Cívica Radical (UCR).
Milei, sin embargo, permanece ajeno a la memoria histórica. Aunque deja traslucir alguna duda sobre un órdago monetario que significa la renuncia unilateral a la soberanía del banco central y el abandono de los tipos de interés a las decisiones de la Reserva Federal, .
En una entrevista a Bloomberg, Milei mostró un desprecio visceral a la autoridad monetaria: “los bancos centrales se dividen en cuatro categorías: los malos, como la Fed, los muy malos, como cualquiera de los de Latinoamérica, los horriblemente malos y el Banco Central de Argentina”.
Le ha dado la encomienda de su política anarco-capitalista a Luis Caputo -ex ministro con Mauricio Macri- de “rescatar la economía”. Caputo tendrá que lidiar con una doble losa sobre su cabeza por ser quien firmó la emisión de deuda argentina a 100 años y el préstamo de emergencia de 44.000 millones de dólares del FMI que se llevó por delante a Macri y propició el retorno del peronismo kirchneriano.
Caputo, con el que fraguó amistad en la parte final de la campaña, representa a la elite dirigente y pasa por ser el precio que Milei ha tenido que pagar por el respaldo del Partido Justicialista. No era el delfín que debía “preparar a Argentina para sacarla de su crítica situación y perfilar su dolarización”. Sus candidatos eran Carlos Rodríguez, un halcón neoliberal y Emilio Ocampo, entusiasta de la incorporación del dólar como moneda de curso legal y a quien tenía pensado asignarle el banco central para su “innegociable cierre”. Ambos se han desmarcado del presidente.
Sea cual sea el ideario e itinerario que finalmente marque Milei, Argentina ha emprendido una carrera en dirección contraria. Al menos, respecto a los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), el club de los poderosos mercados emergentes al que se incorporó Buenos Aires en su geoestratégica ampliación de agosto y que ha declarado su deseo de acabar con la hegemonía del billete verde. El presidente argentino ha clamado contra sus integrantes por razones ideológicas: “No nos alinearemos con comunistas”, aunque su equipo diplomático matizase que permanecerán en el grupo “con un perfil pasivo”.
Los BRICS aducen al menos tres motivos económico-financieros para rebatir el dominio del dólar que encuentran en el comercio, las reservas de divisas y las materias primas. La primera apunta a lo que llaman la dictadura monetaria de la Reserva Federal estadounidense. El billete verde acapara los sistemas de pagos internacionales y, en consecuencia, admiten en el Wilson Center, influye en los flujos del comercio, lo que concede a EEUU una porción excepcional del PIB mundial con una cotización, la de su moneda, a menudo sobrevalorada. Es lo que, a finales de los años setenta, el presidente francés Valèry Giscard d’Estaing denominó el “privilegio exacerbado” del dólar en el orden monetario. .
Incluso India reconoce su “hartazgo” por la “hostilidad” que despierta en su economía la “irresponsabilidad” de la Casa Blanca en los mercados cambiarios, hasta el punto de exigir a su banco central medidas para impulsar la rupia como divisa comercial.
El segundo aspecto que perturba a los BRICS es que el dólar es demasiado caro para sus negocios internacionales y dificulta el acceso a financiación en los mercados de capitales. Argentina es un magnífico botón de muestra. La inestabilidad política y el retroceso exportador han contribuido en las últimas décadas a drenar sus reservas de dólares, a mantener el peso bajo una presión permanente con riesgos de suspensiones de pagos cíclicas y a espolear la hiperinflación, avisan.
En Allianz corroboran esta teoría. “Un dólar fuerte debilita su estatus preferencial en las cestas de divisas” de los bancos centrales y explica que Argentina empezara a pagar sus importaciones en yuanes. “Cuando el billete verde americano se hace más caro, se buscan alternativas”, aclaran sus analistas, que reverdecen la propuesta del presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva de construir desde el BRICS una moneda común: “Cada noche me pregunto por qué todos los países tenemos que asumir el dólar en nuestros intercambios comerciales”, dijo a comienzos de 2023.
La reflexión en voz alta de Lula cuestiona la supuesta estabilidad que ejerce el dólar frente a los altibajos del euro, el yen o el yuan. El rival ideológico sudamericano de Milei matizó que “Europa es un museo, Japón el hogar del pensionista y China en una jaula”.
El tercer motivo de tensión surge en el mercado petrolífero, pese a su diversificación y a que sus principales productores -Arabia Saudí, Rusia y los emiratos del Golfo Pérsico- tienen suficientes intereses geopolíticos para revertir este escenario y poner el modelo petrodólar en riesgo. El sistema en vigor se formalizó en 1945 con el acuerdo entre Washington y Riad para que el oro negro saudí llegara al mercado estadounidense con pagos exclusivos en dólares a cambio de que el régimen wahabí pudiera reinvertir sus excedentes de divisas en bonos del Tesoro y de firmas americanas.
La hegemonía del dólar “está más agitada que nunca”, advierte Joe Sullivan, analista del Lindsey Group. Sobre, todo, porque la maniobra de los BRICS posee un elevado porcentaje de éxito. Si logra atraer a la OPEP + hacia sus posiciones geopolíticas y se gana al Sur Global o si decide controlar, al incorporar a Egipto, Etiopía y Arabia Saudí, arterias comerciales como el Canal de Suez, por donde atraviesa el 12% del comercio global y sus rutas adyacentes de Oriente Próximo con destino al Mediterráneo.
Pero también porque los BRICS+ disponen de 1 billón de dólares de bonos americanos. Además, tres de sus nuevos inquilinos -Irán, Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos- mueven los hilos en el negocio de los combustibles fósiles y tres de sus socios fundadores -China, Rusia y Brasil- el mercado de las materias primas metálicas y los minerales raros esenciales para avanzar en la digitalización y la neutralidad energética. Cualquier desdolarización beneficiaría el progreso de China.
“Los cantos de sirena sobre el final del reinado del dólar son exagerados; al menos de una forma inminente, pero las conspiraciones de los emergentes suceden en una época de vulnerabilidad desconocida” en torno a la moneda de EEUU, apostilla Sullivan.
Por eso la promesa de Milei encierra peligros sobre los que su Ejecutivo no podrá maniobrar. La pérdida de la soberanía monetaria y la desaparición del banco central no auguran un buen futuro a una economía que descarrila desde finales del siglo pasado y que ha coqueteado con adoptar al dólar sin resultados efectivos porque su historia de amor acabó con una enorme devaluación, recuerda Robin Brooks, del Institute of International Finance. A su juicio, como entonces, la idea no empatizará ni funcionará financieramente. Brooks cree que el plan de Milei es “una terrible ocurrencia”. Por contra, voces como la del profesor de la Universidad Johns Hopkins, Steve Hanke, consideran que es “la única salvación”.
La revista The Economist incide en que Argentina no precisa una dolarización, sino declarar otra suspensión de pagos ante la carencia de dólares y la dificultad de que los mercados envíen divisas estadounidenses a mansalva, como demanda Buenos Aires, Además señalan que la política de Milei desvía la atención de sus problemas reales de una economía con una inflación del 113%, a la que se le aplicarán ajustes de caballo, con probables protestas sociales y sin un banco central que actúe como prestamista de última instancia y rector del sistema bancario.