Dicen sus correligionarios y sus más férreos defensores que Mario Draghi está en posesión de ciertas dotes redentoras. Quizás sea así, porque al ex presidente del BCE, cargo al que accedió desde la cúpula ejecutiva de Goldman Sachs, y ex primer ministro italiano de consenso en el ajetreado contexto político transalpino, se le podría adjudicar al menos cuatro decisiones liberadoras en otros tantos episodios europeos casi apocalípticos.
El de mayor enjundia fue su famoso alegato de 2012 en defensa del euro, durante la crisis de la deuda, con su valor cambiario en caída libre, mediante el que alertó que el Banco Central Europeo (BCE), que presidía, “haría todo lo posible por preservar” la unión monetaria.
Más de un decenio después, el euro sobrevive sin respiración asistida como rival del dólar. Con posterioridad, en el tramo final de su doble mandato en la autoridad monetaria, se sacó de la chistera el apoyo al eurobono y a la mutualización de la deuda como objetivos irrenunciables de integración entre los socios del euro; alejó a Italia de la espiral recesiva y a la UE de la Gran Pandemia con su respaldo a los fondos Next Generation y pertrechó, junto a la que durante años fue su homóloga en la Fed, Janet Yellen -ahora, secretaria del Tesoro en la Administración Biden- las sanciones occidentales contra Rusia por su invasión de Ucrania. Las otras tres picas de su póker de mano.
No es que sus jugadas hayan tenido un éxito rotundo. Pero todas ellas guardan un denominador común: han apostado por la heterodoxia, ese virus antiliberal que tanto molestó a la Alemania de la canciller Angela Merkel y que pone en duda las supuestas leyes del mercado.
Ahora, Draghi tiene una nueva encomienda. El Ecofin le ha asignado la tarea de perfilar una hoja de ruta que restaure la competitividad del club europeo. Tendrá hasta junio para reflexionar, si bien ya desveló a los ministros de Hacienda varias de sus líneas maestras. El ex presidente del BCE resaltó que “la UE debe liberar enormes cantidades de dinero” si quiere superar su brecha de prosperidad, dejando cargas de profundidad que no agradan a la escuela neoliberal.
Draghi reconoce que la UE ha dejado de ser productiva y competitiva. Al menos, tanto como EEUU, China o algunas otras latitudes industrializadas y emergentes. Tampoco cree que sea algo coyuntural o pasajero, sino más bien estructural y con desafíos trascendentales.
La receta contra todos estos espasmos -resalta Draghi- es la vuelta a las tesis keynesianas, como ha hecho la Administración de Joe Biden con su reindustrialización verde, catapultada por la Inflation Reduction Act (IRA) y sus 465.000 millones de dólares, o sus relocalizaciones de centros fabriles de semiconductores que impulsa Chips and Science Act y sus 280.000 millones. Y el que acaba de reincorporar Xi Jinping con un ideario modernizador con el que China busca asaltar el liderazgo tecnológico y económico estadounidense. Gran parte de los recursos chinos para devolver su PIB a crecimiento anuales del 5% del PIB se dirigirán a propulsar sus industrias.
Ambas superpotencias desean liderar las manufacturas y controlar sus abastecimientos. Draghi entiende que Europa no puede perder el paso. De ahí que apele a “componentes rompedores” como las ayudas a sectores y empresas, la relajación de las normas de competencia y un corsé más flexible para gestionar la inflación. Todo enfocado a acelerar la transición energética y la revolución digital con inversiones verdes y en innovación y regulaciones encauzadas al beneficio social y la creación de prosperidad, matiza.
A su juicio, esta singladura exige “acciones más concertadas” entre estamentos independientes como los bancos centrales o las autoridades del mercado interior -cuya remodelación ha sido encargada por Bruselas a otro primer ministro italiano, Enrico Letta- e inculcar mayores ratios productivos con los que abordar virajes de rumbo como el de una hipotética fragmentación en bloques del mercado global. También con capacidad de atender retos geopolíticos como la Defensa europea, que diseñará el ex presidente liberal de Finlandia, Sauli Niinisto, .
El tridente Draghi-Letta-Niinisto ha sido bendecido por Ursula vor der Leyen, que ha mostrado su disposición a poner en liza sus postulados si renueva su presidencia en la Comisión Europea tras las elecciones europarlamentarias de junio. Draghi ha aprovechado la ocasión para abrir la Caja de Pandora y anticipar un futuro rupturista. “Se precisa una política monetaria elástica” que añada más leña a su contrapoder, las herramientas fiscales, desde las que inyectar estímulos, recursos y medidas intervencionistas, enfatiza.
Las palabras del dirigente italiano no han surgido por generación espontánea. Más bien, las ha emitido en un instante idóneo porque explican el origen de la actual recesión alemana. La locomotora europea se ha bloqueado. El cierre de la espita energética rusa -barata y directa-, su anemia vendedora a China -su gran destino exterior fuera de la UE- y la reindustrialización estadounidense, que ha frenado la pasarela trasatlántica de productos made in Germany. Los tres detonantes del parón competitivo europeo y que han propiciado el frenazo industrial germano que, para sus prestigiosos institutos Ifo, ZEW o el Deutsche Bank: “Va a perdurar en el tiempo”.
“Europa está en medio de una tormenta de competitividad”, resalta Isabel Schnabel, consejera alemana en el BCE. Pero la UE también está inmersa “en una encrucijada ideológica”, matiza Draghi, y con una guerra en sus límites fronterizos que reclama “el nacimiento de una Unión geopolítica”, apuntala Von der Leyen, quien incide en la entente hostil que puede suponer para Europa el alineamiento de intereses futuros entre Vladimir Putin, Xi Jinping y Donald Trump.
El modelo económico europeo -con notable músculo comercial, pero escaso peso económico como para erigirse en superpotencia y un alarmante retroceso geopolítico global- parece agotado. El PIB europeo representa el 65% del valor de la economía americana cuando en 2013 era del 91%, una distancia que, en términos per cápita, llega a duplicarse. Tampoco hay rastro de empresas tecnológicas europeas en el top-20 de capitalización bursátil, ni apenas vestigios en el ranking mundial entre los emporios manufactureros.
Para más inri, la población europea envejece, su sistema académico deja cuellos de botella laborales y sus pymes -y el campo- se quejan de excesos burocráticos. “Bruselas tiene que volver a poner en forma a su mercado interior, no puede dejar que la joya de su corona sienta la amenaza de fuerzas industriales y empresariales ajenas”, avisa el director de BusinessEurope, Markus Beyre. En su opinión, “los europeos debemos entender la trascendencia del momento” y recomponer “una narrativa entusiasta que nos despeje las sendas tecnológica y sostenible y nos ilustre sobre regulaciones sectoriales o en el negocio de la Inteligencia Artificial, sobre aranceles y que consiga revertir esta tendencia negativa”.
El dilema de Draghi y Letta, que ahora dirige el Instituto Jacques Delors, es cómo hacer competir a Europa con potencias emergentes como India, sin perder el pulso con China y EEUU, sin ahogar el principio del libre mercado y desplegando subsidios para asentar un nuevo patrón de crecimiento de forma ordenada tras un decenio de recursos al alza. Financial Times calcula que las ayudas europeas entre marzo de 2022 y agosto de este año ascenderán a 733.000 millones de dólares, lejos de los 102.800 de 2015 o los 334.540 de 2021.
Aun así, en McKinsey consideran que esta reconversión “es prioritaria para inculcar resiliencia y restaurar la competitividad y el vigor manufacturero y tecnológico, al estilo de EEUU, donde “las energías renovables y los chips pueden añadir un 15% al PIB en lo que queda de década y sumar 1,5 millones de nuevos puestos de trabajo”.
Sander Tordoir, del Centre for European Reform (CER), think-tank paneuropeísta, pone el dedo en la llaga: la competitividad es una nebulosa de la que siempre hablan los lobistas para presagiar época de vacas flacas, pero, en esta ocasión, en Europa, es un asunto urgente y un baño de realidad, del que “no saldrá con éxito” si no estimula la movilidad laboral, distribuye más equitativamente la riqueza o no canalizan adecuadamente sus cualificaciones laborales.
Simone Tagliapietra, del Instituto Bruegel, deja piedras en esta travesía. Europa debe elevar el potencial del mercado interior con incentivos y metas competitivas, suministrar fondos, arrancar el motor de la innovación y fortalecer la gobernanza institucional y corporativa con regulaciones eficientes. Mujtaba Rahman, de Eurasia Group en Politico- señala para este objetivo que Draghi “debería ser el futuro presidente del Consejo Europeo”.