En los primeros compases de las últimas protestas del campo, la ex ministra francesa de Ecología y Desarrollo Sostenible, la socialista Ségolène Royal, puso los tomates ecológicos españoles en la picota. "¿Habéis probado alguna vez los tomates bio españoles? Son incomibles", aseguró en un programa de televisión. Unas palabras que derivaron en una pequeña crisis diplomática, con respuestas del presidente del Gobierno Pedro Sánchez y del ministro de Agricultura, Luis Planas, defendiendo la calidad de nuestros tomates.
Hasta ese momento, la agricultura ecológica no había estado casi nunca en el foco político.
Más allá del incidente de los tomates, la agricultura ecológica lleva años en crecimiento, hasta el punto de que en una década se ha disparado la superficie destinada a este tipo de producción. En 2012, el territorio destinado a los cultivos sostenibles alcanzaba los 1,8 millones de hectáreas. Al cierre de 2022, el último año con datos publicados, eran más de 2,67 millones, según las estadísticas del Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. De esta forma, ha pasado de ser el 7,49% de la Superficie Agrícola Utilizada (SAU) a rozar el 11%.
"En los últimos 20 años ha ido creciendo. Hablamos, sobre todo, de la producción de cultivos, porque en ganadería es más lento", asegura José Manuel Delgado, del Gabinete Técnico de la Unión de Pequeños Agricultores y Ganaderos (UPA). "Crece imparablemente. No es una moda", recalca Concha Fabeiro, presidenta de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica y Agroecología (SEAE). "Hablamos de un crecimiento de la producción de más de un 25% en los últimos cinco años", asevera.
En el anterior gráfico se ve que más de 1 de cada 10 hectáreas se destinan a la producción biológica. "Realmente decir que es ecológica, bio u orgánica es lo mismo, son sinónimos. Son productos donde no hay químicos de síntesis, fitosanitarios ni organismos modificados genéticamente", enumera Concha Fabeiro. "En los productos agrícolas no se emplean productos químicos para las plagas. Se utilizan productos naturales y se cuida mucho el suelo, porque eso es una garantía. Y, en el caso de los animales, se tienen en cuenta las condiciones de bienestar y los tratamientos que reciben", ahonda José Manuel Delgado.
Que sean bio tiene que estar especificado en las etiquetas. "Los consumidores tenemos que fijarnos en el etiquetado, porque tienen que ser productos verificados", asegura la responsable de SEAE, en referencia al reglamento europeo que regula este tipo de producciones y que es el mismo para todos los países comunitarios. Un distintivo con un fondo verde y con doce estrellas que forman una hoja.
Antes de llegar al punto de venta, se observa el tirón de la producción ecológica durante los últimos años por el número de operadores que se dedican a ella. En el año 2000 no se llegaba a los 15.000. En cambio, en 2022 se superaban los 60.000.
Sin embargo, no se trata de una producción similar en todo el territorio, hay diferencias. Si se analiza por superficie, más del 47% de las hectáreas que se destinan a la producción ecológica están en Andalucía. Le siguen Castilla-La Mancha (15,4%), Catalunya, (9,6% del total) y la Comunitat Valenciana y Murcia, con el 5,4% y el 4%, respectivamente. Si se analiza por cultivos, destaca en volumen la producción de cereales, frutos secos, olivar, legumbres, hortalizas y frutas.
Detrás de este crecimiento hay diferentes factores. "Para los productores es una oportunidad para diferenciarse de los cultivos estándar, sobre todo en el caso de la agricultura familiar", ahonda el técnico de UPA. "No es solo diferenciación, también es una forma de acortar los intermediarios en la cadena", hasta llegar al consumidor, porque en muchas ocasiones estos productos van directamente al cliente a través de la venta online.
"La rentabilidad es doble, es económica y social", recalca la presidenta de SEAE. "La producción ecológica al principio puede ser más costosa para el productor, pero acaba siendo más rentable porque los insumos que necesita son menores y se acaba formando un ecosistema, donde hay autorregulación, insectos que se comen insectos, por ejemplo. Y al final los productores tienen menos costes", resume.
Diferenciación, menor impacto medioambiental, productos de más calidad y más rentables para los agricultores, lo que para el cliente final se suele traducir en precios más elevados. "Son productos que tienen un precio más alto y, a veces, el consumidor no está dispuesto a pagarlo", asume José Manuel Delgado.
"El precio puede ser más caro, pero han subido menos", asegura Concha Fabeiro en referencia a la última espiral inflacionista. "Por eso es importante donde se compra, reducir el número de intermediarios, pagar precios justos y en tiendas locales". Según la Asociación profesional española de la producción ecológica (Ecovalia) si se compara una cesta de alimentos ecológicos con otra convencional, la primera se encareció de media en el último año un 8,7% y la segunda, un 10,7%, pero la bio sigue siendo más cara. Un ejemplo, en la cadena de supermercados Carrefour, un kilo de naranjas convencionales cuesta 1,89 euros; y un kilo de ecológica, 2,39 euros.
Sea por el precio o porque los consumidores no priorizan este tipo de productos, más sostenibles, detrás del crecimiento de la agricultura ecológica de los últimos años están, sobre todo, las exportaciones y la venta a otros países de la Unión Europea.
"Necesitamos aumentar el consumo interno, necesitamos más compromiso de los agentes, de los productores, que se promocione y que se informe más", se lamenta la responsable de SEAE. Los españoles gastan de media al año en productos bio 64 euros por persona, según los datos que publica Ecovalia. En 2020, esa cifra se quedaba en los 46 euros.
Si se ven los datos por territorios, donde menos se gasta por ciudadanos es Castilla-La Mancha, solo 40 euros al año; por delante de la Comunidad de Madrid y la Comunitat Valenciana, con 51 euros por habitante En cambio, a la cabeza: Galicia (86 euros), Euskadi (85) y Catalunya (80 euros), según desglosa la Asociación profesional española de la producción ecológica. Ese gasto por persona deriva en que la actividad ligada a la distribución minorista de estos productos alcance los 3.000 millones de euros.
Según el Ministerio de Agricultura -con datos de 2020- los productos vegetales ecológicos que más se consumen en España son las frutas frescas y las hortalizas, que llegan a ser el 15% de una cesta bio. Le siguen el pan y las galletas, pero ya dentro de la categoría de productos elaborados.
España produce eco o bio, sobre todo, para venderlo fuera, ya sea en el mercado de la UE o exportando a terceros países. "Tenemos un mercado muy importante fuera, con mucha demanda en centroeuropa y Alemania, Países Bajos o Francia", enumera José Manuel Delgado. Los últimos datos de comercio exterior bio publicados por el Ministerio también son de 2020. En ese ejercicio, las exportaciones ligadas a la agricultura ecológica alcanzaron los 1.165 millones de euros y las importaciones superaron ligeramente los 1.000 millones.
Como sucede con la agricultura convencional, el problema para el sector primario es que las normas y requisitos que se requieren fuera de la Unión Europea no son tan exigentes como dentro del territorio comunitario. "En las etiquetas tiene que especificarse si son productos de dentro o de fuera de la Unión Europea", señala el técnico de UPA, "y sucede que se han llegado a acuerdos comerciales con países donde no hay el mismo nivel de exigencia, porque los controles no son iguales. Necesitamos cláusulas espejo". Es decir, que la producción que se compra fuera tenga las mismas normas que marca la UE.
Esos requisitos de sostenibilidad y de eliminación de químicos también están en el foco de las recientes protestas del campo, porque muchos agricultores creen que se está yendo demasiado deprisa y son ellos los que pagan la factura. Sus quejas se han escuchado porque Bruselas ya ha dado pasos atrás. "Europa tiene que estar a la cabeza de la producción de alimentos sostenibles. Hay que restringir el uso de productos tóxicos, fitosanitarios y fertilizantes sintéticos. Puede que los objetivos que se había marcado la Comisión Europea fuera muy ambiciosos pero, sin perder ese horizonte, hay que seguir avanzando", incide Concha Fabeiro.