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Un mes después de la huida de Al Asad, Damasco vive una libertad incierta: "Vivíamos en un estado de terror"

Un mes después de la huida de Al Asad, Damasco vive una libertad incierta:

Los habitantes de la capital han vuelto a su rutina tras el cambio de Gobierno y en medio de la incertidumbre por lo que harán las nuevas autoridades encabezadas por islamistas radicales

“Éramos muertos vivientes”: el regreso como hombre libre a la infame prisión militar siria de Sednaya

El tráfico es caótico en ausencia de policías en las calles de Damasco y, en medio del ajetreo, se pueden ver las banderas de la nueva Siria (con tres estrellas rojas) en balcones, edificios públicos y comercios.

Es la insignia que trajeron los insurgentes desde el noroeste del país cuando, hace un mes, irrumpieron en la capital y derrocaron al régimen del presidente Bashar Al Asad.

Desde entonces, la ciudad ha recuperado su pulso y apenas se ven hombres armados en las calles; los únicos signos del cambio son algunas sedes gubernamentales quemadas o clausuradas. La cara del expresidente ya no es omnipresente.

En las últimas semanas, la actividad comercial ha aumentado con la llegada de más productos desde Turquía –país que siempre ha apoyado a la oposición armada siria– y con la bajada de los precios gracias a la recuperación del valor de la moneda local frente al dólar.

Es lo primero que destacan los damascenos de a pie, que han sufrido muchas penurias en los pasados más de diez años de conflicto: los precios han bajado y hay más bienes en el mercado, en primer lugar, el preciado combustible, con el que han vuelto a circular los autobuses. En las aceras y en medio de las carreteras, los vendedores ambulantes ofrecen frutas y verduras: patatas, naranjas, limones, kiwis y plátanos.

“¡Nunca había comprado plátanos!”, afirma Imane Hammud, una ama de casa que mira en un puesto callejero los gorros de lana para el invierno. Hace frío en Damasco pero, como un buen presagio, el sol brilla y calienta a los vendedores y transeúntes y hace más llevaderas las bajas temperaturas que muchos sirios soportan sin calefacción. La mujer sonríe y no tiene miedo a hablar, cuenta a elDiario.es que procede de Guta Oriental, uno de los principales bastiones de la oposición en los alrededores de la capital que fue atacado con armas químicas en varias ocasiones, aunque el régimen de Al Asad negó ser el responsable.

Hammud espera que en la nueva Siria haya puestos de trabajo para sus dos hijos, que están casados y desempleados, cuenta. También tiene una hija, mientras que un tercer hijo, falleció. “Era del Ejército Libre Sirio”, dice abiertamente. Esa agrupación nació frente a la represión violenta de las protestas de 2011 y, en un principio, estaba integrada por militares desertores que emplearon sus armas para proteger a los manifestantes antigubernamentales y, después de un par de años, se convirtió en un destacado grupo rebelde contra el régimen. “Antes no me hubiera atrevido a decirlo, ahora sí”, admite la madre del joven que murió en 2013 en enfrentamientos armados cuando tenía solo 22 años. “Me siento orgullosa de él”, agrega.

En la nueva Siria, son muchos los que se atreven a hablar y están deseosos de hacerlo, de contar las injusticias, abusos y pérdidas que han sufrido en los pasados 13 años de guerra civil. Una guerra que, según cálculos conservadores, ha dejado al menos medio millón de muertos y los tejidos social y económico del país hechos trizas.

“Vivíamos en un estado de terror”

“Nunca habría podido hablar así antes”, admite Abdelhadi Abu Yazan, dueño de una tienda de ropa masculina que también cambia divisas de forma irregular. “Tengo 60 años y he vivido toda la vida con esta gente encima [de mí], por fin me he librado de ellos”, dice el hombre de pelo blanco mientras fuma un cigarro relajado. Abu Yazan se refiere a la familia Al Asad, que gobernó Siria con mano de hierro desde que el padre de Bashar, Hafez, tomó el poder en los años 70 del siglo pasado.

Asegura que ahora está tranquilo porque nadie puede detenerle sin motivo o con una acusación falsa. “Vivíamos en un Estado de terror. Venían los empleados de Hacienda u otros para recaudar impuestos, o los de la Gobernación [de Damasco] y pedían sobornos”. Los comerciantes que no pagaban esos sobornos corrían el riesgo de acabar detenidos, torturados e incluso desaparecidos.

Jalil Abdulrazak, de 45 años, busca a su sobrino, desaparecido en 2013 con 16 años. Jalil Abdulrazak, de 45 años, busca a su sobrino, desaparecido en 2013 con 16 años.

En la cercana plaza de los Mártires o popularmente conocida como plaza de Maryi, son varios los que buscan a sus seres queridos desaparecidos. Jalil Abdulrazak, de 45 años, llegó hace cuatro días a Damasco desde la lejana ciudad de Qamishli (en el noreste de Siria y bajo la autoproclamada administración kurda). Su sobrino desapareció en 2013, cuando tenía apenas 16 años. Relata a elDiario.es que fue detenido por los militares del régimen y traído a la capital después de unos diez días. La familia fue informada posteriormente de que había muerto, pero no han visto el cadáver ni saben dónde está enterrado. “Tenemos esperanzas de que siga vivo”, afirma su tío.

Desde el colapso del régimen y la puesta en libertad de los presos políticos en el pasado mes, los parientes buscan en las cárceles y otros centros de detención a aquellos que fueron arrestados o secuestrados a lo largo de los años. Abdulrazak explica que lo han buscado en las fosas comunes que han sido descubiertas y también en la infame prisión de Sednaya, pero no lo han encontrado. El primo de Abdulrazak sí estuvo preso en esa cárcel, ubicada en Damasco y conocida por ser uno de los centros de tortura más horribles del régimen sirio. El hombre alto y con una mirada profundamente triste recuerda que a su primo lo detuvieron en 2016 y, cuando la familia pudo visitarlo en Sednaya un año más tarde, había quedado reducido a “esqueleto y alma”.

Como Abdulrazak, hay otros hombres procedentes de distintas partes del país que sorben té en la plaza de Maryi y esperan información sobre sus parientes desaparecidos. Se acercan al monumento que está en el centro de la plaza, sobre el cual están pegados los carteles con las fotos de sus seres queridos y el contacto de las familias. “Venimos para ver si alguien los ha visto o sabe algo de ellos, ya que todos están buscando a alguien”.

Cuando el régimen colapsó y los insurgentes –encabezados por el grupo armado Hayat Tahrir al Sham, afiliado a Al Qaeda hasta 2016– se hicieron con el poder de Damasco, Sednaya fue uno de los primeros lugares a los que todos se dirigieron para buscar a los desaparecidos, pero muchos no se encontraban allí y su paradero sigue siendo desconocido. Encontrarlos y que se haga justicia es uno de los principales retos de la nueva Siria, donde aún no existe un organismo encargado de los desaparecidos ni un mecanismo oficial para dar con ellos.

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