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Qué futuro quiere Trump para la OTAN y sus socios europeos

Qué futuro quiere Trump para la OTAN y sus socios europeos

Pese a los desplantes, el presidente de EEUU no desea perder una palanca tan poderosa para seguir influyendo de manera notoria en unos aliados europeos que le deben su protección

“Un riesgo contra el que hay que protegerse”: así ven sus aliados al nuevo Estados Unidos de Trump

A primera vista, en mitad del estropicio que Donald Trump está provocando tanto dentro como fuera de casa desde su regreso a la Casa Blanca, podría parecer que la OTAN tiene los días contados.

El vínculo transatlántico, que determina desde hace décadas que Washington es el garante último de la seguridad de los aliados europeos de la Alianza Atlántica, pasa por uno de sus momentos más difíciles. Mientras tanto, los miembros de la Unión Europea (23 de ellos son también miembros de la OTAN) no han logrado dotarse de los medios necesarios para adquirir una autonomía estratégica que solo existe en el papel como aspiración futura.

La urgencia de responder a los desplantes y exigencias de Trump, sin olvidar la agresividad de Vladimir Putin, parece cada día más acuciante y así hay que entender el “retiro informal” de los líderes de la UE, celebrado el día 3 en Bruselas por iniciativa de António Costa en su condición de presidente del Consejo Europeo.

Aunque no haya habido ni un comunicado final que sirva para calibrar los resultados de una cita dedicada a repensar la seguridad de los Veintisiete, su mera celebración envía múltiples mensajes. Por un lado, la simple presencia de Mark Rutte, secretario general de la OTAN, ya indica que los Veintisiete no quieren dar la impresión de que actúan al margen de la Alianza (es decir, de Estados Unidos), conscientes de su situación de subordinación y dependencia de Washington.

Un Rutte que, con vistas a la próxima cumbre de la Alianza (La Haya, 24/25 de junio), busca articular un compromiso para llegar al menos al 3% del PIB de cada uno de los países miembros dedicado a la defensa y fijar un calendario para ello (2030 se antoja un plazo irreal).

Por otro lado, también resulta llamativa la participación del primer ministro británico, Keir Starmer, precisamente cuando se cumplen cinco años de la debacle del Brexit. Su presencia es una clara muestra del deseo británico de sumar fuerzas con sus vecinos europeos en materia de seguridad y defensa y, a su vez, del interés comunitario por contar con el único país que conserva una notable capacidad de proyección de poder militar, además de su arsenal nuclear. Nada de eso indica que Londres vaya a volver al redil a corto plazo, sino que el acuciante panorama de inseguridad actual refuerza automáticamente la idea de que nadie en solitario tiene posibilidad alguna de salir airoso.

En cuanto a los Veintisiete, cabe dar por hecho que en la reunión bruselense se habrá repetido el ya tradicional debate entre los europeístas y atlantistas, acuciados todos ellos por un Trump que ya ha establecido el 5% del PIB dedicado a la defensa como nuevo marco de referencia. Y aunque esa cifra es irreal —la situación económica no permite tensar hasta ese punto las costuras de los presupuestos nacionales y las amenazas a las que nos enfrentamos no tienen respuesta militar—, le sirve al inquilino de la Casa Blanca para volver a fijar la agenda.

Por un lado, Trump pretende mostrar “quién manda aquí”, haciendo gala de su desprecio por quienes considera unos aliados paniaguados subvencionados por Washington. Por otro, le sirve para seguir debilitando a la Unión Europea, ahondando las discrepancias internas de los aliados europeos, entre quienes consideran que la OTAN debe ser el pilar único de la defensa europea (sin querer reconocer que eso significa subordinación a los dictados de EEUU) y los que aspiran a dotarse de todos los medios necesarios para defender los intereses propios sin dependencias foráneas.

Además, y no es una cuestión menor, Trump calcula que buena parte de los incrementos en los presupuestos de defensa que con seguridad se van a aprobar se traducirá en más adquisiciones de equipo, material y armamento estadounidense.

De todo ello se deduce que los Veintisiete van a seguir debatiendo cómo gestionar la compleja agenda de seguridad continental, sabiendo que no está en sus manos ni lograr la paz en Ucrania ni frenar la asertividad de Putin. Asumiendo que el aumento del gasto de defensa es imparable —en línea con una securitización de la agenda internacional que nos puede retrotraer a un mayor desequilibrio en el orden de seguridad continental—, queda por ver si se impone la idea de recurrir al Banco Europeo de Inversiones como instrumento predilecto para financiar buena parte del esfuerzo extra o si se opta por aprobar un nuevo esquema de deuda comunitaria específicamente dedicada al rearme europeo.

Por su parte, y a pesar de su histrionismo, no es previsible que Trump se vaya a salir de la OTAN. Por supuesto, no desea perder una palanca tan poderosa para seguir influyendo de manera tan notoria en unos aliados europeos que le deben su protección —lo que le sirve de paso para reclamar su colaboración frente a China— y, sin duda, para seguir vendiéndonos todo lo que pueda, tanto gas como armas.

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