Quien pretende dividir el territorio o debilitar al máximo al nuevo régimen son las principales potencias regionales: Irán, Israel y Turquía, todo ello con el objetivo de que Siria sea incapaz de restaurar su soberanía y recuperar su tradicional peso en Oriente Medio
Siria conmemora la revolución por primera vez desde la caída de Al Asad: “Los helicópteros militares hoy lanzan mensajes de paz”
Para cualquier mediano conocedor de la historia reciente siria, era más que evidente que la transición no iba a ser, ni mucho menos, un camino de rosas.
La pasada semana, se desató una brutal ola de violencia en la franja costera que dejó más de un millar de víctimas entre milicianos armados, fuerzas de seguridad y, sobre todo, civiles alauíes que fueron ejecutados a sangre fría por diversas fuerzas yihadistas. El desencadenante de estos acontecimientos fue el asalto a las nuevas fuerzas de Policía por parte de los ‘remanentes’ del régimen asadista que, en el curso de las últimas semanas, han lanzado numerosas acciones de guerrilla desde sus feudos en la zona costera mediterránea contra las posiciones del nuevo régimen islamista establecido tras la caída del presidente Bashar Al Asad el pasado diciembre.
Estas noticias son extremadamente preocupantes, porque el nuevo brote de violencia nos retrotrae a las peores fases de la guerra civil siria en la que se perpetraron innumerables matanzas sectarias por parte de los grupos islamistas y el propio régimen asadista. También porque evidencia el caos que impera en la Siria post-Asad, con una nueva administración incapaz de hacer frente a los focos insurrectos en la Montaña alauí. Peor aún, a pesar de que es indudable que Al Sharaa ha ganado legitimidad internacional, parece incapaz de imponer su autoridad a sus propias milicias, que actúan por su cuenta y riesgo, y no parecen secundar el giro hacia el pragmatismo dado por el antiguo líder yihadista.
Aunque todavía hay más sombras que luces, varios analistas coinciden en señalar que el asalto contra las fuerzas islamistas fue orquestado desde Irak, donde se han refugiado algunos de los miembros más destacados del régimen asadista. Entre ellos se encuentra Maher Al Asad, el hermano del expresidente, quien estuvo al mando de la temible IVª División Armada, la unidad de élite del Ejército sirio responsable de innumerables crímenes de guerra y de lesa humanidad durante el conflicto civil. Los denominados ‘remanentes’ del régimen no están solos, ya que cuentan con el respaldo de la Guardia Revolucionaria iraní, que tras los golpes sufridos en los últimos meses por parte de Israel está intentando recuperar la iniciativa, recomponer el debilitado 'Eje de la Resistencia' encabezado por Teherán e influir en la nueva Siria a través del patrocinio de la minoría alauí.
Lo que parece evidente es que el vacío de poder y el desgobierno reinante crean las condiciones adecuadas para que las potencias regionales intenten extender su influencia sobre Siria por medio del respaldo a las diferentes facciones armadas que se niegan a reconocer la legitimidad de las nuevas autoridades de Damasco. Irán no es el único país que está intentando desestabilizar Siria, ya que también Israel ha bombardeado el país en numerosas ocasiones durante los últimos meses bajo el pretexto de destruir sus arsenales de armas químicas. No sólo eso, sino que también ha aprovechado el vacío de poder y la debilidad manifiesta del nuevo Gobierno interino para ocupar las zonas de amortiguación en los Altos del Golán y el monte Hermón, que se encuentra a pocas decenas de kilómetros de la capital.
El Gobierno de Benjamín Netanyahu se ha arrogado el papel de defensor de la minoría drusa, mayoritaria en la zona de Sueida, en la frontera con Jordania, y con presencia también en los Altos del Golán sirios ocupados por Israel. El primer ministro israelí ha exigido la completa desmilitarización de las tres provincias sirias sureñas y ha advertido de que no tolerará “ninguna amenaza a la comunidad drusa”. Por su parte, Gideon Saar, su ministro de Asuntos Exteriores, ha amenazado con intervenir en Yaramana, un barrio del sur de Damasco, en el caso de que las fuerzas islamistas se desplegaran sobre el terreno. Todo ello sin consultar en ningún momento con la propia comunidad drusa, que siempre ha manifestado su compromiso con la unidad territorial de Siria y su frontal oposición a convertirse en un títere en manos de Israel y de su Gobierno mesiánico que ambiciona restaurar el Gran Israel.
En este complejo escenario, el papel de Turquía será determinante para el futuro de Siria. Debemos recordar que es el principal beneficiado por la caída del régimen asadista, ya que le permite expandir su influencia en Oriente Medio a través del patrocinio del nuevo Gobierno de Al Sharaa y, por lo tanto, restaurar su política neotomanista en sus antiguos dominios árabes, algo que el presidente Recep Tayyip Erdogan había intentado sin éxito desde las fallidas Primaveras Árabes. Esta creciente influencia turca en Siria es contemplada con alarma por Israel, acostumbrado a lidiar con rivales de menor entidad y receloso de las ambiciones hegemónicas turcas en el Levante árabe. De ahí que la principal apuesta de Netanyahu sea intentar torpedear la transición siria mediante bombardeos recurrentes y demandas exorbitantes realizadas precisamente para desestabilizar a su vecino árabe.
Este gran juego que las potencias regionales están librando en la Siria post-Asad guarda no pocos paralelismos con las políticas del divide et impera auspiciadas por Francia durante el periodo colonial en la época de entreguerras. Tras la instauración del Mandato francés sobre Siria, las autoridades coloniales sembraron la discordia entre los diferentes componentes de la heterogénea sociedad siria, intentando enfrentar a sunníes, chiíes, alauíes, drusos, ismaelíes, cristianos y kurdos, todo para dividir y enfrentar a la población y, de esta manera, proyectar la imagen de Francia como un árbitro de las tensiones sectarias. En este marco, París patrocinó la creación de varios mini-estados autónomos artificiales, tanto en la Montaña drusa en el sur como en la Montaña alauí en la franja costera, origen de algunas de las disfuncionalidades que el Estado sirio ha venido arrastrando desde su independencia en 1946.
En 2025 vuelve a plantearse un escenario similar, aunque quien pretende dividir el territorio o debilitar al máximo al nuevo régimen son las principales potencias regionales: Irán, Israel y Turquía, todo ello con el objetivo de que Siria sea incapaz de restaurar su soberanía y recuperar su tradicional peso en la zona. A dichos países les conviene una Siria débil y fragmentada antes que una Siria fuerte y cohesionada, que renazca de sus cenizas y vuelva a convertirse en uno de los referentes de Oriente Medio. Todo ello, sin olvidar, por supuesto, el nefasto papel desestabilizador jugado en el pasado y en el presente tanto por Rusia como por Estados Unidos, que no han dudado en alimentar la hoguera de la guerra civil que ha acabado incendiando y devorando el país.