En una de esas reuniones del Consejo de Administración de Prisa cuando la empresa ya estaba en una situación desesperada, uno de sus miembros avisó de que debía coger un avión para desplazarse a París por un compromiso irrenunciable. Juan Luis Cebrián le dijo que no se preocupara. Él iba a utilizar el jet privado contratado por la empresa para viajar a Londres y podía desviarse de su ruta para dejarle en la capital francesa. Como quien le dice a un amigo que se suba al taxi para llevarlo a casa después de una cena.