Cuando la mítica directora europea Agnieszka Holland leyó lo que estaba ocurriendo en su país, supo que tenía que hacer algo. Holland cree en el poder de las imágenes, y la actitud del gobierno de su país y de la Unión Europea estaba dejando de lado la vida de demasiadas personas. El resultado es Green Border, una película hecha con el nervio y la urgencia de quien sabe que hay que actuar, pero también con el pulso de una veterana y la convicción de que una película puede ayudar a cambiar las cosas.
Quién sabe si Green Border lo haga logrado, lo que sí es cierto es que tras su presentación en el pasado Festival de Venecia, donde ganó el Premio Especial del Jurado, el exministro de justicia de Polonia, Zbigniew Ziobro, acusó a la directora de mentir y hacer propaganda contra Polonia como lo hicieron los nazis. Fue la reacción de un partido de extrema derecha que intentó denigrar a su directora más importante. Lo que lograron, además del lío mediático, fue que Green Border haya sido un éxito en la taquilla polaca y puede que incluso un elemento importante que haya ayudado al cambio de gobierno producido la semana pasada y que parece que echará a la ultraderecha del poder.
Holland ha viajado a la Seminci para presentar su filme, que compite por la Espiga de Oro, y ha asegurado que tras las elecciones se sintió “aliviada”, aunque cree que ahora llega “un camino muy largo para restaurar la democracia y para mantenerla. “No fue así como así que durante ocho años la gente prefiriera soluciones populistas y antieuropeas. Son los jóvenes los que han dicho basta, y ahora no podemos engañarlos. Los políticos no pueden engañar a los jóvenes”, dice Holland sobre las últimas noticias sobre su país.
Recuerda cómo vivió los ataques del ministro de Justicia polaco, “una de las figuras más negativas de la política polaca de los últimos 50 años”. “Fue asqueroso”, dice contundente aunque midiendo sus palabras, ya que ha tomado “acciones legales contra él”. “Tras eso continuó diciendo que mi padre era comunista, que odiaba Polonia. Por cierto, él era judío. Ha dicho que no soy polaca… De hecho pedí al tribunal que le prohiban hablar de mí hasta que salga el resultado del procedimiento legal. Esto fue antes de las elecciones y el juez fue muy valiente y lo hizo. Le dijo que no tenía derecho a hablar de mí, pero él dijo que no le importaba, que su único tribunal era el de Dios, así que te puedes imaginar qué tipo de persona es. Pero no es tonto, es este tipo de nuevo político que es profundamente cínico y nihilista y puede usar cualquier herramienta para construir su posición de poder”, dice la directora.
Para Agnieszka Holland hacer esta película fue casi una necesidad. Lo entendió cuando se enteró de lo que estaba pasando en la frontera de su país. “Sentí que tenía que hacer algo al respecto y sentí que soy impotente. Me pregunté qué podía hacer, y decidí que quería hacer esta película. Especialmente después de que las autoridades polacas cerraran el área y fuera imposible tener acceso a lo que había ocurrido. Prohibieron el acceso a los medios, a las cámaras, a las organizaciones humanitarias, a los médicos".
"El señor Kaczynski, que fue presidente del país hasta el domingo pasado, dijo una cosa que demuestra que cree en la fuerza de las imágenes. Dijo que los estadounidenses perdieron la guerra en Vietnam porque permitieron que los medios fueran allí, y que la opinión pública cambió porque la gente había visto imágenes de niños quemados con napalm. Entonces me di cuenta de que por eso no quería que salieran imágenes de la frontera. Quería manipular a la gente. Quería que las autoridades tuvieran el control sobre la narración de lo que estaba pasando. Yo también creo en la fuerza de las imágenes porque soy cineasta, así que decidí que yo las haría”, explica.
Lo ha hecho en un momento en donde “el cine ha perdido la confianza de que puede ser importante”. Holland cree que solo los documentales son conscientes de su poder, pero sabe que “la recepción de los documentales, incluso los más populares, es algo limitada y el impacto emocional en la audiencia no es el mismo”. “La ficción es directa, intenta llegar directamente a los corazones y a las conciencias de la gente. Yo siempre he estado interesada en las películas que estaban comprometidas, pero al mismo tiempo, odio la propaganda. Así que siempre quise mantener la visión polifónica de los acontecimientos. Realizar visiones épicas de los acontecimientos y estar cerca de las personas, de los seres humanos y no de los grandes mecanismos políticos que son fácilmente manipulables”, subraya.
Green Border, que ofrece un relato desde muchos puntos de vista, desde los migrantes a los activistas, pasando por los guardias fronterizos, cierra con una coda que remite a la guerra de Ucrania. El guion estaba cerrado, pero cuando vieron lo que sucedió se dio cuenta de que “el proyecto era ahora incluso más relevante”, por lo que “no podía ignorar esa nueva realidad” y lo incluyó como epílogo. Quizás ahora hubiera incluido un nuevo epílogo sobre la guerra entre Israel y Hamás, algo que tiene a Holland “triste y muy preocupada, porque no veo la solución”.
“Parece que la solución sea la guerra global y eso es realmente peligroso y muy trágico para ambas partes, para Israel y Palestina, y supone muchas responsabilidades para los políticos israelíes, pero se han radicalizado tanto… y del lado palestino no hay una persona con la que se puede hablar. No son los tiempos de Arafat y Rabin. No hay socios que puedan hablar. Por un lado, están los factores nacionalistas y populistas. Del otro lado están los terroristas de Hamás y Hezbolá. Y la gente corriente está en el medio y son las víctimas de eso. Ambas partes tienen interés en la escalada, así que no veo qué tipo de solución pueda surgir de eso. Quizás alguien tenga que ir allí y hacer un Green Border allí".