Con su anterior novela, Canto yo y la montaña baila (Canto jo i la muntanya balla, en su título original), Irene Solà (Malla, Barcelona, 1990) vendió cientos de miles de ejemplares. Fue un éxito progresivo, tan orgánico y creciente como el bisbiseo que uno puede escuchar en la oscuridad insomne. Palabras como mullena, teranyina, tupí, metzina, pansit, cabirol, agutzil, xerroteig, esquerp, etzibar, carrisquejar, ullferidor, esbalaït, esvoranc o peülla fueron traducidas a una veintena de lenguas en una época en el que estas parecen amenazadas por el utilitarismo más ramplón, condenadas a ejercer como mero vehículo comunicativo y negada su capacidad para construir mundos propios.