Para Napoleón, creador de la institución, el juez de instrucción era “el hombre más poderoso” del país; “nadie le detiene, nadie le ordena, un soberano sujeto únicamente a su conciencia y a la ley”, matiza, con acierto, Balzac. La realidad es diferente cuando tiene que controlar al poder. Si bien el principio de legalidad lo obliga, como al fiscal, a controlar que el Estado (Jefe de Estado, poder ejecutivo, etc.) se someta a la ley, es reacio por naturaleza a ser controlado: es una lucha permanente.