Un año después de la invasión de Rusia en Ucrania, no hay final a la vista ni una mínima señal de salida diplomática. Moscú mantiene la maquinaria bélica –con una posible operación ofensiva próximamente– y Ucrania continúa recibiendo armamento pesado para expulsar de su territorio a las fuerzas rusas –convencida, además, de que el apoyo militar de Occidente seguirá aumentando–.
En este contexto, algunos analistas occidentales, también en Washington, señalan que el debate se ha centrado en exceso en los combates y en el control territorial de un conflicto que se dirige inexorablemente a una guerra larga cuyos costes, desde el punto de vista de los aliados (no de Ucrania), son más elevados que el intentar sentar a las partes en la mesa de negociación.