“Tenemos que decidir si queremos un mundo en el que solo haya un cultivo por 1.000 hectáreas, el color de una sola estación y un solo líder”, dispara nada más empezar.
Martínez ha seguido su metodología habitual a la hora de elaborar un trabajo: desplazarse al lugar en el que se desarrollan los hechos que quiere contar y pasar allí el tiempo suficiente como para hacerlo correctamente. “Un amigo que vive en el Delta me dijo que conocía a la persona que tenía la última casa antes del mar, la primera que sería tragada por las tormentas, en la isla de Buda. Y que ahí estarían los primeros refugiados climáticos de España y de Europa”, sostiene sentado en una sala del famoso edificio de la editorial Planeta en Barcelona, un espacio muy diferente al que está recordando pese a que está cubierto de vegetación. Así entró en contacto con Mateo Gallart, propietario de La Casa de La Pantena [los nombres son ficticios], que le recomendó que se quedase un año y no los tres meses que tenía pensado en un principio.
Después de haber vivido durante meses en la Siberia extremeña sin agua corriente ni electricidad para escribir su libro Un cambio de verdad. Una vuelta al origen en tierra de pastores (Seix Barral), la propuesta le pareció todo un lujo. Además, la librería Finestres de Barcelona le concedió su beca de ensayo en castellano 2021 dotada con 20.000 euros, por lo que la parte económica tampoco fue una preocupación. “La idea estaba tan clara que les gustó”, dice Martínez. “Fue maravilloso porque me pude pasar un año –de febrero de 2021 a febrero de 2022– sin tener que pensar en cómo sobrevivir escribiendo artículos”, recuerda.
Tampoco es que una situación económica precaria haya sido una traba para él a lo largo de su carrera. “Mis padres tuvieron un videoclub y mientras mi padre pintaba paredes, mi madre estaba en el videoclub. Yo veía muchas pelis y al principio pensé en ser director de cine, pero en aquel momento te tenías que meter en la Escuela Superior de Cine y Audiovisuales de Cataluña (ESCAC) y no tenía recursos”, explica. Sabía que quería dedicarse a contar cosas, así que se hizo con las herramientas más asequibles. “Un boli y una libretita. Y a partir de ahí me monté la vida. Siempre he estado con cuatro chavos pero he conseguido cosas”, comenta.
Después de muchos años escribiendo libros de viajes, le llegó el momento de acercarse a su propia realidad. Publicó dos títulos que tenían como centro Barcelona y su aventura extremeña estuvo impulsada por el deseo de conocer los orígenes de su madre. En Delta, de alguna manera se reencuentra con su progenitor. “En este viaje de vuelta pensé en hablar de lo más próximo para mí, que es el Mediterráneo y lo puedo explicar a través de mi padre. Trabajé con él pintando paredes hasta los 16 años y le veía cómo mezclaba los colores y jugaba con todos los matices según entraba la luz... Muy griego, en el fondo”, declara.
El Delta del Ebro no solo es un punto de confluencia natural sino también metafórico. En él chocan los intereses de vecinos, administración y ecologistas, tres colectivos que no consiguen ponerse de acuerdo. La posición de Martínez en este conflicto es la de “potenciar el diálogo”. “Yo creo que la tarea de la literatura es permitir que sus protagonistas se expresen en su totalidad. Normalmente las razones de todas las partes suelen ser lo suficientemente convincentes para que cada uno tenga parte de razón”, dice. Y hace referencia a Giuseppe Tomasi di Lampedusa en El Gatopardo para explicar su postura: “Fabrizio Salina podría ser Lampedusa, pero no lo es. Y yo no soy mis protagonistas, son ellos los que hablan”. Sobre todo los vecinos y trabajadores de Buda con los que convivió y no tanto la administración, con la que apenas tuvo contacto.
Algo que sí tienen claro los vecinos del Delta es que lo de que ‘la unión hace la fuerza’ es un dicho que sigue teniendo vigencia. Según el escritor, allí se quedan pasmados cuando ven que la Ricarda, una finca privada que se encuentra al lado del aeropuerto del Prat y solo tiene 135 hectáreas, consigue captar el interés de la opinión pública y a ellos, con más de 6.000 hectáreas, nadie les presta atención.
“Parece ser que se empiezan a conseguir acercar posiciones. Hay muchas cosas que comentar y lo que es curioso es cómo normalmente el dinero arregla mucho, si no todo”, comenta. “Esto se ha visto con el lince ibérico: en cuanto consiguió ser el fondo europeo con mayor inversión para su protección de repente cazadores, administración, vecinos, ONGs y todo el mundo se puso de acuerdo. ¿Es así de crudo? Es así”, asevera.
Los personajes del libro están inspirados en personas reales pero no son exactamente ellas. Sin embargo, muchos podrán verse reflejados o a sus compañeros y la posibilidad de que se ofendan no está descartada. “Yo creo que va a molestar a varios, precisamente porque estamos en un momento muy polarizado. Escribiendo he descubierto que solamente queremos salir guapos en las fotos y aquí digamos que todos salen bastante atractivos, pero ninguno es Rodolfo Valentino”, dice con media sonrisa.
Una de las personas que podía identificarse sin problema ya ha leído el libro y no solo no se ha molestado sino que ha entendido que la intención de Martínez es mostrar un contexto para que se abra un diálogo. “Quiere empezar a hablar, quiere proyectar lo que son las inquietudes de un espacio del que de otra manera no se hablaría”, explica el escritor.
Gabi Martínez confía en la cultura como vía para concienciar sobre lo que ocurre con la naturaleza. Su activismo medioambiental no solo se muestra en sus libros sino que también participa en eventos e iniciativas destinadas a la concienciación.
Por poner dos ejemplos: el año pasado organizó una caravana de artistas para que pasaran unos días de inspiración en el delta del Ebro y ha sido el comisario de Liternatura, el Festival de Literatura de Naturaleza promovido por Bibliotecas de Barcelona, celebrado hace unos días. Además, es el protagonista de uno de los episodios de la serie documental Finding Encanto, que ganó un premio en la pasada edición del Festival de Cannes. En él se adentra en el Macizo colombiano en busca del jaguar. “La cobertura que se le da a este tipo de historias es poca. Hay unos titulares que salen en el periódico diciendo hay que hacer cosas y luego cuando las haces tú tienes que potenciarlas”, sostiene.
Para él, la naturaleza en la literatura se ha relegado a los cuentos infantiles, a los tratados científicos y a los ensayos de filosofía, pero se ha quedado fuera de la narrativa y la poesía. “Seguimos anclados en el prejuicio. No recordamos que la literatura de naturaleza te ha dado a Henry David Thoreau, pero también a Moby Dick, los cuentos de Jack London a Josep Pla hablando de sardinas durante seis páginas en su libro Lo que hemos comido. Tiene a Wenceslao Fernández Flórez que, cuando deja de hacer columnas políticas, escribe El bosque animado”, enumera.
Pero pese a las dificultades de visibilización y de conciencia, tanto de la industria editorial como del público, el compromiso de Martínez es difícil de quebrar. La convicción de que insistiendo se puede llegar a algo hace que no decaiga, aunque sea difícil. Él se define como “un pesimista pero no triste”. La explicación a ese aparente oxímoron es sencilla: “Porque me gusta vivir y me gusta luchar por lo que quiero. Y eso es un motivo suficiente para vivir intensamente e incluso pasártelo bien”, concluye.