El 14 de marzo Jonathan Kreiss-Tomkins, un diputado de Sitka, en Alaska, recibió una llamada de un amigo que como él había trabajado en la campaña de Howard Dean, el ex gobernador de Vermont y aspirante demócrata en las primarias presidenciales de 2004.
Ese día, el de la primera declaración de estado de alarma en España, en Estados Unidos, la amenaza del coronavirus parecía lejana para la mayoría de políticos y ciudadanos. En un país de 328 millones de personas se habían identificado 47 muertes por coronavirus y menos de dos millares de casos. Pero en Europa ya se vislumbraba lo que se avecinaba, con más de 1.200 muertos en Italia; 121, en España, y el descubrimiento de una curva de crecimiento exponencial, es decir, que se multiplicaba cada vez más rápido.