Esta vez Alaa Salah lleva libras de oro sudanesas como pendientes y no aquellos de luna llena que vestía en las manifestaciones en Jartum, cuando su canto a la revolución recorrió el mundo entero. La imagen de esta joven de 22 años encaramada a un coche, envuelta en la túnica blanca de las mujeres trabajadoras y antiguas reinas nubias, con el brazo en alto rodeada de una masa de teléfonos móviles, puso Sudán en el mapa de las noticias y la convirtió en símbolo del movimiento de protesta contra tres décadas de dictadura.
Alaa sonríe tranquila en una de las habitaciones de la Casa de América en Madrid, donde ha participado en una charla junto a la alta comisionada de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, Michelle Bachelet, y la vicepresidenta del Gobierno, Carmen Calvo, por el Día de los Derechos Humanos.