Bajo esa premisa, la revista organiza de cara al Día de la Mujer la exposición Women, un siglo de cambio con 50 imágenes procedentes de su archivo. No solo se trata de una selección preciosista de retratos, sino de algunos que mejor describen cómo han sido tratadas, cuánto poder han tenido y cuánto les fue arrebatado, cómo se enfrentaron a los retos y cómo ocupaban su tiempo desde inicios del siglo XX hasta el presente.
Tal y como describe la fotoperiodista Sarah Leen, "a principios del siglo XX, las imágenes de la revista —determinadas por las limitaciones técnicas de la fotografía de entonces y por un punto de vista occidental muy colonialista— solían retratar a las mujeres como bellezas exóticas, posando en sus trajes tradicionales o con los pechos desnudos. Esto refleja quién estaba tras el objetivo en aquellos días: hombres blancos mayoritariamente".
Para la exdirectora de fotografía de National Geographic, "con la evolución de la tecnología de las cámaras, las imágenes femeninas se volvieron más activas, pero aún se centraban mucho en los arquetipos tradicionales de esposas, hermanas y madres. En la Segunda Guerra Mundial, las mujeres adoptaron más papeles, ya fuese trabajando en la industria, los hospitales o el ejército".
Poco a poco, la retina del hombre fue influyendo cada vez menos en las actitudes y el reflejo de quienes fotografiaban: de la belleza sumisa a la sonrisa perenne que lucían en la posguerra. En este cambio influyó también la progresiva inclusión de mujeres fotógrafas, que continúan siendo minoría pero que han logrado hacerse un hueco y firmar historias emocionantes.
Solo hace falta rascar un poco para encontrarlas, pero es posible, como demuestra la exposición Women en la que participan 18 fotógrafas (frente a los 25 fotógrafos) en un intento de acercarse a la paridad.
"Esto obedece a la propia historia de la revista y a que en las primeras décadas no había mujeres que pudiesen acceder a la profesión", explican desde comunicación. Por eso han querido destacar mediante paneles a cinco de ellas: Nina Robinson, Newsha Tavakolian, Evgenia Evgenia Arbugaeva, Ami Vitale y Marisa Florez, comisaria de la muestra y primera colaboradora española en National Geographic.
"Las retratadas son jóvenes y mayores, ricas y pobres, multiculturales y de diferentes razas. Lo que tienen todas en común es que en cada una cuenta una historia. Vemos cómo aman, ríen o sufren de una manera verdadera. Se nota que el fotógrafo ha estado junto a ellas, seguramente mucho tiempo, callado y dejando que todo fluyera hasta que ha podido capturar el momento", explicó Florez en la presentación.
Un tiempo preciado que nace de la confianza y esta, a veces, se genera entre mujeres de forma más orgánica que con un hombre al otro lado de la lente, como desveló la primera nominada al World Press Photo, Catalina Martín Chico, sobre su aplaudida sesión con las exguerrilleras de las FARC: "Me hice muy amiga de ellas y, al irme, seguimos en contacto por WhatsApp, lo que ayudó a crear confianza y cultivar las relaciones".
Aun así, el reporterismo “es una industria muy patriarcal donde las mujeres tenemos que probar de forma continua que somos igualmente capaces que nuestros compañeros. No es solo que no ganemos premios ni que no expongamos lo suficiente, es que no nos dan suficientes encargos", criticaba la fotógrafa de guerra Maysun, responsable de imágenes para The Guardian, The Times o The Washington Post. Una lacra de la que no se salva ni National Geographic.
Las pionerasA pesar de la loable intención de Women, un siglo de cambio, la plantilla de National Geographic sigue coja, aunque a través de estas iniciativas le estén dando un empujón tardío a los nombres de sus fotógrafas. Un ejemplo de ello fue la edición especial que lanzó hace un año Mujeres con visión, en la que once autoras relataban e ilustraban su reportaje más querido para la cabecera internacional: de las ceremonias tribales en los territorios ancestrales protegidos de Australia a las niñas forzadas a contraer matrimonio en Yemen, las vallas que marcan el límite de la frontera entre Estados Unidos y México o las geishas modernas de Japón.
Este último corre a cargo de Jodi Cobb, quizá la más importante de la cartera teniendo en cuenta que fue la tercera en trabajar a sueldo del National Geographic. Otras no han conseguido pasar de colaboradoras, incluidas muchas de las que aparecen en la exposición de Madrid, pero en su caso no se conformaron con un contrato de freelance.
Le precedieron Kathleen Revis, cuñada del editor y contratada en 1953, y veintiún años después Bianca Levies, seguida rápidamente por Cobb, la más famosa y que más tiempo duró en la revista de las tres. De hecho, ella siempre ha dicho que el género importó mucho en los dos reportajes que le impulsaron al estrellato: Mujeres sauditas (1987) y Geisha japonesa (1995). "A las mujeres en Arabia Saudí no les importaba que las fotografiara, pero no querían que ningún hombre me viera fotografiarlas", recordó años después.
"Mi cámara es menos amenazante", dijo también Lina Litovsky, encargada de la famosa crónica sobre las mujeres Amish, a las que retrató jugando al volleyball en la playa. "Estoy segura de que habría sido muy distinto si hubiese sido hombre", presumió.
"Veinte años después y todavía estamos hablando de esto", recalcó Lynn Johnson, otra de las veteranas de la revista con más de 30 años de fotografías a sus espaldas. "La realidad es que las mujeres han sido invisibles y ahora no lo son. La etiqueta ahora tiene un peso y un significado que intentamos enterrar por orgullo. Cuando era más joven lo negué. Ahora lo reclamo", asumió quien ha firmado algunas de las historias más duras del National Geographic sobre discapacidad, violencia sexual o los retos del lenguaje.
Todas ellas y las mujeres a las que han retratado tienen su espacio en el Palacio de Gaviria hasta el próximo 31 de mayo. Como destacan las ideólogas de Women, "no hay una imagen que por sí sola pueda representar a la mujer y, sin embargo, estas fotografías juntas ilustran su papel en evolución en sociedades de todo el mundo". También es importante la intrahistoria y quienes la cuentan, por eso la paridad en una muestra no sirve si no se traduce también fuera de la sala de exposiciones.