Hace unos días, el periodista Juan Diego Quesada se encontró por casualidad con varios libros que a todas luces habían pertenecido al legendario columnista. Las dedicatorias e incluso los documentos personales, como billetes de tren o números de teléfono, no dejaban resquicio a la duda. Eran un total de 1.600 cuyo precio oscilaba entre los dos y los tres euros. Con fotos de su descubrimiento y de la puerta de entrada de la librería, Quesada redactó un hilo que desató la locura.
Las estanterías de esta librería de segunda mano en Madrid se han llenado de libros de filosofía, política e historia, sobre todo del País Vasco y de ETA. El hijo del periodista José María Calleja ha donado los 1.600 títulos que atesoró su padre hasta su muerte hace un mes. pic.twitter.com/eqhELFK9ik
— Juan Diego Quesada (@jdquesada) May 20, 2020"Imaginé que se iba ir sabiendo por el boca a boca, pero de pronto me vi contestando a llamadas constantes de periodistas", cuenta Íñigo, el hijo de Calleja encargado de la masiva donación. "Además, soy químico y una persona bastante analógica, así que lo de Twitter me pilló de improviso". Confiesa que se sintió abrumado por la respuesta y porque hubo gente que pensó que había "regalado" la biblioteca entera. "Algunos titulares tenían mala uva y solo hacían referencia al dinero", expresa.
Sin embargo, ha ido descubriendo que la mayoría de los curiosos que se acercan por la librería son seguidores o alumnos de su padre que guardan un bonito recuerdo de él. "Lo que más ilusión me hace es cuando Miguel (el encargado) me dice que pasan universitarios a los que les dio clase y que algunos piden mi contacto para agradecer los libros personalmente", reconoce. "Te imaginas ese gesto de periodistas o gente de la profesión, pero no de unos chavales".
Por eso, quiso que una parte de ese legado terminase en la Carlos III al alcance de todos ellos. A través de Eduardo Ranz, abogado asesor del Ministerio de Justicia y alma máter de la exhumación de Franco del Valle de los Caídos, contactó con otra catedrática de la universidad y se comprometió a enviar medio centenar de libros. "Casi todos son ejemplares dobles de su obra publicada, manuales periodísticos y hasta una copia de su tesis doctoral, Las víctimas del terrorismo de ETA. Historia, organización y su reflejo en los medios de comunicación", explica Íñigo.
Pero antes de todo eso, "la prioridad éramos mi madre, su actual pareja, mi hermano y yo". Cada uno preparó una caja especial llena de recuerdos y momentos que iban más allá de unas páginas desgajadas. "Mi madre y él se conocieron en la universidad, así que ella escogió varios libros de aquella época. Mi hermano se llevó cosas de cine y yo, antologías pictóricas de Hopper o Sierra y novelas que me había recomendado, como una edición de La regenta preciosa. Cada uno con sus razones", explica.
Así, fueron desnudando las estanterías del salón, las de encima de la televisión y las paredes del despacho. Una parte se la llevaron a una residencia familiar en común "para que tíos y primos puedan elegir cuando se levante el estado de alarma" y otra se la cedieron a Miguel González, trabajador de Re-Read. "Aunque hicimos una criba enorme, puede que se nos colara algún papel que ahora me gustaría tener, pero está bien que haya otras personas que tengan un pedacito de él si les ilusiona", concede su hijo.
En el madrileño barrio de Chamberí, atiende Miguel en la librería low cost Re-Read. Aún se repone del tsunami callejil que ha arrasado la tienda en la última semana y asegura que apenas le queda nada por vender. Cuando la noticia de que una parte de la biblioteca de José María Calleja descansaba allí salió a la luz, llamó avergonzado a Íñigo para aclarar que "no lo había anunciado en ningún sitio ni tenía intención de traficar con ello".
"Al final, es algo muy delicado porque estamos hablando de una pérdida reciente. Gran parte de los libros que nos llegan es de gente que ya no está, pero nunca dices de quién”, explica este librero. Al igual que Íñigo, una vez pasado el ajetreo inicial, piensa que lo que cuenta es lo bonito de la experiencia. "Yo no conocía a José María, solo a su hijo, pero gracias a sus libros y a las personas que han venido ahora sé mucho de él", reconoce.
Además del intelectual y la importante figura en la lucha contra el terrorismo que fue, "era un tipo muy comprometido con la violencia machista y el feminismo, porque tenía muchos libros al respecto" y "sabía escuchar". Esto último es el atributo que más recuerdan los alumnos que pasan por allí: "Ha caído más de una lágrima en esta tienda", dice en referencia a una alumna de periodismo que le contó que el primer día de clase quiso conocer sus vidas porque "todas merecen ser escuchadas".
Mientras habla, entra un hombre en la tienda que le pregunta por "la sección José María Calleja". "No tenemos ninguna sección así, señor", dice risueño. "Sus libros están desperdigados por esa estantería y por esa otra". El cliente, con un marcado acento andaluz, se interesa por alguno dedicado a la historia de Cádiz, puesto que sabe que Calleja "quería retirarse allí". "Creo que lo tuvimos, pero se vendió", responde Miguel, impresionado por el grado de conocimiento de la gente.
Esta semana, la primera en muchos años sin Feria del Libro en Madrid, muchos se dirigen a la librería de segunda mano Re-Read como si de peregrinos a una caseta dedicada a José María Calleja se tratase. "En medio del destrozo, estamos creando un vínculo solidario, esperanzador y reconfortante", escribió Calleja en su última columna desde el confinamiento. Y puede que, abrir su biblioteca a los demás, sea un solidario punto y final para esas palabras.
11 libros para recordar a José María CallejaEl librero Miguel Rodríguez, que ha ordenado, catalogado y vendido 1.600 títulos de la biblioteca del periodista y su hijo, Íñigo Calleja, escogen algunos de los que fueron importantes para él y para los que siguieron su trabajo durante décadas.
Destacan Sobre vivir, de Fernando Savater, "libro dedicado a mi padre que Fernando, a mano, dedicó también a mi madre. Es amigo de la familia desde los años 90 en Donosti, en los que la resistencia eran cuatro y cabían en un bar (literalmente)" y El jinete polaco, de Muñoz Molina, "su favorito de Antonio, con quien guardaba una gran amistad".