Este febrero, Bob Dylan lanzará 1970, una recopilación de 74 canciones que no se habían publicado. 2020 se cerró con una buena dosis de material inédito: la joven promesa del rap Pop Smoke triunfó con su disco debut —y póstumo—, sin poder saborear plenamente su éxito en las listas. Incluso David Bowie, que dejó su legado bien remachado con el álbum Blackstar (2016), publicado días antes de conocerse su muerte, ha firmado nuevos lanzamientos.
Jimi Hendrix, todo un veterano en la publicación póstuma, ha ampliado su catálogo, una vez más, con su Live in Maui y la promesa de que aún queda material por desvelar. “Se da una gestión de las expectativas. No deja de ser un mercado de futuros”, señala Fouce. También hay quienes prefieren seguir su ejemplo mientras aún siguen en este mundo: Neil Young o The Rolling Stones todavía pueden opinar sobre el lanzamiento de material que llevaba archivado desde los años setenta.
Gestionar el legado secreto de artistas ausentes puede no ser tan fácil. Cuando Chopin pidió en su lecho de muerte que destruyeran su obra no publicada, ¿hizo bien su familia en rescatar algunas de esas partituras que, aún hoy, siguen interpretándose? Las críticas de fans y de la familia de la artista de R'n'B Aaliyah hicieron que la publicación de uno de sus discos póstumos se viera frustrada. En el caso del brasileño Renato Russo, del grupo Legião Urbana, la policía registró a finales de octubre dos estudios de grabación tras la denuncia de que un productor podría haber ocultado composiciones hasta ahora desconocidas.
Antes de grabarse, cuando apenas son un esbozo, las canciones ya están protegidas. “Cuando se genera una obra, una canción, no hace falta registrarla para que genere derechos de autor. El Convenio de Berna dejó muy claro que esos derechos se generan por el mero hecho de la creación”, explica Noemí Brito Izquierdo, especialista en derecho digital en Ceca Magán Abogados.
Cuando desaparece la persona que firma la obra, los derechos pasan a los herederos o a quien se haya designado. Hay dos tipos: los derechos patrimoniales, más relacionados con la gestión económica de lo publicado, y los morales, que protegen la integridad de la obra. Pasados setenta años desde la muerte del creador, la obra pasa al dominio público. “Los derechos morales incluyen decidir si una obra va a ser divulgada y de qué forma, así como el reconocimiento de condición de obra del autor, exigir el respeto a la integridad de la obra o impedir cualquier modificación o deformación”, apunta Brito.
Hijos, parejas o quien tenga legalmente la capacidad de hacerlo ponen en orden archivos, cajones y discos duros valorando qué debe ver la luz y en qué forma. El manager de Michael Jackson, Frank DiLeo, aseguró tras morir su cliente, en 2009, que calculaba que había al menos cien canciones inéditas. Más delicado es el asunto de la correspondencia, diarios y material personal. “Habría que analizar cada situación concreta, ya que son elementos íntimos, entra en juego el secreto de las comunicaciones y otros derechos elementales”, señala la experta Brito.
Ahora que los artistas se ven obligados a subir material de todo tipo a las redes de forma constante, quizá cueste entender la excitación que producía poder acceder a material no oficial. “Ha habido un cambio de paradigma brutal. Antes había una gestión de la escasez, los grupos sacaban disco cada cierto tiempo. Ahora es al revés, es la gestión de la abundancia, ya que es más sencillo grabar y distribuir”, señala Fouce.
Los fans de Rosalía pueden acceder desde su teléfono, y gratis, a una cantidad de información sobre la artista —y su lado más humano— que ya hubieran querido los biógrafos de Robert Johnson. Precisamente la nonagenaria hermana del pionero del blues ha publicado un libro en el que ve la luz la tercera foto que se conserva de él. Con tan poca información, hay quien prefiere dar por buena la leyenda y creer que el autor de Crossroads o Sweet Home Chicago efectivamente hizo un pacto con el diablo.
Las historias que acompañan a estos lanzamientos son a veces tan importantes como la música. El rastreo de las grabaciones perdidas de Tino Casal pasó por Italia y llegó hasta a un trastero de São Paulo (Brasil). Casi medio siglo después de que el músico español grabara esos temas han visto la luz con el título Origen.
Los títulos dan pistas, no siempre honestas, de lo que se puede esperar. Desde la humildad de Sketches for My Sweetheart the Drunk, de Jeff Buckley, que apuesta por la idea de “boceto” para presentar el primero de los discos póstumos del cantautor, hasta llegar a las grandes expectativas del “Lioness: Hidden Treasures”, de Amy Winehouse. Entre medias, quedan los homenajes y la sensación de epílogo de Thanks for the Dance (2019), de Leonard Cohen. También la promesa de poder conocer a nuestros ídolos sin filtros: Michael, de Michael Jackson o TIM, del Dj Avicii, juegan con el minimalismo de un nombre propio al igual que el sobrio Piano & a Microphone 1983 de Prince.
Aunque si hay un título ineludible entre los póstumos es Life after Death (1997), del rapero The Notorious B.I.G. Apenas dos semanas después de morir en un tiroteo, el lanzamiento del estadounidense conquistó las listas.
¿Hasta qué punto se puede seguir rebuscando en los cajones? Fouce cree que hay legados bien administrados, entre los que incluye a Hendrix, y mal administrados, como fue el caso, por un tiempo, de Elvis Presley. Decidir qué se publica tal cual o qué requiere trabajo adicional no es una decisión fácil. En 1994, los tres Beatles supervivientes se reunieron para tratar de insuflar vida a unas grabaciones de canciones inacabadas de John Lennon. Una de ellas, Free as a Bird, acompañó al lanzamiento del primer volumen de Anthology. Otra, Now and Then, fue imposible de adecentar. Los intentos por incluirla en el tercer volumen de la antología de la banda finalmente no llegaron a puerto. No se puede descartar que, en el futuro, la canción vea su nacimiento oficial.
A veces, tras los inéditos hay experimentos fallidos cuyas mejores bazas han visto la luz en formatos menos rompedores pero mucho más disfrutables. Posiblemente gran parte de los fans agradecen que bandas como Pink Floyd abandonaran su proyecto de grabar todo un disco usando únicamente instrumentos fabricados con objetos caseros. Con la idea de evitar un fracaso, Joe Strummer discutió con sus compañeros de The Clash para lograr que moderaran sus excursiones fuera del punk y centraran sus esfuerzos en publicar Combat Rock. También la ambiciosa ópera rock de ciencia ficción Lifehouse, de The Who, acabó desechándose para alimentar el imprescindible Who’s next (1971).
Pero hay quienes han rogado por escuchar, sin ningún tipo de recorte o alteración, estos proyectos inacabados. Para dar continuidad al histórico Pet sounds (1996), Brian Wilson agotó la paciencia del resto de los Beach Boys. Nunca satisfecho, Wilson pedía cosas como que los músicos de sesión tocaran con sombreros de bombero y colocaba madera ardiendo en el estudio, todo para que la interpretación hiciera justicia a la pieza Fire. Aquellas grabaciones, que su autor quería convertir en “sinfonía adolescente dedicada a Dios”, se convirtieron en El Dorado de los álbumes inéditos sobre el que se lleva décadas elucubrando. Finalmente, comenzando las grabaciones desde cero, Wilson dio su bendición al lanzamiento oficial, en 2004, con el nombre de SMiLE.
“Habrá algunas que puedan tener valor antropológico, como curiosidad, pero ¿merece la pena escuchar esto en un momento en el que tienes superabundancia de música? Intentando sacar lo que alguien no ha sacado antes, al final vas acabar sacando la lista de la compra como obra literaria maestra”, plantea Fouce. No todo este material ve la luz. El responsable de Universal Music, David Joseph, explicó que le movían “razones morales” al declarar que había destruido las pistas que conformaban el disco inacabado de Amy Winehouse. Nadie ha convencido tampoco a Jeff Beck para que su colaboración con músicos de la Motown en 1970 vea la luz.
Despedidas a medio hacer
El poder emotivo de las canciones póstumas no puede ser pasado por alto. Especialmente cuando se habla de artistas que han trascendido su papel y se han convertido en iconos populares, modelos a seguir o, simplemente, compañeros de viaje a los que cuesta decir adiós.
Un caso podría ser Tom Petty, fallecido en 2016. Su familia ha reeditado Wildflowers y ha desvelado material nunca antes visto. En Something Could Happen, el video que acompaña a este tema inédito, muestra cómo una mujer trata de superar una pérdida dolorosa tirando trastos viejos al cubo de la basura. Pero las antiguallas cobran vida y se unen para crear un ser animado con una forma de andar y moverse inconfundible: no es Tom Petty, pero casi. Esos trastos evocan sus canciones rescatadas del olvido. Finalmente, los objetos se desmoronan y en el cielo se dibuja un símbolo que pone punto final a una despedida que se quedó a medio hacer.
Tenemos este tipo de artistas, tres o cuatro, con los que sentimos que volvemos a casa o revivimos nuestra juventud, ese momento mítico que añoramos donde descubres la persona que eres en base a lo que lees y lo que escuchas. Cuando suenan, piensas: ‘Ese era yo cuando aún no me había echado a perder’. Quizá por eso nos fascinan —y se siguen vendiendo— esos momentos íntimos e inacabados de genios a los que, casi a escondidas, tenemos la esperanza de volver a escuchar en su forma más humana.