Alberto Conejero (Vilches, Jaén, 1978) es dramaturgo, poeta y director de escena. Su anterior y segunda obra como autor y director teatral, La geometría del trigo, ganó el Premio Nacional de Literatura Dramática de 2019. En la última década diversos galardones han reconocido su impronta: Premio Max al Mejor Autor Teatral 2016, Premio Ceres al Mejor Autor 2015, Premio Ricardo López de Aranda 2013. Paloma negra (Tragicomedia del desierto), tercera dramaturgia que escribe y dirige, se estrena el 2 de febrero en la Sala Verde de Teatros del Canal (Madrid), donde será representada hasta el día 21.
El director jienense vuelve a confiar en tres actores y dos actrices que formaron parte de La geometría del trigo: José Bustos, José Troncoso, Juan Vinuesa, Consuelo Trujillo y Zaira Montes. E integra en el elenco a Yaiza Marcos. Los personajes de Paloma negra son poliédricos, por momentos oscuros y, según su creador, “creo que me he atrevido más a mostrar personajes patéticos, ridículos y, por eso, profundamente humanos. Y cómo en un mismo personaje puede convivir el deseo más noble con la acción más cobarde o miserable”.
Paloma negra está ambientada en el desierto mexicano de la década de los setenta. Sus personajes tienen raíces españolas y mexicanas, viven en el exilio (ya sea físico o espiritual) y contienen un resplandor quimérico digno de la tierra donde bajo el sol brota mescalina. “Todos tienen sus fantasmas o son el fantasma de otro personaje –revela Conejero–. Cada vez sé menos cuál es el tema central de Paloma negra y estoy bien en ese no saber, en ese no ser capaz de nombrar”.
“Escribo con la mano de un muerto, escribo con la mano de todos los escritores muertos”, espeta Max Rejano, personaje interpretado por el actor y periodista Juan Vinuesa. La figura de Max Rejano es el cruce de dos autores exiliados en el país azteca: Max Aub (1903 - 1972) y Juan Rejano (1903 - 1976). “Son sus dos padres directos, pero luego tiene muchos padres y madres”, confiesa el dramaturgo.
Conejero no es cauteloso a la hora de visibilizar sus disparadores –o “sustratos”, como él se refiere a sus influencias literarias–: “A mí me gusta mucho la intertextualidad, es algo que asumo en todas mis obras. Asumo que mi voz es el encuentro de otras voces o que ha sido generada por otro sinfín de voces (...) Claro que está La gaviota de Antón Chéjov, claro que está La gallinita ciega de Max Aub, y Las nubes de Luis Cernuda y los poemas de Concha Méndez. Y al estar todos, en realidad, no está ninguno porque todos dan lugar a otra cosa en su encuentro”, explica Conejero. Sin embargo, el 90% del texto de la pieza es de autoría propia. “No tengo la pretensión de ser original; sí, la de ser honesto. Además, parte del legado es hacer presente otras voces”, expone.
Por ello, el público puede hallar entre las líneas de Paloma negra el imaginario del escritor y fotógrafo Juan Rulfo o el itinerario del deseo del filósofo Gilles Deleuze. No obstante, la poesía de Conejero brota en la voz de su elenco: “Voy a meterme la mano en el corazón y arrancarme a Lázaro de cuajo”, manifiesta Manuela, interpretada por la actriz almeriense Zaira Montes. En esta Tragicomedia del desierto los versos resuenan incluso en náhuatl, lengua precolombina, que recita el personaje de Juana (Yaiza Marcos), enfant terrible a la mexicana.
La poeticidad del dramaturgo de Vilches atraviesa el páramo en el que su equipo –Alessio Meloni y Miguel Delgado– ha transformado las tablas de la Sala Verde. En mitad de este, un piano semisepultado que toca Lázaro (José Bustos). De fondo, expectante, un jardín flotante de longevas cactáceas y un halo onírico que impregna los cuatro actos que forman la desértica tragicomedia musical. Toda ella iluminada por David Picazo con una luz cálida y perfilada como los rayos del sol de Aridoamérica. “No pretendo dar ninguna lección al espectador ni ningún mensaje, sino un fragmento de nuestras vidas”, expone el director teatral.
Alberto Conejero transmite la herencia de España. Pero no considera netamente que Paloma negra sea una oda a la mezcla sociocultural ni un homenaje a los exiliados republicanos. “No me atrevería a hablar de homenaje pero sí el gesto de darle presencia, de darles presente. No creo que su presencia haya sido tan recurrente como debiera en nuestras tablas”, opina el dramaturgo.
“Con La piedra oscura, me ocupaba de la Guerra Civil española; con Los días de la nieve, del Franquismo; con La geometría del trigo, de nuestra Transición; y siento que Paloma negra viene a completar parte, o a incorporarse, en esta familia de obras que se ocupan de nuestra historia reciente, de nuestra memoria. En este caso, darle voz presente a los primeros exiliados, luego desterrados y, finalmente, mexicanos de origen español”, reflexiona el autor sobre sus textos. “No reconstruyo figuras del pasado, sino que presento experiencias humanas del pasado, que se hacen presente”, destaca.
A Conejero el inicio de la pandemia le pilló en Oaxaca, al suroeste de México, mientras estaba documentándose para la dramaturgia de su onírica Paloma negra. En terrero, estudio las crónicas de los primeros barcos colonos que llegaron a Centroamérica e incluso conoció a un nieto de exiliados que cruzaron el océano. Conejero cuenta que algunos bebés fueron dados a luz en mitad del Atlántico, entre dos mundos, como el personaje de Lázaro: “Por más que me agarre a ese piano sigo ahí, en mitad del océano”.
Errantes que dejaron atrás un país fantasmagórico llamado España. “Esa tierra que tiene tus huesos (…) quiero llevar yo sola tu fantasma”, expresa Ana María (Consuelo Trujillo), que interpreta a una artista española desterrada. Historias de desamor como la vivida por Tomás (José Troncoso): “sé que tú morirás y no me habrás amado”. El actor Juan Vinuesa (Max) y la actriz Zaira Montes (Manuela) comparten en escena química, pláticas etílicas y sopesan: “No tendremos tierra hasta que estemos muertos”.
“Siento que con Paloma negra la vida está ahí puesta sin género literario dramático y sin un tema central, pero sí con algunos núcleos de sentido. Dependiendo del espectador la obra será una u otra y a mí esas múltiples posibilidades de sentido de una función cada vez me interesan más”, concluye Conejero.