La ironía está presente en todas las páginas –agudizada en algunas situaciones– y con ella la crítica al estilo de vida actual, en el que las personas avanzan sin pensar hacia a dónde van. Y sin mirar a su alrededor, como ocurre con los protagonistas de la novela. Ella misma comenta a elDiario.es por teléfono que: "en el libro nadie escucha a nadie. Todos ven lo que hace el otro y lo juzgan, pero en realidad viven como en su propia película". Tan ensimismados están, que no se dan cuenta de que hay ciertos lazos que les unen y que explicarían muchas cosas. Pero aunque pueden parecer mezquinos, ese ensimismamiento también les hace humanos. Porque pese a que el universo que plantea Fraile roce la distopía, tiene más de presente que de futuro. 

Ha trabajado prácticamente todos los géneros literarios. ¿Qué es lo que más le atrae de cada uno?

Cada género es un mundo distinto. De la poesía me gusta la inmediatez de la escritura, porque te da una energía brutal, es muy catártica. Además yo soy una escritora que tira mucho de intuición. Tengo una especie de conexión fuerte con el inconsciente y la poesía es muy liberadora y me permite explorar ese mundo simbólico de una manera muy gustosa. 

De la prosa me fascina poder contar historias, la construcción de personajes. Me emociona mucho que cuando construyes una ficción es como que has creado un mundo que cobra vida y con el que puedes dialogar. Como si hubieras creado un espacio nuevo en el mundo. Y por otro lado te permite una reflexión sobre los asuntos éticos y políticos que quizás son los que más me motivan.

¿Cuál fue el origen de este libro? ¿De dónde surge el impulso de escribirlo?

Primero me vino como la forma, tenía a unos personajes así un poco enloquecidos que dialogaban o más bien monologaban. Eso estaba ahí como flotando en la conciencia, una especie como de tono, como si el estilo hubiera venido con el pálpito de los tiempos.

Y luego sucedió que me vino de repente el sueño con el que empieza la novela, el de los gusanos. Un día me desperté, no sé si estaba desayunando y lo recordé. Y los párrafos con los que empieza la novela me llegaron. Ese personaje empezó a hablar y a partir de ahí ya me puse a escribir de corrido.

Muchas de las situaciones que se dan en la novela podrían estar sucediendo ya, incluso cuando la trama se emplaza en un futuro. ¿Vivimos en un presente distópico?

Terminé de escribir la novela hace un año y pico y durante este tiempo todo se ha acelerado muchísimo. Cosas que planteábamos como a un plazo de cinco años, de repente se han hecho realidad y ya son nuestra vida de ahora, como el tema de las relaciones virtuales. También hay otras cosas que podrían darse en un futuro próximo pero cuya estructura emocional y moral ya empieza a ser la nuestra. En este sentido creo que el lector se puede identificar muy rápido con las reacciones y con las emociones o incluso con los valores de los personajes.

Hace una crítica a la tecnología y al tratamiento de los datos personales en Internet. ¿Hay una parte negativa en los supuestos avances sociales?

Creo que hay una cosa que nos preocupa a todos relacionada con las tecnologías y es que permiten una capacidad de control sobre nuestra vida privada que da bastante miedo. Pero ni siquiera es el miedo a que se pueda llegar a inspeccionar nuestra vida privada, a que se conozca lo que hacemos, sino que se llegue a influir en nuestra opinión y pensamientos de una manera hasta ahora desconocida.

Además toda la estructura algorítmica que se usa para eso se va perfeccionando día a día. No hay que olvidar que las mejores mentes de nuestra generación ahora están trabajando en eso. Y van muy rápido, más de lo que nosotros podemos llegar a contrarrestar. 

En el futuro que se plantea en la novela hay muy pocos niños y se les trata como a seres intocables, a los que no se les puede regañar, ¿por qué?

Ese es uno de los elementos más distópicos de la novela pero que también vivimos ya de alguna manera. En nuestro país tenemos una natalidad bajísima y no sabemos incluso si va a seguir disminuyendo. Y creo que ha habido un cambio de consideración y tratamiento de la infancia abismal por parte de la generación que tiene ahora entre treinta y cuarenta y tantos que está teniendo hijos.

En las sociedades desarrolladas ahora los niños son algo precioso. Hay muy pocos, suelen ser hijos únicos y ha cambiado su estatus en la sociedad. Y creo que se va a agudizar.

¿Ese cambio ha sido hacia mejor o hacia peor?

Evidentemente hay aspectos que han mejorado, como que se les considera sujetos con voluntad. Pero creo que hay otra parte que no es tan positiva y es que se vuelca demasiado la vida del adulto en la del niño. Y eso hace que las vidas de algunos adultos queden muy sesgadas, sobre todo las de las mujeres. 

Es un tema problemático. Quizá ahora el padre participa más en la crianza y está presente de manera física, pero la mujer ha volcado su identidad en el hijo incluso de una manera más violenta que anteriormente. 

Hay dos figuras muy importantes en el libro, la gurú y el coach, que tienen muchísimos clientes, ¿está el ser humano occidental perdido y necesita que alguien le diga qué tiene que hacer?

Es un asunto que me preocupa mucho y aunque en la novela se trata con un tono humorístico, creo que se debería pensar en ello. Tenemos una falta de independencia con respecto a la toma de decisiones que es muy paradójica porque se supone que estamos en un momento en el que tenemos más datos y más información para poder tomarlas. Pero hay como un bloqueo emocional. 

Nos da mucho miedo tomar decisiones y da la impresión de que necesitamos un apoyo externo: el psicólogo, el coach, el gurú, el libro de autoayuda que te dice los pasos que tienes que seguir. Y es muy común, todos hemos pasado por ahí en algún momento. 

Según se plantea la novela, el camino que está tomando la sociedad no es muy alentador, ¿aún hay tiempo para cambiar el rumbo?

Cuando hago ficción intento dar como una especie de aviso, de que esto podría llegar a pasar y deberíamos reflexionar sobre ello. Y yo creo que sí, que deberíamos tener la capacidad de cambiar. Me parece que llevamos bastantes décadas de huida hacia adelante acelerada por las tecnologías y por el avance brutal de la estructura capitalista en todos los ámbitos de la vida. Creo que nos faltan ideas buenas para reconstruirnos, pero sí tengo la esperanza de que en un futuro cercano seamos capaces de generar una nueva manera de entender las cosas.