"Para poder afirmar que deseamos establecer relaciones monógamas es necesario construir otras opciones posibles, desde la práctica y desde lo emocional. Es necesario poder amar de otras maneras y ver si es realmente ahí donde queremos estar o es solo donde el entorno y nuestras tripas nos permiten estar", dijo la escritora Brigitte Vasallo en una columna sobre la monogamia publicada en elDiario.es.
Un matrimonio abierto (John y Alex) propone a un joven (Darius) pasar una noche con ellos. La conexión emocional fluye y los tres empiezan a cuestionarse cómo ven y sienten el amor. Afterglow narra una historia actual lejos de códigos heteronormativos y de la pareja hegemónica. La obra dirigida por Pedro Casas se nutre de ese término paraguas llamado anarquismo relacional (swinger, poliamor, pareja abierta), que viene a cuestionar la normalización del sexo monógamo. Las y los espectadores fácilmente se pueden identificar y empatizar con la verdad de cada uno de los arquetipos que representan los protagonistas así como con los diversos estados del duelo que viven.
La primera escena de la obra teatral no es visible, está tapada por toldos, artefacto con el cual el director pretende que el público se cuestione: "¿Debería estar viendo esto que es tan íntimo?". Entre susurros y escenas que como no se pueden ver hay que imaginar, ir a Afterglow es practicar voyeurismo durante los noventa minutos que dura la función. El trío protagonista habita una habitáculo abierto, sin paredes ni ventanas, (casi) todo a la vista del respetable que pasa a ser testigo de las pulsiones sexuales y emocionales de los personajes, así como de sus conflictos morales. No obstante, este espacio privado –creado por la escenógrafa Begoa Vázquez– a veces parece más bien ser una celda.
"La idea de la jaula viene porque queríamos que el espectador tuviera impedimento para mirar, y no deja de ser una metáfora de esos tres animales metidos en ese espacio", explica Pedro Casas. La idea, añade, era que ninguno de los allí presentes pudiera ver lo mismo. Cada uno generaría una lectura de lo que está sucediendo en cada escena, ya que depende de dónde se ponga la mirada. "Incluso tienen que mover la cabeza para ver qué expresión está poniendo uno de los personajes. Esto nos parecía muy interesante para la experiencia del espectador", dice el dramaturgo.
La intimidad de la sala es coloreada por la iluminadora Lola Barroso –Premio Max 2018 al Mejor Diseño de Iluminación por Furiosa Escandinavia–; que genera un espacio lumínico muy cuidado en el que destacan los tonos saturados y el juego de luces. Incluso más vibrante cuando los protagonistas salen fuera de la jaula, abandonan la cama y caminan por las calles de la Gran Manzana. "Tanto la escenografía como la luz plantean una idea de un interior, que tiene relación con lo íntimo, y una de exterior. Sin embargo, cuando los personajes están fuera vemos su plano subjetivo y ahí es donde nos encontramos atmósferas más coloridas, esos neones eléctricos, que tienen que ver más con la soledad y el anonimato en las grandes ciudades", expone el director de escena de la adaptación española de Afterglow.
Casas afirma que para esta adaptación ha intentado aportar "una poética" a un texto muy realista. "Decidí no darle tanta importancia al erotismo y al sexo que plantea la obra original, sino introducirme más en las fracturas emocionales de las personas y en el mundo subjetivo en el que podían entrar. No darle tanta importancia al nivel exclusivamente físico, sino a la intimidad de una pareja, a las cosas pequeñitas que no solemos ver", valora. "Nosotros hemos hecho algo más conceptual y poético. Desde Nueva York siempre nos dieron vía libre, sobre todo en el tema de las transiciones", añade.
La traducción del término anglosajón afterglow tiene dos aceptaciones. La primera se refiere al resplandor crepuscular –en el caso de esta obra, en un día de lluvia–, el brillo dorado. La segunda, al destello que brota después del coito, la sensación de bienestar que, según se dice, dura unas 48 horas. "Los modelos de pareja están al servicio nuestro. El problema nunca es el modelo de pareja, sino que este responde a las necesidades de una sociedad. Y, a lo mejor, hay algo por debajo de cómo estamos entendiendo el amor o si cuando se convierte en producto de consumo pierde algo que es muy difícil de recuperar", opina Pedro Casas.