El viaje que propone Salazar Masso comienza en el malecón de Quibdó, ciudad donde ella misma pasó su adolescencia, y termina en Bellavista. Son dos poblaciones del Chocó, el único departamento de Colombia cuyas costas abarcan tanto el océano Atlántico como el Pacífico. Lo surcan tres ríos principales: uno de ellos, el Atrato, será el escenario de la travesía protagonizada por una madre blanca y su hijo negro. Ella, la "madre-amiga" que no lo gestó en su vientre, debe viajar hasta Bellavista porque Gina, la madre biológica que seis años atrás dejó al niño en su puerta, "quiere mirarlo a los ojos, tocarle una oreja, besarlo en la frente, quizá revisar si está sano, si lo he cuidado bien".
"Quería hablar de la pertenencia y el arraigo", explica por videollamada a elDiario.es la autora, que confeccionó su primera obra entre España y Colombia, a donde tuvo que regresar por el coronavirus cuando estaba cursando el Máster de Narrativa en la Escuela de Escritores de Madrid. Su familia paterna es del Chocó, y Esta herida llena de peces contiene algunos recuerdos de la infancia y las historias que le contaban su padre y su abuela, quienes realizaron un trayecto similar al de los protagonistas. "Me interesaba mostrar la cultura chocoana del Pacífico y la riqueza que aportó a mi vida", asevera.
El debut de Salazar Masso está enraizado en la literatura afrocolombiana y en la tradición oral de la región; entre sus principales referencias están los cuentos de la escritora chocoana Amalia Lu Posso Figueroa (Vean vé, memorias de mis nanas negras). "Ella me traslada a mi niñez, siempre la tuve presente", afirma Salazar Masso. También dice haberse sentido acompañada por otros autores que han escrito sobre el Pacífico, como los novelistas Pilar Quintana (La perra) y Juan Cárdenas (Zumbido, Los estratos), o la poeta afrocolombiana Mary Grueso Romero.
"El río es testigo de llantos y sangre, nacimientos y muertes, salidas y llegadas. Los Ríos del Chocó, otra forma de habitar la tierra: las canoas también son casas, puestos de trabajo y escondites. Por el río comenzamos a perder esta tierra", relata la protagonista, cuyo nombre nunca llegamos a conocer, tampoco el de su hijo. El Atrato, uno de los ríos más caudalosos del mundo y el tercer río más navegable del país, es el cimiento sobre el que se construye esta historia, una herida llena de peces a la que hay que contemplar "como a un reptil sedado: con miedo y curiosidad". El Atrato implica un modo de vida, la forma de subsistencia de una comunidad, pero también es escenario de violencia y tensiones políticas: por él entraron los conquistadores españoles, y en las selvas que lo bordean acamparon durante muchos años los grupos que encarnan el conflicto armado colombiano.
En el río habitan mujeres valientes y solitarias como la conductora de la canoa, capaz de sobreponerse en silencio a cualquier situación inesperada que amenace el trayecto. O Carmen Emilia, con quien comparten pasaje, comida, juegos y confesiones la joven madre y su hijo. "Crecí con señoras como ella, esas que cuando asoman la cabeza sobre el río, la velocidad del viento no las despeina", expresa la protagonista, que siente un inmenso temor ante la posibilidad de perder a su niño. Ha escogido el recorrido con más paradas, desea que el viaje no tenga fin: llegar implica abandonar el vaivén y la seguridad del barco, tomar una decisión.
"Quería centrar mi mirada en esas mujeres de más de 50 años que son muy fuertes por lo que han vivido, por llegar a una edad en la que sienten que han perdido la juventud y la importancia, que están en desventaja", sostiene Salazar Masso. "Creo que las mujeres de esta región son particularmente fuertes, no solo por la historia del pueblo afrocolombiano, tras el cual hay una historia muy grande de lucha y sufrimiento". Sus vivencias también están atravesadas por la violencia que ha azotado Colombia durante décadas.
El conflicto colombiano es, inicialmente, un ruido de fondo, como el cantar de los pájaros que sobrevuelan el cauce del río. Pero, con la proximidad de los hombres que viajan en lanchas negras y llevan pañuelos rojos, la violencia latente crece hasta transformarse en un aullido ensordecedor. El ritmo pausado de la narración desemboca en un final bello y doloroso, como la maternidad. Dice la protagonista que "tener un hijo es buscar, todo el tiempo, formas de explicar el mundo. Poner en palabras cosas terribles, milagros, presentimientos". Solo hay una cosa que ella, capaz de concebir con sencillez la posibilidad de tener dos familias, no encuentra cómo explicar: "por qué un hombre carga un arma".