El célebre ganador del Prix des Prix a la mejor novela francesa por Limónov estuvo cuatro meses ingresado en el hospital Sainte-Anne de París, donde le diagnosticaron un "episodio depresivo caracterizado con elementos melancólicos e ideas suicidas en el marco de un trastorno bipolar". Tras el alta pasó una temporada en Leros, una isla griega en la que daba clases de escritura creativa a jóvenes refugiados afganos. Yoga narra el viaje del escritor de la templanza a la locura y se acaba de publicar en nuestro país con traducciones al castellano de la mano de Jaime Zulaika y al catalán por parte de Ferran Ràfols Gesa, ambas en Anagrama.
Carrère se inscribió en un curso de Vipassana convencido de que iba a pasar 10 días sumido en una profunda meditación. Un retiro que lo reformaría, que le descubriría algo de sí mismo con lo que poder escribir un libro sobre el yoga que lleva practicando desde hace 30 años.
El Vipassana es una técnica de meditación que se enseña, habitualmente, en cursos de 10 días en los que se medita 10 horas al día. En el centro al que acudió el autor de Limónov no se permitía el uso de ningún dispositivo móvil ni mantener ninguna comunicación con el exterior. Tampoco hablar: debían mantener un silencio absoluto, monástico, durante el tiempo que estuviesen allí.
Ni siquiera podían abandonar el lugar libremente, pues se comprometían a estar allí semana y media a no ser que un motivo de fuerza mayor les obligase a dejar la estancia. Eran "los entrenamientos comando de la meditación" en palabras del escritor.
Pero tras unos días de meditación intensa, la fuerza mayor se impuso con rotundidad: el 7 de enero de 2015 dos hombres armados irrumpieron armados en la redacción del semanario Charlie Hebdo, matando a 12 personas e hiriendo a otras 11. Entre las víctimas se encontraba un amigo del escritor.
El título y la portada pueden llevar a engaño, pero Yoga no es un libro sobre esta disciplina física y mental originaria de la India, aunque también. Es un relato sobre el débil equilibrio de la salud mental, los altibajos de alguien enfermo. Un texto que narra la caída en las profundidades de la locura y el lento camino por volver a empezar cuando se ha perdido casi todo.
De ahí que el tono "risueño y amable" que pretendía imperar en el libro deje paso a una prosa más tensa y oscura, aunque no por ello necesariamente grave. Un estilo más en consonancia con otras obras del autor como El adversario o El reino.
"Es perturbador que casi a los 60 años te diagnostiquen una enfermedad que has sufrido, sin denominarla, toda tu vida", escribe Carrère sobre su ingreso en Sainte-Anne y el diagnóstico de un trastorno bipolar de tipo 2. "Al principio te sublevas, yo me sublevé diciendo que el trastorno bipolar es uno de esos conceptos que de pronto se ponen de moda y que se aplican a todo y a cualquier cosa, más o menos como la intolerancia al gluten que tanta gente ha descubierto que padece".
Solo que lo suyo no era una intolerancia, era algo más profundo y cuya recuperación le costó cuatro meses de ingreso en un centro psiquiátrico bajo vigilancia. Su tratamiento incluyó ketamina, "un anestésico para caballos que los adolescentes ingleses utilizan para colocarse, y cuyas virtudes antidepresivas se han descubierto en los últimos años", y también puntualmente el uso de la terapia electroconvulsiva, anteriormente conocida como electroshock. "Este cambio de nombre obedece al propósito de que se olvide la reputación arcaica y bárbara de un tratamiento que de inmediato hace pensar en Antonin Artaud en Rodez o en Alguien voló sobre el nido del cuco".
A lo largo de Yoga, Emmanuel Carrère ofrece decenas de definiciones distintas de 'meditación'. Explora el concepto, sus pros y contras, a través de historias, cuentos morales y estudios científicos para extraer de él un discurso inteligente y nunca complaciente.
El escritor tiene la costumbre de meditar a diario, como hacen creadores tan dispares como David Lynch, Jennifer López o J. Balvin. Además practica muy a menudo taichi y, por si cabía alguna duda, yoga. A él, estas prácticas le han ayudado, pero no le han curado nada: lo suyo es una enfermedad mental, con la que convive lo mejor que puede.
Del curso de Vipassana al atentado de Charlie Hebdo, y de ahí al hospital Saint-Anne, Carrère no parece omitir cómo ha sido su vida los últimos años. Pero sí que existe un vacío en el centro de la narración: su divorcio con la periodista Hélène Devynck.
Tras poner fin a su matrimonio, Devynck y Carrère llegaron a un acuerdo según el cual el escritor no incluiría detalles sobre su relación en ninguna de sus novelas futuras. Pero ella sí aparecía en el manuscrito original de Yoga: exigió su reescritura para excluirla del relato y eso requirió de la inclusión de personajes de ficción.
Decía el escritor y periodista español Sergio del Molino en un programa de Onda Cero, que Yoga "es una novela que no está gustando mucho a los carrèrianos" porque en esta ocasión, el guionista y cineasta trampea las sagradas escrituras de la autoficción e inventa personajes que jamás han existido, o no lo han hecho como les conocemos en su última novela.
Tras ser internado, el narrador viaja a la isla de Leros, en Grecia, en la que conoce a una voluntaria llamada Frederica que imparte clases de escritura creativa a jóvenes refugiados. Allí la ayuda y decide pasar unos meses en los que se incide en el discurso que sobrevuela todo el texto: la escritura, tanto para los chavales que conoce allí, como para sí mismo, es una suerte de terapia. Un ejercicio que les ayuda a mantenerse en pie, pero que no les salva ni redime de nada.
En su último libro este escritor no busca convencer, aleccionar, ni filtrar su prosa para que encaje en la estantería de autoayuda de la librería. Pero Yoga sí es una novela confesional en la que vemos al Carrère más vulnerable y emocional. Probablemente el más humano de cuantos habitan su obra de autoficción, un género en el que es considerado un maestro.