Las 128 fotos que forman Matria documentan la labor agrícola y la situación de las zonas rurales de Mozambique, México, Estados Unidos de América, Sudán del Sur y Yemen. Prat genera un archivo visual actual, que señala la desigualdad y denuncia la explotación de las personas que trabajan la tierra, todo ello con perspectiva de género. "La tierra es un vínculo que acorta distancias temporales, geográficas y culturales", dice la creadora a elDiario.es.
Prat apunta su objetivo ante la problemática de manera frontal, sin retóricas; dispara y documenta. Un relato visual en cinco escenarios diversos donde expolio, gran minería, contaminación de acuíferos, agroindustria, monocultivos y una explotación salvaje por intereses transnacionales sirven para ilustrar el "terricidio", término acuñado por la activista mapuche Moira Millán para definir los crímenes que asesinan la tierra. "Matria es el reconocimiento de la tierra como única patria", describe Judith Prat.
En el marco fotográfico, Matria se organiza en cuatro capítulos: Agroecología y feminismo, Usurpación de recursos y tierras, Jornaleros en frontera, y Campo de batalla. Apartados visuales que son complementados con artículos periodísticos ubicados al final del libro. Estos han sido redactados por la propia fotógrafa y por Chema Conesa, encargado de la edición gráfica de la publicación. Prat ejerce un fotoperiodismo necesario, ese género, en palabras de Rosa María Calaf, "esencial para que no se nos escape la realidad".
La explotación humana y agrícola atraviesa cada una de las páginas del fotolibro. Así como la injusta violación de derechos humanos con la que viven las personas que labran, plantan y cosechan la tierra que alimenta al mundo. Según informa la autora de Matria, existen "1.200 millones de campesinos y campesinas, un tercio de la población mundial a la que alimentan (...) El 80% de las personas que en el mundo sufren hambre y pobreza trabajan y residen en las zonas rurales", expone.
El territorio rural también es una víctima cuando estallan las guerras. Los campos de cultivo se contaminan y bombardean. El campesinado tiene que abandonar sus tierras o enfrentarse a la ausencia de frutos. Como informa Matria, "dos tercios de las personas que padecen hambre aguda en el mundo se encuentran en países sumidos en conflictos armados".
En el contexto bélico, Prat mira especialmente la situación de Yemen y Sudán del Sur. Yemen cuenta seis años de guerra, según la Organización de las Naciones Unidas, la peor crisis humanitaria del planeta de los últimos cien años, donde trece millones de personas están en riesgo de inanición y han fallecido más de 230.000 personas. El hambre utilizada como arma de guerra. "Y apenas sabemos qué está ocurriendo pues la coalición liderada por Arabia Saudí, que controla el único aeropuerto abierto del país, no permite la entrada de periodistas". Aunque Prat prevé volver a Yemen "tan pronto como sea posible".
El homenaje de Prat a las mujeres campesinas también documenta acciones por la soberanía alimentaria desarrolladas por colectivos vulnerados. La fotógrafa pone el foco en las alternativas agroecológicas ejercidas por comunidades campesinas contra la agroindustria. Como en Mozambique –según el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo de 2019, uno de los diez países menos desarrollados del mundo–, donde la Unión Nacional de Campesinos lleva 25 años formando a las mujeres rurales en liderazgo. Un país donde el 87,5% de las mujeres activas económicamente se dedican a la agricultura.
"La gran mayoría de las productoras locales en muchos lugares del mundo son mujeres. Pero es necesario que los gobiernos apoyen a los productores locales y les ayuden a establecer canales de comercialización de sus productos", relata la fotoperiodista.
Prat prosigue: "La mujer campesina sufre problemas específicos como la dificultad de acceso a la titularidad de la tierra. En muchos lugares son ellas las que trabajan la tierra y producen los alimentos pero sus maridos se quedan con los ingresos. Esto propicia una discriminación estructural (familiar, social y económica) que genera violencias específicas".
Como personas consumidoras, para tratar de no apoyar la violación de los derechos humanos del campesinado ni el expolio agrícola es preciso consumir productos de proximidad y de temporada. Así como apoyar la agricultura local, ecológica, ética y de kilómetro cero. En el Estado Libre y Soberano de Chiapas, al suroeste de México, desarrollan desde antes de Cristo el cultivo de la milpa, policultivo basado en la combinación de maíz, frijol, calabaza –trío conocido ancestralmente como las tres hermanas– con chile, tomate verde y otras hortalizas que varían según el ecosistema.
"Conjugando este sistema con las modernas prácticas en agroecología podría garantizarse la seguridad alimentaria de buena parte de las zonas rurales más empobrecidas en México. Cada territorio debe encontrar el camino para defenderse de la agroindustria y de este modelo que destruye la agricultura familiar y que aboca al planeta a sufrir continuas crisis alimentarias", opina Judith Prat.