Aunque el ciclo incluye películas de otro tipo, como El hombre elefante o Una historia verdadera, la mayoría de ellas representan lo que podríamos denominar thriller lynchiano. La memorable Terciopelo azul, estrenada en 1986, supuso una especie de bisagra en la historia del cine. Un joven curioso, ávido de experiencias, que encuentra una oreja y quiere conocer qué se oculta tras esa mutilación, estaba todavía con un pie en la intriga hitchcockiana, asentada en un cierto voyeurismo y en el relato de hechos perfectamente explicables.
A la vez, la cinta supuso abrir una esclusa que dejaba entrever lo que estaba por venir en la filmografía de Lynch. A partir de entonces, el realizador ofreció experiencias visuales y narrativas que bebían de convenciones del género negro o de la película de carretera, pero que se abrían al irracionalismo y se alimentaban del talante enigmático del mundo onírico.
A través de películas como Carretera perdida o Mulholland Drive, Lynch ha desafiado repetidamente a la audiencia. Nos ha propuesto puzles que causan extrañeza porque, aunque tienen elementos reconocibles (celos, avaricia, amnesias, mujeres fatales, negocios subterráneos y gángsters de diversas tipologías), no responden a una plantilla predefinida. Porque parece que les falten piezas, o que estas encajen de una manera que va más allá de la lógica. Quizá, porque algunos de ellos provienen de los sueños, como explica su autor.
Más allá de los entretenidos (y, a veces, apasionados) debates abiertos que pueda generar la interpretación de sus obras, su cine supone una invitación a disfrutar. A gozar de unos viajes narrativos y sensoriales que no dan todas las respuestas, que pueden cerrarse de formas desconcertantes, con escapatorias inusuales. Que desvelan realidades sugerentes por secretas. El germen ya estaba en la relativamente clásica Terciopelo azul, en el proceso de desvelamiento (y una cierta pérdida de la inocencia) que plantea: "Estoy viendo cosas que habían permanecido siempre escondidas", afirma el protagonista cuando comienza a conocer un caso de secuestros, violaciones, narcotráfico, corrupción policial y asesinatos en la aparente idílica comunidad de Lumberton.
El thriller lynchiano ha creado escuela. Mulholland Drive, un proyecto que se convirtió en película de enigmas inagotables por circunstancias sobrevenidas (originalmente fue un episodio piloto, rechazado por la cadena ABC y se remontó con material añadido para convertirlo en película), tuvo algo de monumento final en celuloide. E Inland empire fue una exacerbación digital y expansión radical (hasta rozar la demolición desde dentro) del molde. En paralelo, filmes ajenos como Donnie Darko o Enemy evidencian que esa tradición ha adquirido vida propia más allá de su autor.
Los thrillers lynchianos son, en parte, una experiencia sensorial. El cuidado trabajo de fotografía y montaje, del cual Mulholland Drive es un ejemplo perfecto de madurez autoral, destaca en primer término. Las músicas variables del compositor Angelo Badalamenti, que van del jazz enrarecido a la atmosfera inquietante cercana al terror, también son elementos importantes. O las canciones interpretadas por cantantes de voz etérea como Julee Cruise.
Pero el thriller lynchiano no solo es una cuestión de forma. Aunque las escenas perturbadoras de violencia (contemplada a menudo de manera más bien distante, absurda), abuso y horror indecible abunden en sus relatos, también se proyecta una cierta visión del mundo marcadamente dualista. Porque el artista Lynch parece uno de esos personajes de Twin Peaks que vive una vida aparentemente normal pero guarda espíritus malignos en su interior. Es un explorador de las fantasías y las pasiones más turbias. A la vez, es un septuagenario de aspecto bonachón y acento marcado que se define como Eagle Scout nacido en Montana. Quizá podemos encontrar en su obra restos de ese estadounidense medio que puede sentirse atraído por los finales felices y por las bondades y maldades fácilmente discernibles.
En algunos aspectos, el cine de Lynch puede llegar a recordar a la visión del mundo del Ned Flanders de Los Simpson, aunque el realizador incorpore un humor negro nada flandersiano. En Mulholland Drive, Hollywood es una maquinaria de ilusiones y una trituradora de esperanzas. Incluso en las pequeñas localidades de Lumberton y Twin Peaks se esconde un mundo oculto de fiestas decadentes y abusos de menores. El mundo en general parece un lugar más bien oscuro. Obras como Twin Peaks: Fuego camina conmigo tratan de inocencias amenazadas y corrompidas por maldades cotidianas y también por encarnaciones sobrenaturales. Con todo, entre el peligro y el terror emergía la luz: la mencionada precuela de Twin Peaks terminaba con una especie de aparición mariana de sanación tras la muerte, o la road movie Corazón salvaje concluía con la alucinada aparición de una bruja buena que animaba al protagonista a no dar la espalda al amor.
Con los años, resulta algo más difícil ver en las películas a ese Lynch optimista que dijo que el mundo tras la pandemia de covid-19 iba a ser más amable. Ese narrador que, ya en los tiempos de Terciopelo azul, imaginaba acontecimientos mágicos como una irrupción masiva de petirrojos que inundaba de amor una realidad demasiado oscura. En Carretera perdida, el espectador termina perdido en un juguetón pero oscuro laberinto de dobles, de sustituciones inexplicables y de celos más mundanos. En Mulholland Drive, la inocente figura (¿soñada?) de Betty (Naomi Watts), aspirante a actriz y detective vocacional, queda desplazada por la furia destructiva y autodestructiva de Diane (también Naomi Watts). Y la tercera temporada de Twin Peaks terminaba con tintes de horror cósmico, con el agente Cooper interpretado por Kyle MacLachlan perdido en la noche y condenado a fracasar en sus intentos de detener a una fuerza maligna.
El evento Universo Lynch servirá para recuperar obras que no pertenecen a esta tradición de thriller autoral y personalísimo. Como aquella Cabeza borradora, con un pie en el indie y otro en el cine experimental, que parece explicar la crisis de frustración vital y maduración forzosa de un joven que debe ocuparse de un hijo monstruoso y purulento. Aunque más de un espectador puede quedar desconcertado por la propuesta, este debut en el ámbito del largometraje tiene mucho de big bang creativo cuyos ecos alcanzan películas que el realizador firmaría muchos años después.
Además se podrá recordar el elegante drama de época El hombre elefante, tamizado de algunas de las escenas de belleza alucinatoria propias del autor. El filme consiguió ocho nominaciones al Oscar. En aquel momento, parecía que su director podía asentarse en el ámbito de las grandes producciones. La experiencia traumática derivada de la adaptación de la saga de ciencia ficción Dune acabaría con esa posibilidad. Y los años triunfales de Terciopelo azul, los primeros episodios de Twin Peaks y Corazón salvaje supusieron el hallazgo de unas formas propias, de un modelo en el que profundizar.
El ciclo también supondrá una oportunidad de recalibrar en pantalla grande las virtudes de esa Twin Peaks: Fuego camino conmigo que, en su momento, fue recibida de manera no demasiado favorable. Su visionado puede resultar incómodo, dado que el relato tiene algo de largo via crucis (agónico y, por momentos, histérico) de la protagonista Laura Palmer. Con todo, el filme incluye algunos momentos brillantísimos de juegos de manos y magia lynchiana, de situaciones enigmáticas y apariciones de un más allá decorado con cortinas rojas. En paralelo, podría volver a visitarse, a través del visionado de la exquisita Mulholland Drive, el inolvidablemente inquietante Club Silencio.